María Lucía Cassain - El libro de Lucía

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Como buena geminiana siempre en mí la dualidad, un libro con dos partes, y en cada una de ellas, una muestra de lo íntimo y de lo público, de lo personal y lo profesional en el mundo judicial, bajo el cuidado de mis amigas ideales «Prudencia» y «Paciencia» y además con la cara de póquer necesaria en el ejercicio de la magistratura y esto, sin perjuicio de la aparición en mi pensamiento de aquellas otras ideas sinceras –las opiniones del abogado famoso de la historieta
El otro yo del Dr. Merengue– con quien muchas veces me sentía identificada. Esta es una muestra de circunstancias y hechos reales, legales y algunos de ellos, por qué no decirlo, también injustos y en la que, por cierto, no todo lo digo.

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En esa oportunidad “yo, la hispana” comprobé la viveza (criolla) de los norteamericanos. En horas de la mañana muy temprano íbamos a la facultad, desayunábamos y luego de recibir una clase teórica nos llevaban a presenciar diversos juicios por supuesto con traducción simultánea y de distintas jurisdicciones. Y así, tuve la oportunidad de darme cuenta de lo que paso a explicar.

Si en el juicio que se desarrollaba, el procesado era de raza negra, “casualmente” el fiscal o sea el que lo acusaba y pedía su condena a prisión, era de la misma raza y el defensor era blanco. Y viceversa, si él o la acusada eran de raza blanca, los acusadores tenían el mismo color de piel y esto lo percibí en varios de los juicios a los que asistí, por lo que concluí en que no era ello obra de la casualidad, sino una manera delicada, utilizada para disimular la discriminación que en realidad pienso que subyace allí. Esta apreciación solo se la transmití durante nuestra estadía a mi marido que me había acompañado, mi amiga Prudencia me lo aconsejó en esos momentos.

En relación con esto, en otra ocasión, el guardia de raza negra, que controlaba el escáner por el que pasábamos obligatoriamente para ingresar a las Cortes, no creía que fuera argentina, cuando le exhibí el pasaporte, atribuyéndome a su entender y por mi aspecto la nacionalidad francesa, producto sin duda para mí de su propio prejuicio respecto de los sudamericanos o “sudacas”.

También me sorprendió en esas Cortes el trato de un juez que había otorgado una probatio a una mujer, ya que le indicó a la procesada, que para mí no era otra cosa que una pobre mujer que había consumido drogas, que fuera a inscribirse en el Registro de Delincuentes. Sí, así como así. Yo no podía creer lo que escuchaba y veía. Me pareció como muy fuerte. Era el poder a metros de la desgracia. Mi amiga Piedad se alarmó en ese momento.

Es que, más allá de que esa mujer pudiera eventualmente ser responsable de consumir drogas, así fue traducido, jamás me imaginé que de ese modo grotesco podía dirigirse un magistrado a una procesada, o yo soy muy cuidadosa cuando les indico que deberán ir al Patronato de Liberados para hacer el seguimiento de las reglas de conducta que les impone el tribunal por un asistente social, o lo que vi fue algo de excepción, pero creo que no.

Regresé de ese viaje con la sensación de que en Estados Unidos la comisión de un delito, figuradamente, era algo así como cruzar una calle determinada y que a partir de allí comenzaba para las personas un proceso que me hizo recordar la capitis diminutio (que existía en épocas de los romanos) y ese proceso es muy, pero muy difícil de sortear. Sería en palabras muy sencillas como empezar a perder el estatus de persona, de buena persona, irrecuperable por cierto y esto para mí resultó demasiado extremo.

Con el tiempo aprendí y también reconocí que aquel destrato que había observado en aquella Corte en Los Ángeles resultaba muy parecido al que algunas veces presencié en mi propio Tribunal o en otros que alguna vez integré y esto me llevó a considerar que, según sucedan las cosas, las personas podemos ser educadas y amables (aun en momentos en que debemos comportarnos con severidad o autoridad) o maleducadas y groseras en las mismas situaciones. Y estas condiciones diría que primarias, de nuestra personalidad o del carácter son las que trasladamos a los ámbitos en los que nos desenvolvemos, incluida la magistratura.

Siempre le recuerdo a mi hija que es maravilloso que las mujeres y los hombres tengamos carácter, pero que es mucho mejor que dominemos el carácter que, al contrario, este nos termine por dominar y he llegado a esta conclusión porque he visto muchas veces ánimos exacerbados que terminaron por crear situaciones que luego no tuvieron retorno.

La ira es el gran problema, o mejor dicho, el desmanejo de la ira, porque en realidad ese feo sentimiento puede invadirnos en cualquier momento, inesperadamente. Me ha ocurrido y allí fue muy buena la aparición de mis dos fieles amigas Prudencia y Paciencia (a quien incorporo aquí), ya que ellas fueron capaces de inspirar soluciones diría que tangenciales que, las más de las veces, resultaron las adecuadas para alejarme del abismo al que conduce casi inexorablemente la ira. Tal vez alguien que lea estas páginas pueda recordar algún consejo que le brindé cuando atravesaba una profunda crisis, hasta el punto de que le ofrecí prestarle un juego de esposas imaginario por si en su mente se cruzaba querer matar a alguien.

Mi abuelo

Y aquello de la raza hispana que descubrí en aquel viaje de estudios me recuerda a mi abuelo materno Joaquín Manuel García, a quien su familia en Asturias lo despachó para la Argentina junto a su hermano José, con solo 13 o 14 años de edad, para evitar que ellos, en ese tiempo posiblemente, fueran a luchar en la guerra de Marruecos. De esto me anoticié siendo pequeña y tal circunstancia me inspiró siempre un gran respeto. ¡Qué decisión extrema debió tomarse en esos momentos!

Esta situación por cierto eleva mi orgullo de esa descendencia porque muchas veces, sin la posibilidad de haberlo podido preguntar a tiempo por mi inmadurez, mi abuelo murió el día en que cumplí quince años, ya siendo una adulta, he pensado en la soledad y el desarraigo que debieron sentir mi abuelo y su hermano siendo tan jovencitos y sin embargo, pese a la todo lo que ahondado en mis recuerdos, no registro siquiera un lamento de aquella situación por la que debieron haber atravesado. Mi abuelo y su hermano José no pudieron regresar a España. Qué se puede decir…?

Viene a mi memoria que mi abuelo estudiaba un diccionario y con un lápiz escribía en hojas de cuaderno sueltas, con una letra hermosa. Yo tendría cuatro años y lo admiraba, me encantaba verlo estudiar y luego escuchar cómo transmitía sus conocimientos.

En mi poder tengo una foto que documenta estos hechos, mi abuelo sentado en un sillón de jardín y mi personita vestida de bailarina clásica con rodete a su lado, junto a mi hermano Enrique que lucía el traje de gaucho y más atrás Joaquín con esa inmensa sonrisa que lo caracteriza.

Aquel diccionario (que aún lo conservo) va a mudarse desde mi despacho en el Tribunal para ocupar próximamente un lugar privilegiado en la biblioteca de mi hogar, ya que ese libro es para mí la mejor expresión de un “autodidacta”, calificativo que también siento que me alcanza en muchos sentidos.

Y digo esto porque a diferencia de mi actitud de enseñar siempre a quienes me - фото 2

Y digo esto porque, a diferencia de mi actitud de enseñar siempre a quienes me rodearon en el trabajo y en mi casa, o de invitar a profundizar algún tema en forma conjunta, en reiteradas oportunidades sentí la soledad en aquel, la soledad del autodidacta porque hay muchas personas que no trasmiten sus conocimientos por temor a competir o ser superados por los otros y por ello debí resolver muchas situaciones asumiendo el riesgo de equivocarme. Por suerte no me fue mal.

También aprendí que, pese a ser un buen mentor y con el tiempo, a veces se producen desilusiones. Alguna vez escuché una frase tan procaz como aquella de que “no había que avivar giles”... con la que por supuesto nunca estuve de acuerdo y, sin embargo, frente a algún profundo dolor vino a mi memoria aquella frase. En fin, dolores del alma…

Hace días que no escribo, realmente estuve muy ocupada con mi trabajo, mi papá, mi marido, mi hija, mi nieta y además tuve que ir a un lugar para sacarme una foto para Obama, y dejarle mis impresiones digitales. Dicho sea de paso, me imagino y quiero creer que este hombre Barak sabrá quién fue Juan Vucetich, que nació en Croacia, se nacionalizó en la Argentina y contribuyó en la identificación de las personas, a lo largo de toda su vida. Se entiende que esto es un chiste, que sigo con los trámites del permiso para ir a Estados Unidos y el martes voy a la entrevista final en el Consulado y en ese momento me dirán qué resolvió Barak Obama respecto de mi persona.

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