Varios autores - Libertad

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Esta
antología tiene el principal objetivo de recaudar fondos que irán destinados íntegramente a Diocesana Cáritas de Almería, quienes, en este momento, ayudan a las familias más vulnerables ante la crisis causada por el
COVID-19.Para conseguir nuestro propósito, se han unido veintitrés de nuestros autores. Camuflados en pequeñas historias de diferentes géneros, han querido sacar de este difícil momento un mensaje positivo.Ellos, al igual que tú, están cansados del encierro. Pero existe un sitio sin puertas, sin barreras y sin cadenas, donde puede ocurrir cualquier cosa. Donde nos atrevemos a todo y los miedos desaparecen para dejarle paso a la valentía.Existe un único lugar, llamado mente, donde somos completamente
libres.Veintitrés mentes, muy diferentes entre sí, te abren sus puertas y, con ello, te invitan a saborear el placer de la liberación.

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Observaba el exterior recordando las pocas veces que había ido a la playa o los pocos días que su madre podía llevarla a dar una vuelta en la bici. Lo hacía con tristeza y felicidad, esperando que pronto tuviera unas horas para acompañarla.

Era increíble la dicha que sentía la niña al recordarse jugando con las olas o disfrutando del viento en la cara cuando montaba en bici.

Yo no podía entenderla, porque iba a la playa cuando me placía. De pequeña iba al parque a diario, incluso dos o tres veces si me apetecía, y mi madre salía conmigo a caminar o en bici, excepto los días que llovía, que la bici se quedaba en casa y mamá y yo jugábamos a pisar los charcos. Eran situaciones cotidianas a las que no les dábamos importancia. Era lo normal, lo que la gente hacíamos a diario. Aunque, al parecer, no todo el mundo era tan privilegiado.

Después vino el de una mujer de unos cincuenta años. Parecía sumisa y callada, pero cuando la puerta de su casa se abrió, el miedo que la inundó no dejó espacio para nada más. El corazón se le aceleró a medida que las pisadas se acercaban.

Sirvió la cena de forma apurada y, sin querer, tiró un vaso que se hizo añicos por el suelo. Sin decir una palabra, su marido entró y la agarró por el cuello. Comenzó a gritarle y la empujó de forma brusca contra la encimera de la cocina. Al momento se tapó la cara con las manos y se hizo una bola en el suelo, esperando. Los golpes e insultos no tardaron en llegar. Sin remordimientos, sin miedo de lastimarla, le propinaba un golpe después de otro, como si su mujer fuera un saco de boxeo causante de toda su ira.

Notaba su dolor, la desesperación y, sobre todo, el miedo.

Solo murmuraba pidiendo que acabara ya.

Sin duda, no era una situación normal, no tenía nada que ver con las anteriores. La violencia de género no debía existir, todo el mundo lo sabía, y la mayoría estaba en contra de ello. Pero, por desgracia, era algo que existía en abundancia y estábamos hechos a esas situaciones. Cada vez que informaban en la tele de un nuevo caso, otra mujer muerta o maltratada, pensábamos que pobre mujer, si no podía hacerse algo más, si no podía haberlo dejado antes, cómo aguantaba eso… Todos lo lamentamos, nos daba pena y rabia, pero la vida de cada uno continuaba.

¿Qué podría querer esa mujer de mí? ¿Qué buscaría?

El viernes, soñé con un hombre alcohólico. Su vida se resumía en una botella detrás de otra hasta que caía en la inconsciencia. Cuando eso sucedía, el remordimiento y el pesar ocupaban su mente. No valoraba la opción de dejarlo ni de otra vida, sin embargo, sentí que no era feliz y que aquello no era lo que quería para sí.

No era una situación normal, ni mucho menos agradable. Unos dirían que era un borracho, algo que el mismo se había buscado, que no debería beber tanto, que debería dejarlo. Otros irían más allá: que se merecía lo que tenía, que él mismo se lo había buscado y que, si quisiera, terminaría con el vicio. Que le había estropeado la vida a su mujer, a sus hijos o a sus familiares.

Yo no sabía qué pensar. Puede que todas esas opiniones se pasearan por mi mente si no hubiera sentido lo mismo que él. No era quién para juzgar su comportamiento, para hacer conjeturas de cómo y por qué había llegado a eso o de lo qué debería hacer para salir. Estaba lejos de dar un consejo así, cuando había sentido su inseguridad, su infelicidad, su resignación, su pesar, su odio a sí mismo. Pero ¿qué podría hacer yo por él? Nunca había lidiado con una situación parecida.

Me desperté más agotada que nunca, como si hubiera corrido sin parar durante horas, pero mi mente estaba tranquila porque había descubierto lo que querían, lo había hecho y había salvado a todos esas personas. No había abierto jaulas, roto cadenas, trabajado por la mamá para que llevase a la niña a la playa ni cubierto el turno de la chica para que saliera con sus amigos, mucho menos había combatido un ejército o arrojado botellas de alcohol a la basura para llevar al señor a un centro. Lo único que había hecho había sido tocar con mi mano a cada uno de ellos. Eso bastó para que volvieran a sentirse felices y dichosos.

Bajé las escaleras de dos en dos llamando a mi madre.

—¿Qué ocurre? —me preguntó preocupada.

—Lo he conseguido, mamá, he descubierto qué era lo que querían todas esas personas.

—¿De qué hablas? ¿Has soñado otra vez?

—Sí. Pero esta vez ha sido diferente. Ya sé lo que querían y les he ayudado.

—Pero ¿qué iban a querer de ti? No tiene sentido. ¿Qué podrías hacer tú por esas personas tan diferentes entre sí? —dijo mi madre, como si me hubiese vuelto loca.

—Todos querían lo mismo: necesitaban ayuda —le expliqué con énfasis y emoción.

—¿Cómo ibas a poder ayudarlos tú, Libertad?

Liberi

Cristina Fernández

Liberi significa libre en latín Lo recordaba de las clases de bachillerato - фото 2

«Liberi» significa libre en latín. Lo recordaba de las clases de bachillerato, antes de hacer la carrera de magisterio para ser profesora de historia, como siempre soñó. Ese era uno de los pensamientos que iban y venían mientras caminaba de manera casi autómata y tranquila, preguntándose cómo había llegado a aquella situación. La brisa primaveral retiraba el pelo cobrizo de su rostro, compungido pero a la vez sereno. ¿Sabría vivir así?

Al pasar por al lado del parque de la Ciutadela, recordó cómo Albert la había llevado algunos años atrás a dar un paseo en una de las bonitas barcas de lago para, cuando estuvieran en el centro, pedirle matrimonio.

El sol de aquel día era cegador, y recordó cómo su propia sonrisa brillaba más que el mismísimo sol.

Albert era todo lo que siempre había soñado: un hombre trabajador, bueno, muy guapo, sociable, y que la quería sobre todas las cosas. La quería tanto, que le repetía una y otra vez que era suya.

La amaba tanto, que solo la quería para sí.

O, al menos, eso pensaba.

Perdida en sus propios recuerdos, seguía paseando, recorriendo un camino sin rumbo, del mismo modo en que lo hacía con sus pensamientos.

Le vino a la cabeza aquel día, cuando se lo presentó a su prima, parte de su pequeña y única familia, ya que no tenía padres y fue criada por sus tíos maternos. Su prima Gema saltó de alegría al conocer a Albert por lo que aquello significaba: que Yaiza había encontrado el amor. O eso pensaba.

Pero es que Albert se mostraba siempre tan correcto, tan encantador, tan enamorado… Siempre haciéndole arrumacos a su preciosa esposa, Yaiza, una chica diez años más joven que él. Con el pelo cobrizo y los ojos del color del mar que le cautivaron desde el primer momento en el que la vio. Además, su tío y tía estaban encantados con él, ya que, además de educado, gracioso y guapo, era arquitecto. Se ganaba la vida muy bien y podía darle a Yaiza una cómoda vida.

Nadie sospechaba que bajo la fachada de aquel guapo y perfecto enamorado había un carcelero, un juez y un cruel verdugo para ella.

Las lágrimas inundaron sus ojos, pero ella las mantuvo a raya. Estaba acostumbrada a disimular el dolor.

Recordó la primera vez. Esa fatídica noche en la que Albert se quitó la máscara de buen hombre. Él se había retrasado horas en llegar a casa. Yaiza le había mensajeado, llamado, buscado por la oficina, sin ningún resultado.

¿Y si le había pasado algo? Ese era el pensamiento que se le cruzaba en la mente y hacía que sintiera una opresión en el pecho sin que esta le dejara respirar con normalidad.

Estaba llamando a emergencias para denunciar su desaparición, ya que era más de medianoche y no sabía nada de su marido. Fue entonces cuando oyó cómo abrían la puerta. Colgó el teléfono sin darle ningún dato a la operadora.

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