V, 6. Angosta es la casa de mi alma para que vengas a ella: sea ensanchada por ti. Ruinosa está: repárala. Hay en ella cosas que ofenden tus ojos: lo confieso y lo sé; pero ¿quién la limpiará o a quién otro clamaré fuera de ti: De los pecados ocultos líbrame, Señor, y de los ajenos perdona a tu siervo? Creo, por eso hablo. Tú lo sabes, Señor. ¿Acaso no he confesado ante ti mis delitos contra mí, ¡oh Dios mío!, y tú has remitido la impiedad de mi corazón? No quiero contender en juicio contigo, que eres la Verdad, y no quiero engañarme a mí mismo, para que no se engañe a sí misma mi iniquidad. No quiero contender en juicio contigo, porque si miras a las iniquidades, Señor, ¿quién, Señor, subsistirá? (San Agustín, Confesiones , Libro Primero).
La madre Teresa de Calcuta en sus cartas reconoce su indignidad espiritual:
Dios me está llamando, indigna y pecadora como soy . Estoy deseando ardientemente darle todo por las almas. Todos van a pensar que estoy loca después de tantos años, por empezar una cosa que me va a acarrear sobre todo sufrimiento; pero Él también me llama a unirme a unas pocas para empezar la obra, combatir al demonio y privarle de las miles de almas pequeñas que está destruyendo cada día. Le he dicho todo como si se lo hubiera dicho a mi madre. Anhelo sólo ser realmente de Jesús, consumirme completamente por Él y por las almas . Quiero que Él sea amado tiernamente por muchos. Entonces, si usted cree oportuno, si usted lo desea, estoy lista para hacer la voluntad de Jesús. No se preocupe de mis sentimientos, no cuente el precio que tendré que pagar. Estoy lista, puesto que ya le he dado mi todo. Y si usted piensa que todo esto es un engaño, también lo aceptaría y me sacrificaría completamente ( María Teresa de Calcuta, La Madre de los Pobres , Nihil Obstat P. Ricardo Rebolleda. Segunda Parte: Vida Religiosa , página 33).
Predicando sobre «La Oración de Pedro», Charles Haddon Spurgeon declaró lo siguiente:
Así, entonces, el primer motivo de esta oración es que Pedro sabía que era un hombre, y por tanto, siendo un hombre, se sentía asombrado en presencia de alguien como Cristo. La primera visión de Dios ¡cuán asombrosa es para cualquier espíritu, aunque sea puro! Yo supongo que Dios nunca se reveló completamente, no se podría haber revelado completamente a ninguna criatura, independientemente de cuán elevada fuera su capacidad. El Infinito deja anonadado a lo finito.
Ahora, allí estaba Pedro, contemplando por primera vez en su vida, de una manera espiritual, el sumo esplendor y gloria del poder divino de Cristo. Miró esos peces, y de inmediato recordó la noche de trabajo agotador en la que ningún pez recompensó su paciencia, y ahora los veía en grandes cantidades en la barca, y todo como resultado de este hombre extraño que estaba sentado allí, después de haber terminado de predicar un sermón todavía más extraño, que condujo a Pedro a considerar que nadie antes había hablado así. No sabía cómo ocurrió, pero se sintió avergonzado; temblaba y estaba asombrado ante esa presencia . No me sorprende, pues leemos que Rebeca, al ver a Isaac, descendió de su camello y cubrió su rostro con un velo; y leemos que Abigail, al encontrarse con David, se bajó prontamente del asno y se postró sobre su rostro, diciendo: «¡Señor mío, David!»; y encontramos a Mefi-boset despreciándose en la presencia del rey David, llamándose a sí mismo un perro muerto; no me sorprende que Pedro, en la presencia del Cristo perfecto, se abatiera hasta volverse nada, y en su primer asombro ante su propia nada y la grandeza de Cristo, casi no supiera qué decir, como alguien aturdido y deslumbrado por la luz, perturbado a medias, e incapaz de reunir sus pensamientos y ponerlos en un determinado orden. El mismísimo primer impulso fue como cuando la luz del sol golpea el ojo, y es una llamarada que amenaza con cegarnos. «¡Oh!, Cristo, soy un hombre; ¿cómo podré soportar la presencia del Dios que gobierna a los mismos peces del mar, y obra milagros como este?» (Predicado en el Metropolitan Tabernacle en Londres, el jueves 10 de junio del año 1869).
Mateo 5:9 y 10 enfatiza que a causa de la pesca milagrosa, « el temor se había apoderado de él, y de todos los que estaban con él». Este fue un temor contagioso, no de miedo fugitivo, sino de respeto a lo divino, a lo del cielo, a Dios. La fe en Jesús contagió a este grupo de pescadores, que ahora creían por aquella pesca milagrosa en Jesús.
Allí, Jesús tuvo una palabra para Simón Pedro: « No temas, desde ahora serás pescador de hombres» (Lc. 5:10). Con esas palabras del Hijo de Dios, Simón Pedro recibió la certificación de su vocación, fue llamado al ministerio, tuvo el encargo de ganar almas y corazones para Jesucristo y para su reino.
En los evangelios descubrimos unos tres llamamientos que Jesús de Nazaret le hizo a sus primeros discípulos, los pescadores del Lago de Tiberias:
Primer llamamiento: «Andrés, hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que habían oído a Juan, y habían seguido a Jesús. Este halló primero a su hermano Simón, y le dijo: Hemos hallado al Mesías (que traducido es, el Cristo). Y le trajo a Jesús. Y mirándole Jesús, dijo: Tú eres Simón, hijo de Jonás; tú serás llamado Cefas(que quiere decir, Pedro )» (Jn. 1:40-42).
Segundo llamamiento: «Andando Jesús junto al mar de Galilea, vio a dos hermanos, Simón, llamado Pedro, y a Andrés su hermano, que echaban la red en el mar, porque eran pescadores. Y les dijo: Venid en pos de mí, y os haré pescadores de hombres. Ellos entonces, dejando al instante las redes, le siguieron. Pasando de allí, vio a otros dos hermanos, Jacobo hijo de Zebedeo, y Juan su hermano, en la barca con Zebedeo su padre, que remendaban sus redes, y los llamó. Y ellos, dejando al instante la barca y a su padre, le siguieron» (Mt. 4:18-22).
La segunda disciplina de los pescadores (Mt. 4:21): «... remendaban sus redes». Interesante que aquí se diga que los hijos de Zebedeo, Jacobo y Juan, « remendaban sus redes».
Las redes del evangelismo se tienen que remendar. Aquellas redes eran sus implementos de trabajo y tenían que arreglarlas. Una red rota aunque haya servido de mucho, puede ser también una manera de perder parte de la pesca. Se deben revisar los métodos y ver donde hay un agujero por donde los peces se puedan escapar.
Aplicación espiritual. Se nos hará muy difícil atrapar en la red del evangelismo a peces del mundo, cuando nuestra propia red tiene agujeros. Y eso se puede aplicar al testimonio personal, a la conducta personal y a nuestro comportamiento público.
Las redes del evangelismo se tienen que lavar. Anteriormente se dijo que otros dos discípulos «... lavaban sus redes» (Lc. 5:2).
Una red sucia, con olor a peces muertos, aleja a los peces vivos. Una red que no se lava pierde poco a poco su resistencia y se llega a pudrir. Una red que no se lava puede atraer ratones. Una red que no se lava traerá mal olor a la barca. Todo ejercicio de evangelismo tiene que tener frescura, innovación; actualización.
Aplicación espiritual. Nosotros, como esas redes, tenemos que mantenernos limpios. No podremos ser efectivos para pescar almas-peces si nuestras vidas no están consagradas y santificadas.
Tercer llamamiento: «Entonces hicieron señas a los compañeros que estaban en la otra barca, para que viniesen a ayudarles, y vinieron, y llenaron ambas barcas, de tal manera que se hundían. Viendo esto, Simón Pedro cayó de rodillas ante Jesús, diciendo: Apártate de mí, Señor, porque soy hombre pecador. Porque por la pesca que habían hecho, el temor se había apoderado de él, y de todos los que estaban con él, y asimismo de Jacobo y Juan, hijos de Zebedeo, que eran compañeros de Simón. Pero Jesús dijo a Simón: No temas; desde ahora serás pescador de hombres. Y cuando trajeron a tierra las barcas, dejándolo todo, le siguieron» (Lc. 5:7-11).
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