Las comunidades afrodescendientes en América Central también crecieron en Guatemala, Honduras, Nicaragua y Panamá. En Honduras, Guatemala, Belice, y Nicaragua hubo una historia más antigua de Garífunas (en la vieja antropología conocidos como “Caribes Negros”) asentados en la región forzosamente desde finales del siglo XVIII (alrededor de 1789), cuando los colonialistas británicos los expulsaron de las islas San Vicente y las Granadinas, al percibir que estos grupos de cimarrones afrodiaspóricos e indios caribes eran imposibles de colonizar. Estos son pueblos quinta-esencialmente diaspóricos, dado que mantienen su identidad étnica transnacional como Garífunas donde quieran que estén. Muchos viven en ciudades globales metropolitanas como Nueva York y Los Ángeles, al mismo tiempo que mantienen distinciones nacionales identitarias como guatemaltecos, beliceños y hondureños. Las comunidades afrocentroamericanas han producido una robusta literatura en la que se destacan escritores como Quince Duncan y Shirley Campbell en Costa Rica, y movimientos sociales que se han agrupado en una red llamada Organización Negra de Centroamérica-Oneca desde 1993.
En suma, una nueva ola de migraciones redibujó la geografía de las Américas en los terrenos históricos de Afroamérica en general y de las diásporas afrolatinas en particular.
En este conjunto de historias, un episodio importante fue la masacre en 1937 de cerca de 20.000 haitianos en la República Dominicana, por orden del dictador Rafael Leonidas Trujillo quien, agresivamente, desplegó una campaña a favor de una definición negrofóbica de identidad dominicana fundada sobre sentimientos antihaitianos. La dictadura de Trujillo fue instrumento en el desarrollo de una peculiar postura racista antinegra en la República Dominicana, basada en el desplazamiento de la negritud hacia Haití, mientras los intelectuales desarrollaban un discurso hispanófilo de nacionalidad dominicana y una nomenclatura indigenista en la cual todos los dominicanos de piel oscura (negros y mulatos) eran clasificados como una especie de “indios” 91.
La situación de República Dominicana es singular dada su proximidad a Haití, como ilustran las celebraciones oficiales de la independencia, no de España; sino de la ocupación haitiana que abolió la esclavitud en todo el territorio insular en 1822 y que constituía en parte una respuesta defensiva contra los esfuerzos imperiales que se unificaban para ahogar a la Revolución haitiana 92.
A comienzos del siglo XX también se sucedieron oleadas migratorias relativamente grandes procedentes del Caribe Anglófono, especialmente por concepto de mano de obra para la industria azucarera de San Pedro de Macorís. Algunos miles de estos nuevos inmigrantes, que eventualmente fueron denominados como Cocolos, en el lenguaje coloquial, también se unieron a la Asociación Universal por el Mejoramiento de los Negros fundada por Garvey. Los miedos anti-negros contra los inmigrantes de las Indias Occidentales estaban presentes no solo en la República Dominicana como se demostró en un libro publicado por un escritor panameño Orlando Alfaro en 1924 titulado El peligro antillano en la América Central .
De hecho, en Panamá, un lugar que eventualmente se convirtió en eje para las organizaciones afrolatinas tanto a niveles nacionales como hemisféricos, una tensión histórica entre las Indias Occidentales (o las Antillas) y las diásporas afrohispánicas, acarreó una negociación para consolidar un movimiento nacional unificado de afrodescendientes. La oposición en el discurso nacionalista hegemónico de los llamados afropanameños coloniales, representados como auténticos panameños, en contraste a los afroantillanos de origen mayormente anglófono, rechazados como extranjeros, provocó fisuras que han constituido obstáculos a la articulación del movimiento afropanameño ( Priestley & Barrow, 2008).
El período que transcurre entre la gran depresión de 1930 y el estallido de la Segunda Guerra Mundial golpeó duramente las estructuras establecidas en el sistema-mundo moderno/colonial capitalista y reconfiguró las sociedades latinoamericanas. Los cambios en las zonas rurales que profundizaron la concentración de la tierra en grandes latifundios, la pérdida de tierra a gran escala por los campesinos negros y la emergencia de un proletariado rural de afrodescendientes, devino en una migración masiva del campo a la ciudad y en la organización de asentamientos urbanos que se convirtieron en centros de las políticas y culturas afrolatinoamericanas. La urbanización de los afrodescendientes y el crecimiento de culturas populares urbanas negras fue la piedra angular para el proceso emergente de afroamericanización de la cultura pública de América Latina en varios escenarios locales y nacionales, y en toda la región.
Hay tres elementos que son cruciales para explicar cómo las prácticas culturales afroamericanas fueron capaces de moverse desde las periferias hasta la centralidad. Este cambio es más visible en la música y la danza, pero también se ve claramente en otros marcos culturales como la literatura, las artes visuales, los performances artísticos y la religión. El primer elemento, el cual puede considerarse fundador, fueron las luchas de los afrodescendientes para reafirmar y defender sus prácticas culturales como expresiones válidas de cultura nacional, contra el discurso hegemónico y las políticas culturales que las desvalorizaban como marginales y retrógradas. En los peores momentos, como en Brasil y Cuba hasta las primeras décadas del siglo XX, trataron de reprimir las religiones afrodiaspóricas. Estos conflictos cotidianos que son a la vez raciales, sociales y culturales, fueron lanzados por las clases urbanas medias de mulatos y negros, pero también por los afrodescendientes de sectores subalternos (clase trabajadora y aquellos marginalizados de los empleos formales), quienes vivían en los barrios , las nacientes favelas en Río de Janeiro o en los solares de La Habana.
El segundo factor fue el surgimiento de las industrias culturales como la radio, los estudios de grabación, el negocio del entretenimiento, las revistas comerciales y la industria fílmica, que facilitaron que la música negra y los bailes se extendieran en varios contextos nacionales y trasnacionales: marcadamente, Brasil, Cuba y Puerto Rico, en relación con los afroestadounidenses, con los centros afrolatinos metropolitanos y, especialmente, en la ciudad de Nueva York. El tercer elemento fue la organización de las redes transnacionales de intelectuales afroamericanos –artistas, escritores, académicos, organizadores políticos, gestores culturales– que cultivaron, a través de la creación cultural y el activismo político y epistémico, redes translocales que constituyeron movimientos culturales y corrientes intelectuales que articularon la diáspora africana a través de las Américas y en Europa 93.
Los roles específicos, y la participación de afrolatinos en las redes cosmopolitas de la diáspora africana en las décadas de 1930 y 1940 amerita ser investigada en mayor detalle. Un ángulo productivo de estudio es analizar los proyectos de vida, los rasgos identitarios y los múltiples enlaces del afropuertorriqueño Arturo Alfonso Schomburg, quien es ampliamente conocido como el coleccionista del archivo mayor de la historia y cultura de la diáspora africana global. La vida y legado de Arturo Schomburg, un puertorriqueño negro, quien fundó el que aún hoy es el más importante archivo mundial para la historia negra, fue un pilar del Renacimiento de Harlem, y se convirtió en Presidente de la Academia Negra Americana, que representa una fuente fecunda para estudiar los avatares y articulaciones de la diáspora africana global y en particular de Nuestra Afroamérica. Las construcciones diferentes que se han hecho de la biografía de Schomburg, si se visualiza como puertorriqueño, norteamericano negro, y/o intelectual afrocaribeño, son reveladoras de cuán diversos son los discursos de la diáspora al definir sus temas y espacios. En Puerto Rico, Schomburg es escasamente conocido, mientras que en la memoria puertorriqueña en los Estados Unidos encabeza la lista de los grandes boricuas. En contrapunteo, los historiadores negros norteamericanos tienden a recordarlo como el archivista negro Arthur Schomburg, tendiendo a no reconocer o restar importancia a su puertorriqueñidad.
Читать дальше