Entonces, ¿cómo es que la naturaleza y la historia del ser humano reflejan tantos episodios de ruptura, falta de armonía y conflicto? La naturaleza de la conciencia global es de una vibración muy baja, no hay resonancia suficiente para aportar cambios evolutivos sostenibles de manera permanente. Predominan emociones egoístas y temerosas que oponen resistencia a la renovación de la vida. Y la misma memoria se perpetúa si no encuentra conciencias más saludables que las modifique. Entonces, somos y actuamos más como carbono que como conciencia, más como materia que como espíritu. Al menos, así ha sido hasta ahora.
Las corrientes de pensamiento positivo y creativo llevan décadas diciéndonos que somos cocreadores de nuestra realidad. Nos han propuesto que pensemos en positivo y que nos enfoquemos en lo que queramos crear porque con el poder del pensamiento somos capaces de obtenerlo todo. La mayoría de seguidores de estos postulados se sintieron decepcionados porque no les funcionaban sus decretos en positivo ni los pensamientos enfocados en conseguir sus deseos. Es bueno educar el pensamiento y enfocarse de manera positiva, pero no es suficiente, es necesario ahondar más si lo que queremos es crear nuevos paradigmas existenciales.
Desde luego que el hombre quiere controlar su destino porque cuando alguien alza una voz potente que nos recuerda que podemos hacer algo más que sobrevivir, se genera un gran revuelo que dura unos años moviendo a gran cantidad de personas en busca de respuestas y de soluciones a sus problemas existenciales. En los últimos años, la famosa «ley de atracción» causó una enorme expectación; esta dice que todo lo que vives es porque lo atraes. Y, por tanto, propone dirigir tu vida atrayendo lo que necesitas y quieres, focalizando tus intenciones y acciones. Desde luego, nadie puede negar que sean buenas estrategias y que cualquier creador, artista, empresario, artesano, profesional, escritor o cualquier persona del mundo que convierte ideas en proyectos reales actúa con esta ley de atracción. Los monjes benedictinos ya sabían algo de esto, que había que alabar a Dios y trabajar en el mundo, «ora et labora», decían ellos.
Sin embargo, las corrientes del pensamiento positivo evolucionado en el siglo XXI con sus diferentes estilos de coaching estratégico vuelven a remarcar con fuerza la importancia de la mente y la acción para llevar las riendas de tu destino, alcanzar tus metas y obtener éxitos. Este es un modelo muy interesante para gestionar la mentalidad de equipos y proyectos personales o profesionales con técnicas extraídas de la psicología humanista y de la psicología del deporte; a mediados de los años sesenta, el entrenador de tenis Timothy Galwey, padre del coaching actual, lo desarrolló como método de entrenamiento deportivo. Su sucesor, John Whitmore, evolucionó el método hacia el coaching de liderazgo lanzando un poderoso mensaje al público, cuyas claves se basan en el desarrollo de la autonomía personal que marque las diferencias y gestione los cambios venciendo el miedo a los nuevos retos.
Está claro que los pensadores, filósofos, científicos, visionarios y soñadores de un mundo personal y transpersonal más feliz y pleno han sido capaces de crear soluciones para el ser humano. Si nos fijamos en la primera constitución moderna en Estados Unidos, 1787, donde se establecieron los derechos individuales, la libertad de expresión, religiosa y de asociación entre otras. La defensa de los derechos humanos, de las libertades, la protección de las mismas y obligación de hacerlas respetar son grandes logros de la humanidad, resurgiendo en cada ciclo de sus propias cenizas para la continuidad evolutiva hacia mejores sistemas de paz, progreso, justicia y desarrollo a todos los niveles.
Sin embargo, ¿qué le ocurre a esta sabia humanidad con tantas ideas maravillosas capaces de modificar conciencias y materias, pero que no alcanza el nivel óptimo vital?, ¿en qué nos equivocamos para no estar a la altura de nuestro potencial? Tenemos y hemos tenido el conocimiento y los valores necesarios en cada etapa de la historia para crear abundancia y desarrollo, entonces, ¿dónde está nuestro techo evolutivo que nos impide avanzar con ética inclusiva y respetuosa hacia nuestra diversidad?, ¿por qué se mantiene el conflicto permanente por los recursos, por la energía y por ostentar el poder?
Creo que si podemos pensar modelos de vida ecológicos y para el bien común también podemos crearlos. Si podemos escribir y desarrollar marcos teóricos científicos o filosóficos que alcanzan al beneficio de la mayoría es porque estamos preparados para manifestar esa realidad. La manifestación está al alcance si hay una mayoría disponible a colaborar en esa transformación global que garantice la sostenibilidad de la excelencia. Por otra parte, el miedo al cambio es una constante en el comportamiento humano que frente a las contingencias ha desarrollado fortísimas estructuras de resistencia a lo nuevo, rechazando la renovación y reaccionando a esta como a una amenaza, impidiéndoles dar los pasos adaptativos necesarios. Solo quien no tiene miedo y es capaz de soñar puede avanzar traspasando límites y trazando nuevos caminos. Todos sabemos que el miedo es una sensación desagradable que nos avisa de peligros, como una señal que nos llega a través de los sentidos para salvaguardar la vida. No hablo de ese miedo, sino del imaginario y difuso llamado temor que impregna nuestras células condicionando el presente y el futuro. Este temor es la peor clase de miedo, el que no tiene cara, ni nombre, que ataca desde dentro manipulando la percepción de quién eres y de lo que vives. Hay miedos atávicos a los que anclamos la vida con pesadas losas. Son los miedos conocidos, miedo al abandono y a la soledad, a la muerte o a la enfermedad y a la escasez de recursos; miedos escorados dentro de nuestra mente inconsciente con mensajes heredados del pasado que a veces ni siquiera son nuestros. Todos ellos constituyen un buen montón de razones para no traspasar el techo evolutivo, para no caminar hacia lo desconocido.
Para vencer estos miedos necesitamos muchísima energía e ir más allá del miedo, porque la conciencia cuántica de la materia está impregnada de este temor.
Vivimos en el planeta Tierra que tiene 4543 miles de millones de años. Los arqueólogos calculan que la humanidad tiene 300 000 años. Son millones de años de evolución de la materia que según afirmó el químico Lavoisier, en 1785: «la materia no se crea ni se destruye, solo se transforma». Teoría cuestionada por Albert Einstein en su famosa teoría de la relatividad, donde afirmaba que la masa y la energía eran equivalentes y que, en definitiva, «la materia era energía atrapada». Deduzcamos, pues, que mantenemos la materia desde hace millones de años; sí, somos muy viejos. También deduzcamos que si conseguimos atrapar mucha energía creamos materia, y si liberamos la energía de la masa esta desaparece, como se ha demostrado en los laboratorios de física cuántica desde 1933.
¿Sabéis que para generar una pequeña partícula de materia se necesita una enorme cantidad de energía? Se necesita un colisionador de partículas del tamaño de New York para crear un solo gramo de materia o de antimateria. O dicho de otro modo, la energía que representa un solo gramo de materia equivale a la que se obtendría de quemar treinta y dos millones de litros de gasolina. La mente humana busca medir, cuantificar y entender para tomar el control frente al miedo y también para satisfacer su necesidad creativa. Somos consumidores de energía, nuestra vida se basa en el consumo de energía y esa ha sido nuestra obsesión, captar fuentes de energía y tener el control sobre las mismas. Acceder al control de la energía garantiza la vida, una vida limitada en nuestro universo material limitado, como dijo a título póstumo Stephen Hawking. Somos consumidores de energías limitadas, de alimentos, de oxígeno y de luz sobre la que no tenemos el total control, aunque la ciencia esté trabajando en ello.
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