Existen numerosas aplicaciones que con distintos propósitos permiten conocer la localización de personas conocidas o desconocidas que poseen inclinaciones sexuales afines o deseos comunes. El término «compartir», como ya señalamos, ha devenido en uno de los verbos más utilizados en el mundo virtual. Lo que subyace a esta hermosa idea de una comunidad que comparte sus experiencias, sus emociones y la posibilidad de encuentros, es en verdad una compleja trama de algoritmos matemáticos que permiten establecer un intercambio instantáneo de datos. Yo puedo localizar a otros en la medida en que soy a su vez localizado y, todos juntos —los otros y yo— quedamos constituidos en el objeto de esa mirada absoluta que carece de toda intención, es una mirada vacía, una mirada que nos reduce a puro cálculo, volcado en bases de datos que almacenan nuestra vida deconstruida en trazos, rasgos, marcas, huellas, que son analizadas para extraer una esencia fundamental: la singularidad de nuestro goce, nuestro modo inconsciente de satisfacción. ¿A quién le interesa eso? A muchos. Tengamos en cuenta que nuestro goce no solo consiste en la clase de satisfacción sexual que podemos obtener por medios autoeróticos o sirviéndonos del vínculo con otro cuerpo. Nuestro goce está presente en lo que consumimos, lo que leemos, aquello en lo que trabajamos, en nuestras ideas políticas, nuestros juicios y prejuicios. No hay aspecto alguno de nuestra vida en la que el goce no deje su huella. O quizás sea más correcto decir que el goce que nos singulariza se expande y se infiltra en nuestro pensamiento, nuestro cuerpo y nuestros actos. Es evidente que —al menos de momento— no existe un modo de traducir el goce al cálculo. A pesar de que el neurótico obsesivo realiza ingentes esfuerzos para intentarlo y dedica gran parte de su tiempo a esa labor, las cuentas nunca le cierran bien y un incómodo y a menudo desesperante resto que no encaja lo obliga a reiniciar de nuevo el proceso de contabilidad. Los ingenieros informáticos trabajan de manera más racional, aleccionados por expertos que saben muy bien lo que buscan, aunque no empleen exactamente nuestros recursos teóricos. El hecho señalado por Lacan de que a la clásica distinción entre valor de uso y valor de cambio hay que añadirle el concepto de valor de goce ya es bien conocida por aquellos que trabajan en la industria emocional. Quora es un boletín de noticias elaborado por Google, y que envía de forma personalizada a cada uno de los usuarios que emplean su famoso navegador. Cada vez que realizamos una búsqueda en internet, esa acción queda registrada en una base de datos. Al cabo de un tiempo, los sistemas informáticos son capaces de agrupar esos datos y extraer de ellos un perfil acorde con las preferencias del usuario. A continuación, y apoyándose en los resultados, se diseña un boletín de noticias que puede interesar a esa persona, no solo desde el punto de vista intelectual, sino que incluye lo que podríamos denominar un perfil fantasmático del lector. No quiero con esto trazar un diseño apocalíptico del mundo contemporáneo, siguiendo el estilo milenarista de un Paul Virilio —pensador extraordinario pero demasiado capturado para mi gusto en la visión catastrofista— sino señalar los innumerables usos que de todo esto puede hacerse.
La tendencia a la recopilación indefinida de datos es seriamente cuestionada por muchas voces de científicos cualificados, que alertan contra el error de confundir colección con interpretación. Stephen Baker, especialista en matemáticas y autor de un libro apasionante titulado The numerati 32, explica que es imposible elaborar un modelo predictivo de hechos raros o sin precedente como el atentado de las Torres Gemelas o el de la Estación de Atocha. La razón estriba en que las predicciones de base matemática dependen de pautas de conducta pasada. Pero sin embargo es ya más que sencillo estudiar los modelos de consumo, prever nuestros gustos y estimular a la gente a gastar. Aunque los modelos matemáticos sean insuficientes para alcanzar la «cifra» de satisfacción o de goce de un sujeto, pueden de todas maneras establecer un perfil basado en las tendencias de los deseos que, como sabemos, están condicionados por esa ficción singular que en psicoanálisis denominamos fantasma, refiriéndonos al campo de la fantasía inconsciente. Amazon puede determinar qué clase de lector somos en función de los libros que compramos. ¿Por qué puede hacerse eso? Porque los especialistas saben que existe una relación entre la semántica de la demanda y la satisfacción que se busca. A partir de eso, pueden construirse modelos matemáticos que explotan esa relación. Eso tiene su límite, el límite que la estructura de la subjetividad impone, puesto que lo que el psicoanálisis nos enseña es que si bien el campo del lenguaje ejerce una determinación decisiva en la construcción del sujeto, no es menos cierto que no recubre enteramente ese otro campo, tan fundamental como el primero, que es el campo de lo que Freud describió con el término de libido. El campo libidinal no se agota en las palabras, es decir, en los significantes, de allí que los modelos matemáticos están destinados a fracasar exactamente en el mismo punto en el que todo lenguaje se muestra insuficiente para expresar el goce de un ser hablante. Pero eso no impide una aproximación lo bastante precisa como para multiplicar de forma exponencial las posibilidades de ventas, de tal modo que en nuestro próximo libro que compremos por internet, Amazon nos ofrecerá, «de paso», la promoción de otro artículo que los algoritmos matemáticos han calculado como factibles para nuestro perfil de consumidores, que es, en definitiva, un nombre que alude a nuestra condición deseante.
Конец ознакомительного фрагмента.
Текст предоставлен ООО «ЛитРес».
Прочитайте эту книгу целиком, купив полную легальную версию на ЛитРес.
Безопасно оплатить книгу можно банковской картой Visa, MasterCard, Maestro, со счета мобильного телефона, с платежного терминала, в салоне МТС или Связной, через PayPal, WebMoney, Яндекс.Деньги, QIWI Кошелек, бонусными картами или другим удобным Вам способом.