1 ...7 8 9 11 12 13 ...22 Ese mismo año, 2013, Fernando Atria dedica varias páginas de su “Constitución tramposa” a explicar y apoyar el planteamiento de Lagos sobre la “hoja en blanco”. No sé cual habrá sido el sentimiento íntimo del expresidente al verse defendido con tanto entusiasmo por Atria. Lo que sí parece claro es que para la derecha más refractaria al cambio, el hecho de que Fernando Atria, el monstruo de sus pesadillas constitucionales, le haya dado su aval a la “hoja en blanco”, terminó, probablemente, por convencerla de que el concepto tenía que ser perverso.
La, errada, comprensión de “hoja en blanco”, como si fuera un botar a la basura todo el pasado, no solo provocó inquietud en círculos conservadores. También generó algunas dudas en sectores liberales. Eso explica, por ejemplo, que a principios de 2015 Arturo Fontaine haya planteado en un seminario académico la conveniencia de llevar adelante el tránsito hacia una Nueva Constitución, teniendo como punto de partida la Constitución de 1925.
Desarrollando su idea, en columna de opinión en El Mercurio el 1° de Marzo de 2016, Fontaine expresa: “Dejar atrás la Constitución del 80 significa no solo dejar atrás tales y cuales normas, sino que alejarse del arrogante espíritu fundacional que la anima. Ocurre que Chile no es una página en blanco, ocurre que la democracia chilena no es una página en blanco. Es una de las democracias más antiguas y respetadas del mundo. Ni Francia, ni Italia, ni Alemania tienen una tradición democrática como la nuestra. La democracia chilena ni la inventó la Constitución de 1980 ni la vamos a inventar ahora. Partir de cero le resta credibilidad al nuevo texto constitucional y desmerece nuestra propia historia”.44 Al día siguiente, el rector Carlos Peña escribe al mismo diario, manifestando: “Arturo Fontaine ha formulado una muy buena idea para el actual debate constitucional. Al sugerir retroceder a la Constitución de 1925, elude dos extremos: el de la página en blanco (la esperanza que late en los futuros cabildos) y la permanencia de las reglas de 1980 (puesto que basta que la minoría bloquee un acuerdo para que se mantengan)”.45
Desde 2013 hasta hoy, el expresidente Lagos ha vuelto a explicar, una y otra vez, que la “hoja en blanco” no significa –en modo alguno– olvidar la historia constitucional chilena ni partir de cero.46 Quienes han tenido ocasión de escuchar o leer al ex primer mandatario cuando se refiere a temas constitucionales, habrán advertido cuán intensa ha sido siempre su admiración por la tradición republicana chilena. Y cuán arraigada es su vocación reformista (y no revolucionaria utópica). Estos hechos de la causa, públicos y notorios, debieran ser, en principio, suficientes para descartar, en observadores de buena fe, que la “hoja en blanco” por él explicada tenga, en materia de contenidos, un sentido fundacional.
Lo cierto es que de las personas partidarias de una Nueva Constitución que se han referido públicamente a la “hoja en blanco” la inmensa mayoría entiende y defiende la noción en los términos del expresidente Lagos. Esto no obsta, por supuesto, a que pueda haber alguna declaración suelta, algún tuit o un grafitti que la entienda de otra manera.
En su ya citada “Constitución tramposa”, Fernando Atria, por ejemplo, es muy claro sobre el punto. Es un error, dice, creer que la demanda de hoja en blanco o partir de cero es una (ininteligible) pretensión de negar la historia”. Agrega: “Una Nueva Constitución no es partir de cero en el sentido de negar la historia. Es partir de cero en el sentido de que es una decisión que no está atada a decisiones anteriores, que no está limitada en cuanto a lo que se ha de decidir por reglas que le son anteriores. Nada de esto quiere decir, por supuesto, que una Nueva Constitución no puede hacer propias reglas, instituciones o prácticas antiguas. Si lo hace, sin embargo, no es porque esté obligado a ello por ellas, sino porque considera que son suficientemente adecuadas, que es precisamente la manera de afirmar nuestra continuidad con nuestra historia”.47
El verdadero sentido de la “página en blanco” es muy claro para los constitucionalistas de centroizquierda e izquierda. El 17 de noviembre de 2019, dos días después del Acuerdo por la Paz y la Nueva Constitución, un grupo de 34 destacados especialistas en derecho público de talante progresista ofrecen a la opinión pública una explicación sobre qué significa que la Convención Constituyente opere con hoja en blanco. No hay, por supuesto, ninguna referencia a la idea de partir de cero.48 Al día siguiente, 18 de noviembre de 2019, se da a conocer la declaración “El Acuerdo por la Paz Social y la Nueva Constitución no es una trampa”, suscrito por un total de 262 profesoras y profesores de Derecho y Ciencia Política. Este texto vuelve a exponer el sentido preciso de lo que significa efectivamente “página en blanco”.49
Espero haber demostrado que el término “hoja en blanco” nunca ha significado, para quienes lo introdujeron a nuestra conversación constitucional, y para quienes lo defienden, que sea necesario, o bueno, hacer una Nueva Constitución que parta de cero.
Aun cuando pienso que mi demostración sobre el verdadero, y relativamente inofensivo, sentido de “hoja en blanco” es bastante contundente, no me engaño en cuanto a que los partidarios del Rechazo parecen haber tenido cierto éxito (el 26 de abril de 2020 sabremos cuánto) en atribuir a esta expresión connotaciones inconvenientes o peligrosas. Puede ser provechoso reflexionar sobre este fenómeno.
Lo primero que debe reconocerse es que la expresión misma “hoja en blanco” es resbaladiza (es fácil que se escape de las manos). Más allá de lo que se quiera decir con ella, la idea de blanco es muy fácil de asociar a vacío, incertidumbre y riesgo (así, por ejemplo, cheque en blanco, mente en blanco). Es, precisamente, el tipo de concepto que incomoda naturalmente a las clases medias y a los electorados de centroderecha. Los líderes e intelectuales del Rechazo lo advirtieron de inmediato. Y, por eso, le han dado como caja.
El tema que comentamos es un ejemplo más de los riesgos de usar metáforas en el terreno de la política o las ciencias sociales. Estas figuras retóricas tienen, por supuesto, la virtud de ser un gran vehículo para colocar una idea en la esfera pública. Todos entendemos rápido qué significa que el cobre sea el “sueldo” de Chile, que les negaremos “la sal y el agua”, que con Tomic “ni a misa” o que la revolución de Allende iba a ser con “vino tinto y empanadas”. Más recientemente, “Chilezuela”. Por mi parte, yo quisiera pensar que “La Casa de Todos y Todas” es una metáfora que transmite bien un conjunto de ideas sobre una Constitución deseable.
El problema de las metáforas, no obstante, es que, precisamente por la gruesa simplificación que suponen, es relativamente fácil que puedan volverse contra sus creadores, especialmente, por supuesto, cuando los adversarios las sacan de su contexto original.50
No creo, sin embargo, que este sea únicamente un problema de las reminiscencias o resonancias puramente semánticas de una frase. Si la “hoja en blanco” ha terminado por complicar un poco el alegato por una Nueva Constitución ante ciertas audiencias es porque la expresión, en sí misma, confirma, en una parte del público, el diagnóstico crítico o desconfiado que ya tienen esas personas sobre el emisor del mensaje. Precisamente porque hay un número no desdeñable de chilenas y chilenos que piensan que la izquierda es utópica y maximalista es que “hoja en blanco” toca una tecla sensible en su intención de voto. Aquí no hay pura paranoia. Seamos francos, existe, efectivamente, una parte de la izquierda que quisiera hacer todo de nuevo y que, además, vive pensando que faltan apenas dos días para poder asaltar el Palacio de Invierno.51
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