A propósito de ese juicio, a veces vuelvo sobre el voto y la disidencia que hice en aquella sentencia, porque fue algo tan fuerte lo que escuché, analicé y luego sinteticé en ella que tuvo el efecto de pasar muy rápidamente al olvido, hasta el punto de que, al poco tiempo de su dictado, en una charla con compañeros de la secundaria que me preguntaban acerca de mi experiencia en ese juicio no pude recordar ni los nombres de las víctimas (algunas, hombres públicos) o los lugares de los hechos, y creo que esa selección perceptiva de olvidos fue el más preciado recurso que pudo utilizar mi cerebro, para que pudiera salir sanamente, del lodazal en el que había estado sumergida mi persona durante varios meses.
No quiero abrumarme hoy, bastante con los insomnios y pesadillas que sufrí entonces y los que vengo sufriendo últimamente. Esto es para mí el miedo. Tengo muchos miedos, a la muerte de los otros, a la violencia callejera, a la violencia verbal, a los fracasos ajenos, a las frustraciones, en general a las muertes y a los duelos. Siento que necesito tranquilidad, paz, y seguridad, Tolerancia 0 está un poco cansada de luchar y el país no acompaña en nada.
Estoy asustada por el futuro, porque creo que hoy ya no tengo el empuje y la fuerza de antaño y temo administrar mal mis propios recursos.
Nuevamente me planteo si este es el mejor momento para retirarme o si sería conveniente hacerlo el año próximo, lo estoy pensando bien, por lo pronto me dejo de presionar a mí misma y resolví tomarme una semana de vacaciones con “mi chico” y viajar a Fortaleza, Brasil para visitar a mi hermano Enrique, que es lo mismo que decir descansar, ver el mar, tomar sol, hacer gimnasia y disfrutar momentos cariñosos, en fin, entrar en estado de babia, como me ocurre cada vez que me alejo de las obligaciones.
Creo que esta es la mejor decisión en este mayo con clima de verano que estamos viviendo en Buenos Aires. Quizás en los próximos días encuentre en mi interior la tranquilidad de espíritu que tanto anhelo y aspiro a dejar aquí las preocupaciones que me acosan y me pesan tanto. Mi vida no es ajena a mi circunstancia y esta engloba no solo lo profesional, sino también las vicisitudes familiares y las políticas de las que no puedo desinvolucrarme, aunque lo quisiera.
A veces, mi cabeza corre tan velozmente que mi cuerpo no puede soportarlo, es la visión del conjunto y los pronósticos que imagino, lo inevitable de la pesadumbre que por momentos experimento. Me gustaría contar con un botón para poder (cual interruptor eléctrico) prenderme y apagarme. Por cierto no lo logro y entonces arrastro mis pesares como puedo y sigo andando también como puedo.
El señor Barak nos ha permitido ingresar a su país, falta que también la autorice a nuestra hija y entonces seremos los tres quienes decidiremos cuándo vamos a ir a visitarlo, tal vez en ese momento ya no presida él mismo, pero bien valdrá la pena haber logrado la visa para fines más cercanos como los encuentros familiares, culturales, en fin, vacacionales.
La salud
En estos días sufro un retroceso en mi salud, tengo un brote psoriásico y ello me desestabiliza, esta enfermedad la sufrí desde los 18 años y hasta los cincuenta, y para mí resultaba vergonzante, hasta el punto de que no todos los que me conocían o conocieron por aquellos años supieron de su existencia, las lesiones siempre las tuve en la cabeza, especialmente en la nuca y recuerdo que en la época de los exámenes en la facultad he llegado a ir a rendir con el cuero cabelludo, como “en carne viva”, circunstancia que disimulaba por supuesto, con el pelo suelto.
La reproducción de células era tan veloz que la descamación que sufría era impresionante, ni hablar de la picazón permanente y el rascado que trataba de ocultar moviendo el pelo como fingiendo que lo acomodaba, de las cremas que tenía que ponerme para cicatrizar (alguna realizada por algún brujo), el aceite de auto quemado que me recomendó algún médico, las inyecciones subcutáneas que me daba mi amiga Patricia, en fin, el único recurso que tenía para ponerle un poco de humor a mi sufrimiento era decir, a los íntimos por supuesto, que era tan inteligente que por eso las células se me caían por la nuca, pero, bueno, el día en que dejé de soportarla, no sé por qué, comenzó una etapa de mucha alegría, entonces, volver a sufrirla me produce una gran desazón, parece que este asunto no está definitivamente terminado en mi vida.
Algunas reflexiones
Me resulta, si no difícil, un poco delicado aceptar esta nueva etapa de la vida, antes era audaz y ya no lo soy tanto, ahora tengo una mayor prudencia y creo que en otros tiempos tomaba decisiones rápidamente, porque sabía que si erraba siempre habría la posibilidad de enmendar y no sucede lo mismo ahora. “De todas maneras”, como diría una de las señoras que cuida a mi papá, como una muletilla, reconozco que he tenido esa cuota de suerte que tal vez no alcanzó a otros. En este sentido creo que he sido y soy afortunada y por ello estoy muy agradecida.
Sería por eso creo que hace muchos años sostenía que existía como un equilibrio ecológico de las relaciones humanas, porque cuando algo no se daba para mí de la manera esperada, al poco tiempo, brotaba como mágicamente un nuevo camino o alguna solución, y hoy pienso que esa compensación, que en mi vida producía ese equilibrio, lamentablemente no alcanzó a todo el mundo.
Siempre sostuve que era muy bueno haber podido nacer en la época en que nací y en Occidente, por un lado porque fue después de las guerras mundiales y por otro, porque me resultaba doloroso pensar en las mujeres de lugares del Oriente con las limitaciones que les imponían los hombres y sus culturas.
Hoy sigo estando agradecida por ello, pero viendo lo que sigue ocurriendo, en este mundo en Oriente y también en Occidente, debo reconocer que las injusticias han superado aquel equilibrio que creía que existía o tal vez lo soñé.
Vuelve a mi recuerdo nuevamente el cansancio moral de Tolerancia 0 y creo que es momento de empezar a releer a José Ingenieros, a quien recurrí en numerosas oportunidades hace ya algunos años, cuando no encontraba la paz necesaria para seguir avanzando.
Me refiero aquí a su obra Las fuerzas morales , ya que parece que nada ha cambiado y todo lo por él sostenido tiene una real vigencia. Lo hablo con Ethel, mi terapeuta, que siento que me acompaña y me comprende y que, desde su lugar, me ofrece o me plantea miradas distintas a las mías, a veces tan crueles que me duelen y que quisiera no escuchar. Muchas veces siento que en nuestro trabajo, sin proponérnoslo, hemos ido adelantando el tiempo de algunos sucesos. ¿Cuántas veces me ocurrió estar atravesando vivencias que repentinamente se presentaron ante mí y en esas circunstancias recordaba nuestras conversaciones?
En vuelo
Desde este momento estoy escribiendo estas líneas a no sé qué altura del planeta Tierra. Acabo de prender mi minitablet, desconectar el modo avión, y entonces es como si iniciara “su uso legal” por los cielos y por primera vez, ya que por cierto, la tablet fue declarada como corresponde a su estirpe y a su dueña en la oficina correspondiente del aeropuerto de Ezeiza en la que le otorgaron identidad, sin fecha de vencimiento, así me lo dijeron los agentes de la Afip o aduaneros. Se entiende que estoy volando rumbo a Fortaleza, Brasil.
Bueno, es tan pequeña la tablet que la uso con uno o dos dedos, lo que me retrocede a los 18 años cuando hice un curso para aprender a escribir a máquina, en las famosas Academias Pitman que tenían sucursales por todos lados. Si bien lo completé, nunca logré adquirir la habilidad que exigían en cuanto a velocidad de escritura por minuto, pero a mí igual me sirvió porque cuando debía copiar un texto no tenía que estar al mismo tiempo mirando el teclado.
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