Dean Onimo - Reconquista (Legítima defensa)
Здесь есть возможность читать онлайн «Dean Onimo - Reconquista (Legítima defensa)» — ознакомительный отрывок электронной книги совершенно бесплатно, а после прочтения отрывка купить полную версию. В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: unrecognised, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.
- Название:Reconquista (Legítima defensa)
- Автор:
- Жанр:
- Год:неизвестен
- ISBN:нет данных
- Рейтинг книги:4 / 5. Голосов: 1
-
Избранное:Добавить в избранное
- Отзывы:
-
Ваша оценка:
- 80
- 1
- 2
- 3
- 4
- 5
Reconquista (Legítima defensa): краткое содержание, описание и аннотация
Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Reconquista (Legítima defensa)»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.
Reconquista (Legítima defensa) — читать онлайн ознакомительный отрывок
Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Reconquista (Legítima defensa)», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.
Интервал:
Закладка:
—No tiene gracia —respondió el interpelado—, ya sería tiempo de que madures de una vez por todas —aconsejó impertérrito.
A punto estuvo de entrar al trapo de la provocación.
No obstante, decidió pasar por alto las frivolidades de su amigo, teniendo en cuenta la sobredosis emocional que representaba para este último asumir su nueva situación de paciente terminal.
Paradójicamente, lo más irónico del caso era que este no parecía ser tampoco el momento más adecuado para mantener este tipo de debates.
Así y todo, tuvo que reconocer a su pesar que Rodrigo Díaz, con sus inverosímiles ocurrencias, a veces hasta resultaba ingenioso.
No siempre divertido.
Pero ingenioso al fin y al cabo.
Admitió a regañadientes, todo hay que decirlo, que el hecho de que el Santo Padre fuese jesuita y por si esto no fuera suficiente, también argentino, era algo que planteaba algunas preguntas difíciles de responder.
«Tendré que comentarlo con Isabel, a ver qué le parece», pensó para sí, antes de añadir en voz alta:
—Corramos un tupido velo —ofreció el galeno mirando a Rodrigo directamente a los ojos.
Alto el fuego.
Cese temporal de hostilidades.
Firmaron tablas.
El tipo de empate que es del agrado de todas las partes.
Una vez más la sangre no llegó al río.
Rodrigo asintió varias veces con la cabeza, después entrecerró los ojos y a continuación, tras rascarse pensativamente la nariz, fue consciente de que la tensión acumulada se había evaporado poco a poco.
Acto seguido, preguntó intrigado al tiempo que señalaba con el dedo la pared situada al fondo de la sala:
—¿Y esos cuadros?
—Son dos óleos sobre tela de 40 x 40 centímetros que adquirimos el mes pasado. Pensé que sería una buena idea tenerlos colgados ahí mismo para dar una pincelada de color al despacho —ilustró el galeno, inquiriendo a continuación—. ¿Te gustan?
—Mucho, aunque no pensaba que fuese tu estilo.
—¿Por qué lo dices?
—Bueno, mírate y mírame. Convendrás conmigo que corresponden más a mis gustos que a los tuyos.
Sin pronunciar palabra, ambos adoptaron instintivamente la actitud desafiante de dos duelistas buscando los puntos débiles de su rival, mientras se tomaban un tiempo para estudiarse detenidamente el uno al otro.
Eran conscientes de que habían alcanzado una edad en la que tenían muchas más cosas que contar del pasado que del futuro.
Pese a todo, puede que ya no estuvieran en la flor de la juventud, pero tampoco es que fuesen plantas marchitas.
Los dos sobrepasaban por poco el metro ochenta de estatura.
Aunque nacidos el mismo año, once meses separaban su fecha de nacimiento.
Fernando vino al mundo a principios del mes de enero y Rodrigo a mediados de diciembre.
Rodrigo, ancho de hombros, sin una pizca de grasa, con un cuerpo fibroso, gozaba de una excelente forma física a pesar de acercarse inexorablemente a la séptima década de su vida.
Fernando, por el contrario, debía esforzarse a diario para lograr contrarrestar la persistente curvatura de su abdomen.
Tanto el uno como el otro habían tenido indudable éxito en su respectivas profesiones.
Cada cual a su manera había trabajado su estética personal.
Bueno, como saltaba a la vista, uno bastante más que otro.
Rodrigo, pese a la inesperada condena a muerte, lucía un bronceado saludable y vivía al margen de superfluas sofisticaciones.
Por esa misma razón y manteniéndose fiel a sus ideas, vestía de manera informal.
Unos pantalones vaqueros descoloridos Levi’s 501, unas zapatillas embarradas Converse All Star, una camiseta arrugada adquirida en uno de los numerosos establecimientos del grupo Inditex y la joya de la corona, una chaqueta de cuero de Claude Montana.
Esta última, una reliquia icónica con más de treinta años de existencia de la que Rodrigo no se separaba jamás.
Fernando, por su parte, sibarita, siempre elegante, de exquisitas maneras y gustos refinados, lucía un traje impecable de tres piezas confeccionado a medida por uno de los mejores sastres londinenses de Savile Row con el pliegue de los pantalones perfectamente planchado.
El cuello de la camisa almidonado así como una pajarita a juego con el pañuelo que desbordaba del bolsillo superior de la chaqueta completaba su clásica y conservadora indumentaria.
Obviamente, no podían faltar los zapatos Churchs pulcramente lustrados.
Incluso cuando se cubría con la inmaculada bata blanca que colgaba del perchero Thonet y que combinaba a la perfección con las canas que adornaban las sienes de su poblada cabellera, el conjunto resultante le confería el aspecto imperial de un tribuno romano.
Para rizar el rizo, un cordón brillante de seda negra sujetaba las gafas de concha de carey que colgaban de su cuello.
—De acuerdo, tú ganas —concedió el médico al cabo de un momento, dándose por vencido, añadiendo de inmediato una matización esencial—, para qué vamos a engañarnos, es cosa de mi mujer.
—¿Quién es el pintor? —inquirió Rodrigo.
—Se llama Kim en Joong —ilustró el oncólogo.
—¿Coreano?
—¿Cómo lo sabes? —preguntó estupefacto.
—Hombre, Fernando, por el nombre. ¿Cómo si no?
—Ya veo —convino el doctor antes de aclarar—. Es un sacerdote.
—Un monje, querrás decir —puntualizó Rodrigo.
—No, un sacerdote. Dominico por más señas. Le llaman «el pintor de la luz» —informó Fernando—. Isabel ha entrado en una etapa de misticismo religioso, cosa rara en ella y que, como podrás suponer, a mí me alegra enormemente—.
—Me encantan los cuadros, felicita a Isabel de mi parte —dijo Rodrigo mientras admiraba la caligrafía oriental y el torbellino cromático que configuraba las dos pinturas.
Isabel, la esposa y madre de los hijos del amigo oncólogo.
Cuando Rodrigo les presentó, supo enseguida que los dos eran almas gemelas, hechos el uno para el otro y que estaban predestinados a encontrarse.
Él fue un simple intermediario.
Desde el primer instante, pudo comprobar que ambos habían sentido una mutua e hipnótica atracción.
Con el paso del tiempo Isabel se había convertido en una investigadora de prestigio que no había dudado en arriesgar el patrimonio familiar heredado de sus progenitores para obtener fondos con los que poder investigar enfermedades raras.
Esas que no interesan a las grandes multinacionales farmacéuticas por falta de rentabilidad inmediata.
Isabel y Fernando, contrariamente a sus tocayos los Reyes Católicos, formaban una pareja bien avenida, altamente cualificada y comprometida en salvar el mayor número posible de vidas humanas.
Algo digno de respeto y admiración, que decía mucho a su favor y que por desgracia no suele abundar hoy en día.
Antes de separarse, los dos amigos dedicaron unos instantes a rememorar antiguas vivencias en común.
Puro compromiso social entre personas dotadas de una educación exquisita.
Poco después Rodrigo recuperó su chaqueta del sillón en el que la había depositado al entrar y se dispuso a iniciar una retirada estratégica.
Fernando también se levantó para acompañarle.
Al llegar a la puerta, justo antes de salir, Rodrigo giró sobre sí mismo y sin razón aparente se fundió con Fernando en un fuerte abrazo que sonaba a despedida definitiva.
.
Obviando el flamante ascensor de cristal, Rodrigo decidió bajar por las escaleras.
Cabizbajo, atravesó el inmenso vestíbulo de la clínica.
Al llegar a la calle, indeciso, alzó la mirada al cielo y respiró hondo.
—Un día agradable para pasear —pensó, al tiempo que hurgaba en los bolsillos de sus pantalones en busca de un pañuelo con el que secarse el sudor que manaba de su frente.
Читать дальшеИнтервал:
Закладка:
Похожие книги на «Reconquista (Legítima defensa)»
Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Reconquista (Legítima defensa)» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.
Обсуждение, отзывы о книге «Reconquista (Legítima defensa)» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.