En 1977, fui a la India en yatra o peregrinaje espiritual y, al volver, me mudé a Los Ángeles, donde finalmente conocí a mi alma gemela, a mi pareja espiritual, Gurushabd Singh. Nos casamos en otoño de 1982. Nos levantábamos siempre a las 3:30 e iniciábamos la jornada con una sadhana, una práctica de oración, yoga y meditación diarias. Soñé que me quedaría embarazada el 15 de mayo. Guardo un recuerdo tan vivo de ello que, si cierro los ojos, puedo volver a contemplar las visiones como si se tratase de una película. Ya había cumplido los cuarenta y pensé que concebir no sería asunto sencillo. Pero, como no podía ser de otro modo, el 15 de mayo de 1983, a los cuarenta y dos años, me quedé embarazada de nuestra hija, veinte años después del nacimiento de mi hijo. Fue un milagro divino.
En aquella época, solo había una clase de gimnasia para embarazadas en todo Los Ángeles. Acudí pero no me pareció ni acogedora ni educativa. Me sentía gorda, rara y fuera de lugar. No hablábamos ni nos sentíamos en familia; nos limitábamos a movernos al ritmo de una música frenética, como si se tratase de una vulgar clase de aeróbic. Luego, me apunté a una clase de estiramientos en el estudio de Jane Fonda, un estupendo centro de entrenamiento situado a poca distancia de casa. La clase la daba Peter, un hombre muy amable que me apoyaba en todo y al que cogí mucho cariño durante mi embarazo. A medida que mi vientre crecía, él iba adaptando la clase a mis necesidades. Yo me salía antes de acabar, cuando empezaban la tanda de abdominales, le daba un abrazo a Peter y volvía a casa dando un paseo, agradecida, consciente de que los abdominales no eran para mí. Me sentía tan cómoda y feliz que acudía a clase prácticamente a diario; principalmente por el placer de compartir tiempo con otras personas.
Como profesora de yoga que era, ideé un programa de ejercicios para mí. Cada día caminaba, hacía una serie de los ejercicios que Yogui Bhajan recomendaba para las embarazadas y meditaba. Gracias a Dios y a ese programa de ejercicios, pude hacer frente al reto de dar a luz a los cuarenta y tres años. Algo difícil pero en ningún caso imposible.
Nuestra hija Wahe Guru Kaur nació en febrero de 1984, en casa; con la ayuda de una comadrona. Contrariamente a lo que le había pasado a la ingenua Mary, la experiencia del parto fue como una larga meditación, un ir constantemente hacia el interior que abrió mi cuerpo como se abren los pétalos de una flor al sentir el calor del sol. Por lo menos, así es como lo recuerdo. Hace un par de años, alguien me preguntó si grité durante el parto y, muy segura, contesté qué no. Mi marido me miró como si me hubiese vuelto loca y apuntó: «¿Qué dices? ¡Gritaste como una posesa!». Bueno, lo cierto es que no lo recuerdo porque estaba inmersa en un viaje interior, sin palabras.
Tanto mis estudiantes como personas que no conocía me preguntaron qué había hecho durante el embarazo. Comprendí que había aprendido ciertas cosas que podía compartir y empecé a dar clases de yoga a un reducido grupo de mujeres embarazadas en mi diminuta casa —nuestro «nidito», como lo llamábamos, porque era acogedor y cálido—, mientras mi hija Wa dormía en la habitación de al lado. El número fue creciendo y me encontré enseguida con una gran cola de mujeres que aguardaban en mi puerta, ávidas de que les enseñaran a enfocar de un modo distinto su embarazo. ¡Tuvimos que mudarnos a una casa más grande para poder dar las clases!
Hoy, diecinueve años después, cientos de mujeres siguen El Camino Khalsa, el programa educativo semanal para mujeres embarazadas y sus parejas que enseñamos en nuestro centro Golden Bridge. La mayoría de las madres vuelven a los cuarenta días con sus bebés para asistir a clases de «Madres y bebés». También recibimos con los brazos abiertos a los padres. El centro se ha convertido en una gran familia que no para de crecer. Tras estos años, he comprendido al fin lo que Yogui Bhajan quiso decir cuando me anunció que ayudaría a traer hijos al mundo. Se refería a que ayudaría a que nuevas almas llegasen a brazos de madres preparadas física, mental y espiritualmente para guiar sus pasos por el extraordinario viaje que es la vida.
Yogui Bhajan explica que no fue a América a buscar alumnos sino a formar profesores. Siguiendo esa línea, nuestro centro de entrenamiento para profesores Khalsa Way atrae a mujeres de todo el mundo que siguen un curso de setenta horas de formación que dura una semana, tras las que reciben un certificado. Estas mujeres pueden, luego, volver a enseñar en sus lugares de residencia llevando así más y más lejos estos conocimientos. Gracias a eso, estas antiguas enseñanzas están ayudando a mujeres y familias de todo el mundo y, con ello, están mejorando el propio mundo.
Como padres, tenemos la obligación de elevar nuestra conciencia no solo en lo relativo a la concepción, el embarazo, el parto o el hecho de ser padres sino en el conjunto de nuestras vidas. Es nuestro deber procurar todo lo necesario para que nuestros hijos lleven una vida que les permita recordar quiénes son en realidad: seres espirituales que han nacido para tener una experiencia humana.
Nuestros cuerpos son el medio que nos permite conocer y cuidar nuestra conexión con el Infinito. Hacemos ejercicio para despertar la kundalini, la energía primigenia que descansa en la base de la columna, enroscada como una serpiente dormida. El kundalini yoga actúa como la flauta de un antiguo encantador de serpientes indio que es capaz de sacar a la cobra de su sopor. Para lograr que la energía suba por la espalda, el kundalini yoga se vale de combinaciones de asanas (posturas), pranayamas (ejercicios de control de la respiración), mudras (posturas de manos) y mantras (sonidos que se repiten para cambiar la conciencia).
Al practicar esta clase de yoga, aun en su forma más simple, no solo se consigue fortalecer el cuerpo físico, sino que se estimula y equilibra el sistema de chakras. Chakra es un término sánscrito que significa «rueda». Imagina tus chakras como vórtices de energía que giran en distintas partes del cuerpo. Cada uno de los chakras irradia un tipo de energía concreta que es vital para la salud, la felicidad y el bienestar de la persona. ¿Qué hace el kundalini yoga en realidad? Aúna la energía del sistema glandular y la del sistema nervioso central y crea un estado de sensibilidad que estimula el cerebro. Gracias a ese estímulo, el cerebro puede interpretar las señales tal y como las recibe. El resultado es una claridad cristalina en las percepciones, los pensamientos y las intuiciones. De ahí que, a menudo, se diga que el yoga kundalini es el «yoga de la conciencia».
Cuando una mujer pone en práctica las antiguas enseñanzas y técnicas crea una comunión entre su ser y el alma que crece en su vientre. Los seres exterior e interior alcanzan una unión más completa y la mujer se conecta a la serena fuente de fuerza y compasión que es el centro de su ser.
En mis plegarias, siempre pido que cuando una mujer empiece a utilizar esta hermosa ciencia que es el kundalini yoga, experimente un auténtico cambio en su vida que aumente su bienestar y felicidad y la anime a seguir dedicando tiempo a estas técnicas que cambian la vida, consiguiendo así una existencia más plena tanto para ella como para sus hijos, su familia y el mundo en sí. Que el embarazo sea la chispa que encienda un aprendizaje que dure toda la vida.
Este libro no es un manual. No te explica cómo dar a luz de manera nueva, mejor o diferente. Tampoco se refiere a la «gestión» de tu embarazo. Al igual que el yoga es más una práctica de autoaceptación que un programa de ejercicios orientado a la mejora personal, el kundalini yoga y las meditaciones que figuran en este libro pretenden orientar tus pasos hacia tu interior, para que recuerdes el conocimiento que ya está en ti. La experiencia de tener un hijo contiene en sí lo necesario. De ti, solo requiere que la aprecies como merece.
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