Minnesota central es un destino popular para oradores itinerantes cuyo principal objetivo es difundir el miedo al islam. Un exagente del FBI que dejó la agencia en medio de un escándalo creó una nueva carrera al difundir la alarma en nuestra parte del estado: le pregunta al público que va a verlo si están preparados para lidiar con docenas de yihadistas con morteros y cohetes de hombro. Dice que los musulmanes están comprando estaciones de servicio y trabajando en aeropuertos de modo de allanar el camino para una toma violenta. Otro orador, el hijo de un predicador bautista, habló en más de veinte eventos en Minnesota central durante un año y medio. Él le dice a su audiencia que el islam no es una religión; es un culto salvaje. Argumenta a favor de la deportación masiva de los musulmanes de los Estados Unidos. La Radio Pública de Minnesota reportó que un miembro de la audiencia concluyó en una de estas conversaciones que en realidad las personas que no tienen vecinos musulmanes están más aptas para evaluar la amenaza del islam porque “si te codeas con muchos musulmanes podrías ser persuadido a creer que no son tan amenazantes”.
He decidido aproximarme de otra forma
Quería codearme con tantas mujeres musulmanas como me fuera posible. Quería escucharlas hablarme de Agar. Como eso seguramente no ocurriría en mi barrio, empecé a contactar a cada mezquita y organización islámica que pudiera encontrar en un radio de setenta y cinco millas. No me sorprendería si en estos momentos estuviese en alguna lista de vigilancia del gobierno. Me preocupaba un poco que si seguía a Agar en su terreno islámico pudiera decepcionarme por todo el patriarcado que encontraría allí. Estoy tan agotada de encontrarlo en mi propia tradición, que no estaba segura de poder tolerarlo en otra. Decidí que una manera de evitarlo era reuniendo historias de mujeres.
Tatuajes de henna en el centro comercial somalí
Cuando le pregunté a Ángela, una amiga mía, si podía ayudarme a conocer mujeres musulmanas, sugirió que fuéramos al centro comercial somalí en Minneapolis para hacernos tatuajes de henna. Ángela es una profesora que trabaja con inmigrantes. Igual que un ángel, siempre está atenta a quien esté vulnerable en una habitación o en un bar, y siempre está conectando a las personas. Ángela ya ha estado en los salones de henna del centro comercial. Ella dice que son espacios relajantes donde las mujeres se juntan por horas; buenos lugares para la conversación.
El domingo fuimos temprano al centro comercial, y ya estaba lleno. Afuera hay un cartel que dice “Centro comercial somalí”. Un gran grupo de hombres reunidos afuera se ríen y hablan acerca de otro somalí (eso asumo). La música se escucha en voz alta por dentro y por fuera: es una mujer cantando a capela. No había estado en Mogadishu, pero estuve en los mercados de África en Mali, y esto se sentía más a uno de esos mercados que a Minnesota. Los estrechos pasillos están llenos de puestos que venden telas en colores vibrantes, joyas, perfumes, abayas, hijabs, zapatos, productos electrónicos, libros y productos para el cabello. Huele a especias, carnes a la parrilla e incienso.
El lugar donde Ángela se había hecho los tatuajes todavía no está abierto, así que deambulamos. Nos subimos al ascensor. Vamos al tercer piso. No sabemos qué hacer.
Me preocupaba un poco que si seguía a Agar en su terreno islámico, podría decepcionarme por todo el patriarcado que encontraría allí. Decidí que una manera de evitarlo era reuniendo historias de mujeres.
Al bajar del ascensor, un hombre elegante se para fuera de su puesto de libros y pregunta si nos puede ayudar. Cuando le cuento que estábamos interesadas en los tatuajes de henna, él nos contesta que conoce una artista maravillosa y nos presenta a Amina. Ella nos guía a través de la sala delantera de su puesto donde se exhiben unos hermosos vestidos y algunos productos como champú y jabón. El cuarto de atrás está lleno de cajas y muebles rotos.
Amina limpia los envases vacíos y las botellas de agua para hacernos espacio en un sofá de vinilo negro con una pata faltante. Se sienta en una caja de leche enfrente a nosotras y empieza conmigo. Dibuja rápidamente patrones intrincados en negro y rojo desde la punta de mis dedos hasta mis codos.
Amina hace caso omiso de nuestros cumplidos sobre su habilidad. Todas las mujeres conocen cómo hacer los diseños de henna en Somalia, dice. No hay otra cosa para hacer: no hay escuela, así que las chicas cosen. Y hacen henna. Ella vino a Minnesota desde un campo para refugiados en Kenya. Amina pone a un lado su hijab y se levanta la camiseta para mostrar las heridas de bala en su pecho y la parte superior del brazo izquierdo.
Estoy pensando que la historia de Agar tal vez no sea lo más relevante de su vida, pero con una explicación torpe le cuento en qué estoy trabajando y le pregunto si está familiarizada con Agar. Amina dice que no es religiosa. Ella no sabe nada de Agar. Entran más mujeres. Amina hace las rondas, pinta las manos, brazos, pies y pantorrillas. Mientras que un patrón se está secando empieza a trabajar en otro.
Las siguientes cinco mujeres musulmanas que conozco en el internet y por teléfono tampoco conocen a Agar. Cuando le pregunto a Meymun, una traductora de una clínica para mujeres de St. Cloud, si tiene modelos a seguir que sean mujeres musulmanas, me cuenta sobre Hawo Tako, una luchadora Somalí de la libertad que murió en una manifestación que dirigió contra una colonia italiana. Un monumento en Mogadishu honra su valentía. También me relata acerca de Asil Osman Abade, una piloto de las fuerzas aéreas y activista de los derechos civiles. Ella conoce a Agar, pero quiere que yo conozca sobre estas mujeres.
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