MARÍA LUCÍA CASSAIN
El libro de Lucía II
Una mirada retrospectiva
Cassain, María Lucía
El libro de Lucía II : una mirada retrospectiva / María Lucía Cassain. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2021.
Libro digital, EPUB
Archivo Digital: online
ISBN 978-987-87-1622-0
1. Narrativa Argentina. 2. Relatos. I. Título.
CDD A863
EDITORIAL AUTORES DE ARGENTINA
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Queda hecho el depósito que establece la LEY 11.723
Impreso en Argentina – Printed in Argentina
Dedicado nuevamente a mis seres amados.
Antes de empezar este libro, solo tenía algunas ideas rondando en mi cabeza y a medida que las iba volcando comencé a hacerme nuevas preguntas y ello redundó en nuevas respuestas.
No creo ser original, en este emprendimiento, sé que agregar algunas fotografías a un texto decididamente, no lo es.
Pero me permito escribir nuevamente con “aires de originalidad”, porque al hacerlo –aunque pudiera pensarse que todo ya fue dicho– lo hago empeñada en brindar reconocimiento a los demás, en estos ingratos tiempos en los que, por necesidad hasta se retacean los abrazos.
Vivimos de manera vertiginosa, muchas veces agresiva y es por esto que he procurado que éste, no sea un libro que “ataque”, sino que resulte un paseo coloquial, ilustrado con fotografías y amigable aunque en el mismo se transite por algunas realidades, que pueden ser extremadamente crudas o desagradables.
¿Me acompañan con la lectura?
A los integrantes de mi burbuja, Daniel, Lucrecia y Juan, y a quienes siempre me alentaron en esta “empresa literaria no criminal”.
El ser humano es un ser biológico, que a veces es buscado y en otras oportunidades resulta solo un suceso accidental, que puede truncarse o llegar a ser.
Al nacer, a la persona se la identifica con un nombre o prenombre y apellido, el que se considera que es un derecho y un deber y constituye uno de los atributos de la personalidad que perdurará a través del espacio y el tiempo y, por lo general, aún después de la muerte.
El nombre es un derecho humano y la ley le brinda su protección y para ejercer su defensa ha previsto acciones que pueden ser iniciadas por la persona interesada, y en caso de fallecimiento, incluso, la pueden ejercer los descendientes, cónyuges, convivientes, etc.
Los otros atributos de la personalidad son en nuestro Estado de derecho la nacionalidad, el domicilio, la residencia, el estado civil, la capacidad y el patrimonio.
Volviendo al nombre, en la Argentina, en el fuero penal no he tenido la oportunidad de apreciar que el cambio del nombre o apellido sea algo común, sin embargo en el fuero civil se encuentra previsto que ello suceda cuando existen “justos motivos”, para lo cual se necesita autorización judicial. Es que, podría ocurrir que algún nombre o apellido resulte peyorativo o tan extravagante que pudiera afectar la personalidad y en consecuencia el juez resulta quien debe evaluar que la petición de su cambio no obedezca a razones frívolas o caprichosas.
Hay otros casos que no requieren autorización judicial y son aquellos por ejemplo de cambio de prenombre y apellido por haber sido víctima de desaparición forzada, apropiación ilegal o alteración o supresión del estado civil o de la identidad, lo que ocurrió y fue como consecuencia de hechos descubiertos después de la dictadura militar.
Ahora bien, hablando del nombre, cuando era chiquita, mi adorada tía Tota, que se llamaba Teresa Aurora –y fue como una segunda madre– me contó que, estando mi mamá embarazada, en algún momento antes de mi nacimiento pensaron en mi casa en llamarme Celeste, si era una niña.
En esa época, no existían las ecografías que pudieran anticipar el sexo del feto antes de nacer y entonces en las familias se barajaban por igual nombres de varones y de mujeres durante los embarazos e incluso algunos afirmaban que sería “la persona por nacer” de uno u otro sexo, según la forma de la panza de la embarazada, y luego del parto se establecía quién había tenido razón, en esa suerte de acertijo en los que se involucraban además de los familiares, a los amigos y vecinos.
Para el momento en que mi tía Tota me lo contó, el nombre Celeste no lo había escuchado jamás. Me pareció un nombre raro, y si bien aquella idea no me disgustó, porque pensé en mi cabecita que celeste es el color del cielo y el color celeste pastel me agradaba por demás, me seguía sonando como un nombre muy, pero muy raro.
Al final, mi nombre fue María Lucía y ya siendo más grande, casi una adolescente, mi mamá, que se llamaba Amalia Argentina, siendo su segundo nombre ese, porque justamente era la primera mujer de nombre Amalia que en el seno de la familia de mi abuelo nacía en este país, no tuvo la mejor idea que contarme por qué mi segundo nombre fue Lucía y esto resultó una historia diría que especial.
A ella me he referido solo en forma oral en el pasado, con cierto sarcasmo algunas veces, lo que confieso abiertamente, y ahora puedo traerla a mi presente, con una significación muy diferente a la que le di entonces. Y en esto es seguro que influyó en mi pensamiento el trabajo que efectué en la terapia psicoanalítica, de la relación que mantuve con mi madre y cómo ella influyó en mi vida.
“Lucía” se llamaba la madrina de mi mamá, que era una mujer muy alegre, nacida en Andalucía como su hermana y resultó que ambas mujeres españolas, que no sé cuándo arribaron al país ni con quién, se habían casado con dos hombres argentinos que trabajaban en el campo, también hermanos entre sí.
Me relató mi mamá que las dos parejas vivían en dos casas distintas del pueblo, ubicadas en una misma manzana, pero con puertas de entrada, cada una de ellas por calles diferentes, y que no obstante se comunicaban las dos viviendas por los fondos.
Los maridos de las dos trabajaban juntos la tierra y, en las épocas de cosecha, algunas noches no regresaban a sus hogares a pernoctar.
Ninguno de los matrimonios tuvo hijos y parece que Lucía sufrió una enfermedad grave, mi madre no me dijo cuál fue, tal vez ni ella misma supiera el nombre de la dolencia, pero había llegado a su conocimiento que, a raíz de ello su madrina dejó de tener relaciones sexuales, por lo que sospechó y así me lo dijo, que debió haber tenido alguna vinculación con lo ginecológico y el sistema reproductivo.
Me contó que, a partir de esas circunstancias Lucía comenzó a recibir anónimos, supuestamente, de distintas mujeres, que le hablaban de la infidelidad de su esposo y esos anónimos eran notas, que aparecían como dejadas por las noches, por debajo de la puerta de entrada de su domicilio.
Por esta situación Lucía se fue trastornando, los mensajes que recibía eran reiterados y terminó apagándose, perdiendo la alegría, sufriendo una gran depresión.
Cuando escuchaba ese relato –desde mi frágil adolescencia– pensaba que lo que le ocurría a esa mujer no podía ser para menos, le estaban diciendo –personas que ocultaban su identidad–, que era traicionada por su esposo. Sin haberla conocido ni siquiera en fotografías, la imaginaba en el momento de recibir aquel primer anónimo, la sorpresa que le debió causar su lectura, su tristeza, desazón y el dolor que debió invadirla, y luego, en las siguientes mañanas el temor a seguir recibiendo aquellas “cartas malas”, que no podían ser otra cosa que escritas por malvados o malvadas.
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