María Lucía Cassain - El libro de Lucía

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Como buena geminiana siempre en mí la dualidad, un libro con dos partes, y en cada una de ellas, una muestra de lo íntimo y de lo público, de lo personal y lo profesional en el mundo judicial, bajo el cuidado de mis amigas ideales «Prudencia» y «Paciencia» y además con la cara de póquer necesaria en el ejercicio de la magistratura y esto, sin perjuicio de la aparición en mi pensamiento de aquellas otras ideas sinceras –las opiniones del abogado famoso de la historieta
El otro yo del Dr. Merengue– con quien muchas veces me sentía identificada. Esta es una muestra de circunstancias y hechos reales, legales y algunos de ellos, por qué no decirlo, también injustos y en la que, por cierto, no todo lo digo.

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Mis amigas me cargan por esto que califican una manía y, además, por otras características de mi personalidad suelen apodarme “la Adecuada” y bueno… qué voy a hacer, no me disgusta ni esta manera de ser, ni el mote que me adjudican, no me quejo y creo que no molesto a los otros con estos comportamientos. En algún caso, por ejemplo en “el barrido”, he descubierto que poseo una carga genética especial. Es que el afán en el uso de la escoba lo comparto con un hermano y sobrinos, ni qué decir si por ahí me encuentro en algún lugar donde hubiera muchas hojas, me empeño inmediatamente.

Viene a mi memoria que hace unos cuantos años en una quinta que alquilamos un grupo de amigas, en las tardes, tomaba una vieja escoba y barría todos los senderos de baldosas que encontraba, los alrededores de la pileta, galerías y algún patio y ese contacto con los pisos y la actividad que desplegaba producía en mi persona una satisfacción hermosa, creo que era tranquilidad y paz, y justamente, al cabo de muchos años he descubierto que no soy la única de la familia que tiene ese poder de atracción hacia la escoba.

Esto del aseo y la limpieza es en un sentido, ya que, en otro, no me parece casual mi inclinación laboral, porque en muchas oportunidades mi deber es y ha sido mantener a personas en prisión y puede pensarse que ello puede significar preservar a la sociedad de la convivencia con los violentos y esto de alguna manera es correrlos de su seno para procurar un cierto orden y limpieza, en fin, tranquilidad social para el resto, en cierto modo la posibilidad de permitir una convivencia en paz.

La renuncia

Comienza la semana de trabajo y me siento en este mes de abril de 2015 intelectualmente en forma, especialmente lúcida, libre, resuelvo las situaciones que se me plantean con facilidad y holgura, pasan los días con algunos requerimientos extras, pero no extraordinarios y en mi sesión de terapia expreso mis intenciones de jubilarme, de la fe que tengo respecto de la existencia de Dios, de su mano alcanzando las cosas, armonizando algunas relaciones de mi vida familiar, que en ciertos momentos (por lo bizarras) me pasan por encima.

Y llego así al miércoles 8 de abril, y me sorprendo recibiendo el llamado de Marta, una colega a quien respeto y quiero, que me comunica que la Cámara de Casación me designó para integrar un juicio seguido a militares y civiles que actuaron durante la dictadura militar de 1976–1983 en Campo de Mayo.

Y, lo digo especialmente porque antes de recibir esa comunicación telefónica y antes de ingresar a mi despacho y como al pasar le pedí a Marcela, una de mis manos derecha (lo aclaro porque en realidad tengo dos, ya que la otra es Soledad) que debía ayudarme a redactar la renuncia a mi cargo de juez de Cámara a partir del 1 de septiembre próximo, fecha tentativa que elegí al azar como para alejarme del Tribunal.

No significa ello que no pudiera hacerlo sola, sino que la colaboración especial requerida a Marcela lo era, por lo que debo decir o no decir en esa oportunidad, ya que estará dirigida a la presidenta de la nación argentina, con quien disiento reiteradamente por un lado, y por el otro, por el propio e inmenso peso de la decisión.

Justo es señalar que en ciertos temas delicados al extremo considero que Marcela aporta una cuota importante de su saber y Soledad es mi elegida para otros temas que requieren una energía especial máxima. Diría prudencia una, temeridad la otra, ambas excelentes. Y desde hace muy poco tiempo se ha incorporado a mi grupo, aunque lo comparto, el joven Nicolás, que viene a ser algo así como el experto en tecnología moderna con la cual reconozco que todavía estoy en veremos.

Y hago hincapié en estas circunstancias porque justamente mi terapeuta ante mis reiterados reclamos insinuó que, la próxima semana, comenzaríamos a elaborar esa renuncia a mi cargo, tentativamente, para los finales del verano español que tanto me agradan.

Ella, Ethel, como otros, no está muy convencida de mi retiro, se preguntan qué puede sentir una persona al dejar de ser juez, y la pregunta estoy convencida de que puede tener una respuesta según cada quien.

Tengo claro para mí que desde pequeños los seres humanos adquirimos la capacidad de distinguir entre lo que está bien y lo que está mal y a medida que va transcurriendo el tiempo vamos apreciando con los estudios (aclaro, cuando tenemos la oportunidad) lo que nos gusta y lo que no nos gusta. Y así, cada uno de nosotros en una etapa posterior vamos elaborando nuestra inclinación y tal vez en ese camino volcando nuestra pasión hacia las diversas actividades que nos ofrece la vida, lo técnico, lo humanístico, lo comercial, en fin, en mi caso particular resultó que fui afianzando determinados valores que se relacionaban con la justicia y el rechazo que sentía hacia las injusticias y entonces, luego de abrazar la carrera de abogacía en la Facultad de Derecho de la UBA, adquirí el título de abogada a los veintitrés años de edad. La vida me permitió elegir.

Simultáneamente durante mis estudios, fui acumulando experiencia trabajando en el fuero penal como ya lo relaté (primero en la Asesoría Pericial y a los pocos meses en un Juzgado Penal) y reafirmando aquellos valores aprendidos de justicia y verdad, surgió de una manera natural la decisión de realizar toda la carrera judicial y de alcanzar en su transcurso aquella meta, el cargo de juez, en el afán de poder lograr además de “dar a cada uno lo suyo”, como dijo Ulpiano, intentar “administrar las injusticias naturales de la vida”, lo que sostuvo un amigo y que aprecié como una gran verdad. Para mí implicó un gran desafío.

Comprendí desde el inicio de mis estudios que para inclinarme por el derecho penal era necesario su ejercicio desde el poder, ya que mi condición de mujer exigía un cierto marco de protección.

Por aquellos años, los setenta, las mujeres que se dedicaban a este no eran muchas, eran rechazadas, no alcanzaban niveles superiores, en fin, el machismo imperante hacía que no fueran incluso bien vistas y algunas hasta perdían sus rasgos femeninos con tal de pertenecer.

Entonces, mi propuesta personal y el desafío fue lograr ejercer la magistratura, desde mi condición, sin perder ese atributo y al propio tiempo demostrar a mis colegas hombres que era posible ser valiente, severa y al mismo tiempo muy eficaz y femenina.

La presencia de la mujer en la justicia me parecía y me parece muy necesaria en ese especial ejercicio profesional, ya que muchos temas tenían y tienen tantos aspectos sensibles y delicados que era importante en mi concepto abandonar el machismo que predominaba en esos momentos, como ya lo dije, dando paso a lo “sutil”, que creo que tiene que ver bastante conmigo y con lo femenino.

No fue fácil el camino y recorrerlo con dignidad me costó un gran esfuerzo físico y mental, de lo que no me arrepiento, además durante la dictadura militar había un “tufillo” misógino al extremo y no era para menos, en atención a la formación profesional y además a las circunstancias históricas que atravesaba nuestro país y en general todo Latinoamérica.

La opinión de que las mujeres “son para las casas” que aún escucho, aunque un colega lo diga de una manera risueña, pero reiterada (como si fuera una broma), en realidad, forma parte de un pensamiento patriarcal que se corresponde con los hombres y algunas mujeres de mi generación. Ellas también son misóginas y tienen prejuicios y desconfianza de otras mujeres.

Sin embargo, nunca me amilané frente a ello, y al contrario, supe rodearme en mi tarea de mujeres, apostando a sus cualidades que para mí son muchas y superan ampliamente el prejuicio masculino vinculado a la ausencia laboral, por la licencia por maternidad, como un elemento que obstaculiza el desarrollo del trabajo grupal o que este se perjudica por tres meses u otras licencias previstas en las leyes laborales como ser por enfermedad de hijos, marido o padres que en oportunidades las obliga a abocarse a ellos, irremediablemente.

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