Patricio Zapata Larraín - La casa de todos y todas

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Hace cinco años Patricio Zapata publicó en este sello editorial La Casa de Todos. Mucho ha pasado desde entonces. Ante el inminente plebiscito del 26 de abril de 2020 y la posible Convención Constitucional que podría elegirse en octubre de este mismo año, el autor presenta un libro nuevo que pone al día el debate. Páginas inéditas sobre las causas y consecuencias del estallido social de octubre de 2019, un análisis a profundidad de los diferentes argumentos que se esgrimen por partidarios del Apruebo y del Rechazo y una toma de posición sobre el sistema de gobierno y el régimen municipal hacen de este texto mucho más que una edición actualizada. El autor, uno de los constitucionalistas más prestigiosos e influyentes del país, ha querido modificar el título de la obra original. La inclusión del «Todas» no está pensada como un guiño a la corrección política, sino más bien quiere expresar con la mayor fuerza posible una voluntad de aprender con gratitud y humildad las lecciones fundamentales que nos deja, como sociedad, el potente movimiento en favor de los derechos de la mujer. Zapata no esconde su opinión favorable al cambio constitucional, sin embargo, se ha propuesto evitar el panfleto y la caricatura. En ese sentido, la presente publicación quiere conversar respetuosamente con personas que tienen muy distintas posiciones. Por lo mismo, este texto también podría ser útil para quienes tienen serias dudas sobre la conveniencia del cambio constitucional. Si le interesa el futuro de nuestras instituciones, si quiere ser parte activa del proceso constituyente, si quiere criticar con argumentos, este es, sin duda, un libro que usted debe leer.

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Se me ocurren muchas maneras de expresar repudio ante el vandalismo. Y de trabajar en serio para que sea controlado y castigado. No alcanzo a percibir, sin embargo, cuál sería el nexo lógico entre rechazar la idea de una Nueva Constitución y avanzar en la consecución de esos muy necesarios y urgentes propósitos.

El sabotaje a la PSU, llevado adelante, y solo parcialmente logrado, por un grupo muy pequeño de secundarios tan convencidos de su propia verdad que no les importó violentar los derechos y anhelos de decenas de miles de otros jóvenes, produjo explicable molestia en muchísimas familias. En los días siguientes a este episodio, escuché a más de alguien decir que esa había sido la gota que había colmado su paciencia y que, si no éramos capaces como país de garantizar el derecho a un test de selección a cien mil estudiantes, no tenía ningún sentido seguir adelante con un proceso constituyente. El peligro de un razonamiento de ese tipo es que le entrega a cualquier grupo que tenga el nivel de fanatismo de los militantes de la ACES un inmenso poder de veto sobre lo que, como país, estamos dispuestos a intentar.

¿Qué pasaría si, Dios no lo quiera, a un grupo de extremistas, de uno u otro lado, se le ocurriera, diez días antes del plebiscito, realizar un atentado con el resultado de pérdida de vidas humanas? ¿Tendríamos las chilenas y chilenos pacíficos, la inmensa mayoría del país, que cambiar, acaso, nuestro voto, de Apruebo a Rechazo o de Rechazo a Apruebo, para “responderle” a los violentistas?

Uno esperaría que, con el paso de los años y la experiencia obtenida, los moderados fueran, en este terreno, ganando en lucidez y fortaleza. Para algunas personas, sin embargo, pareciera que pasa todo lo contrario. En la medida que envejecen se van volviendo más pesimistas sobre la posibilidad de encausar los procesos. Pasan demasiado rápido del sentido de responsabilidad al pánico. Queda voluntad para condenar a “los locos”, pero poquita energía para proponer y defender los caminos políticos cuerdos. A veces me parece estar viendo y escuchando al veterano teniente Murtaugh quejarse: “I’m getting too old for this shit”.41

En lo que a mí respecta, me parece que debiera ser exactamente al revés. Y si a los 21 años de edad no dejé que la presión de los extremos de los años ochenta (la dictadura de Pinochet por un lado y el plan de alzamiento armado del Frente Manuel Rodríguez por el otro) me dictara el curso de acción que yo debía apoyar, menos voy a abdicar de mi capacidad de juicio propio ahora, treinta años después y con 30 kilos más, dejándome poner en la posición de ser un mero comentarista o “rechazador” de las barbaridades que hagan los anarcos, los narcos, el lumpen o los hooligans criollos.

La aventuras de la “hoja en blanco”

Escuchando o leyendo a los partidarios del Rechazo uno de los conceptos que más se repite, una y otra vez, es el de la “hoja en blanco”. Ante el hecho de que algunos partidarios de la Convención Constituyente han señalado que ella, la Convención, tomaría sus decisiones con “una hoja en blanco”, estos críticos plantean lo inconveniente y peligroso de un ejercicio de estas características.

Para los partidarios del Rechazo, pero también para algunos que todavía no han decidido su voto, la noción misma de “hoja en blanco”, entendida como sinónimo de partir de cero, revelaría que muchos de los partidarios de la Nueva Constitución estarían movidos por un ánimo refundacional y que, en consecuencia, de ganar la alternativa del Apruebo en abril de 2020, existiría una muy alta probabilidad que, de ahí en adelante, la Convención constituyente elegida en octubre de 2020 haga tabla rasa de todas las cosas buenas que tiene el orden constitucional actual, niegue o desconozca la historia chilena y que, con total irresponsabilidad, trate de imponer al país un experimento de ingeniería social completamente ajeno a nuestras tradiciones.

Dediquémosle un par de páginas a este argumento.

Lo primero es reconocer que es efectivo que el término “hoja en blanco” ha venido siendo usado, desde hace bastante tiempo, por varios connotados partidarios del cambio constitucional. Al mismo tiempo, sin embargo, es indispensable precisar cuál es el sentido en que se emplea la expresión por quienes la acuñaron en primer lugar.

La expresión “hoja en blanco” se usó originalmente, y se sigue usando, para graficar la realidad de un debate constitucional donde todos los que participan, tanto los partidarios de los cambios como los oponentes, se encuentran situados en un plano de igualdad. Su opuesto lógico, la “hoja ya escrita”, sería la situación de asimetría inherente a la manera en que se han discutido en el Congreso las reformas a la Constitución chilena de 1980.

Al hacer la genealogía de la expresión “hoja en blanco” nos encontramos con que el padre de la creatura sería, ni más ni menos, que el expresidente de la República Ricardo Lagos. La habría usado en una conversación con los medios de comunicación en julio de 2013. Semanas después, desarrolló el concepto en una columna titulada “Hoja en blanco: el punto de partida de los cambios constitucionales que Chile requiere”. En ese texto, y luego de recordar los muchos esfuerzos desplegados por la Concertación para democratizar la Constitución, incluyendo la reforma de 2005 que a él le tocó liderar, Lagos plantea que “ha llegado el momento de plantear algo diferente”. Lo explica: “En las discusiones que llevaron a la Constitución de 1833, en el proceso constituyente de 1870, en el trabajo para elaborar la Carta de 1925 o en las modificaciones de 1943, nadie tenía ni pretendía usar un poder de veto de un sector sobre el proceso, si no se entendía que la sociedad chilena requería cambios constitucionales para mantener la legitimidad de las instituciones políticas que permitía modificar las cartas constitucionales. Hoy, sin embargo, tenemos un veto explícito sobre la mesa: el de la derecha, que puede frenar cualquier cambio si no es de su gusto. En la oposición hemos ganado la mayoría de las elecciones desde 1988 en adelante, pero nunca hemos logrado poder discutir una carta constitucional de igual a igual con la derecha. ¿Es posible debatir entre todos una Nueva Constitución sin que exista el derecho a veto, la permanente amenaza de que si no llegamos a acuerdo primará lo actual? Más que discutir sobre el mecanismo (asamblea constituyente u otro) es importante acordar que el diálogo sea sin calculadora en mano. La derecha chilena debe aceptar sentarse a redactar una carta constitucional a partir de una hoja en blanco y (si) entre todos se decide mantener de la carta actual, se mantiene”. 42

La verdad es que, apenas enunciada, la susodicha “hoja en blanco” generó polémica. Al historiador Joaquín Fermandois le llamó la atención que el presidente Lagos propusiera pensar en una Nueva Constitución comenzando con una “hoja en blanco”. Dijo Fermandois: “Extraña opinión en labios de quien, junto con Patricio Aylwin, ha sido el Mandatario más históricamente consciente (y el más leído) que ha tenido la nueva democracia. (…) Toda la historia político-constitucional desde 1990 hasta 2005 –la llamada “Constitución de Lagos”– consistió en el esfuerzo por depurar de su contenido moderno y democrático, sensato también, todo lo que tenía de circunstancial y con apellido. Cierto, persistía lo del binominal –que ahora es más bien un chivo expiatorio, pues los quorum tienen antecedentes en otras democracias–, y la derecha y no pocos parlamentarios de la Concertación arrastraron los pies porque el sistema les era funcional. Ahora, por eso que se llama “presión de la calle”, a la que se sobredimensiona, se pretende volver a fojas cero, en entusiasmo carnavalesco, escudándose en la inextinguible tentación de creer que las leyes crean el orden perfecto. La creencia autoinducida de que se está en crisis, inherente a la izquierda, y el descalabro interminable de la derecha, autoinducido también, precipitan manotazos de soluciones. Algunas quizás inteligentes, poco digeridas en todo caso. Chile, ¿merece una hoja en blanco?”.43

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