Sucederá también entre Pedro y los demás apóstoles: tras afirmar que estos realizaban muchos signos, se dice que se busca ser alcanzado siquiera por la sombra de Pedro (5,15), añadiendo una generalización taumatúrgica que le asemeje a Jesús: «todos quedaban curados» (Hch 5,16; cf. Mc 6,56 y Lc 4,40). La liberación milagrosa de la prisión se narra inicialmente de los apóstoles (5,19) y luego individualmente de Pedro (12,6-16). Se ha observado cómo esta última escena ha sido redactada de tal modo que el lector vea reproducida en Pedro la secuencia muerte, resurrección (êgeiren, anasta: 12,7) y apariciones de Jesús mismo (eidon auton kai exestêsan, 12,16); Pedro es aquí un Jesús redivivo 25.
Una vez entrados en la historia de los helenistas (Hch 6ss), encontramos a Pedro como el «controlador» de la misión fuera de Jerusalén: «Habiendo oído los apóstoles en Jerusalén que los samaritanos habían recibido la palabra de Dios, enviaron a Pedro y a Juan…» (Hch 8,14). Poco después nos es presentado como misionero itinerante por Judea: «Sucedió que Pedro, atravesando por todas partes, bajó también a donde los santos de Lida» (9,32), acompañando su predicación con signos siempre semejantes a los que hacía Jesús (Hch 9,34 recuerda muy de cerca Lc 4,39 y 5,24).
Un paso decisivo lo constituye Hch 10, donde Pedro inaugura solemnemente la misión al mundo pagano, al administrar el bautismo a Cornelio y su familia, y al defender dicha acción con argumentación teológica: «Dios les concedió el mismo don que a nosotros, por haber creído en el Señor Jesús» (Hch 11,17). El episodio tendrá su culminación en el «concilio», cuyo desarrollo tiene por centro un pequeño discurso de Pedro (Hch 15,7-11), que recuerda lo sucedido en casa de Cornelio; y vuelve a remacharlo con argumentación teológica «paulina»: «No hizo diferencia entre ellos y nosotros, al purificar sus corazones por la fe... Creemos que por la gracia del Señor Jesús son salvados» (Hch 15,9).
Hoy sabemos que esta presentación no refleja la realidad histórica. Quizá el primer cristiano que predicó directamente a paganos fue Felipe, que, según Hch 8,40, fue conducido por el Espíritu hasta la pagana Cesarea. Pero en ese lugar el autor de Hechos interrumpe la narración, para dar el protagonismo a otros. Por otro lado, también Pablo, antes de ir a Jerusalén, ya había realizado misión en la pagana «Arabia», seguramente Nabatea, cuyo rey Aretas le perseguirá una vez vuelto a Damasco (2 Cor 11,32). Además el «episodio Cornelio» debe ser trasladado a una época posterior al «concilio», en el cual Pedro era solamente «apóstol de la circuncisión» (Gál 2,7), mientras que Bernabé y Pablo ya habían trabajado entre paganos; y, por otro lado, lo de Cornelio no fue un paso de gran transcendencia, pues no se trataba de un mero pagano, sino de un «temerosos de Dios» (Hch 10,2), es decir, ya familiarizado con la fe judía. Pero la eclesiología del autor de Lc-Hch exige que Jerusalén, centro histórico-geográfico de toda la historia salvífica, sea también el lugar de origen de todas las iniciativas eclesiales; y a Pedro, al ser la figura central de dicha comunidad, deben reservarse siempre las decisiones de importancia.
6. Pedro en el cuarto evangelio
La figura de Pedro en este evangelio adolece de las incertidumbres y ambigüedades del evangelio mismo, evangelio en parte emparentado con los sinópticos y en parte muy alejado de ellos. Dentro de la pluralidad de teorías acerca del Discípulo amado y su comunidad, me adhiero a la que considera que este distinguido seguidor de Jesús no perteneció al grupo de los Doce, que su comunidad tuvo vida autónoma dentro de la complejidad del cristianismo naciente y que solo en época tardía se acercó a las comunidades más fuertes petrino-paulinas, sufriendo una cierta absorción por ellas 26.
A pesar de este origen relativamente independiente, Pedro no es en el cuarto evangelio un personaje cualquiera, pues es nombrado nada menos que 35 veces (de las cuales 9 en el capítulo 21, capítulo de la «unificación de Iglesias»). En este evangelio, los Doce no desempeñan ningún papel especial, pero el autor sabe de su existencia y del lugar destacado de Pedro en el grupo. En Jn 6,67 Jesús dirige una pregunta a los Doce (se los menciona solo en este pasaje y en Jn 20,24) y es Pedro quien la responde. Justamente en este contexto encontramos tradiciones comunes con el mundo sinóptico aunque en terminología peculiar: Pedro es el primero en confesar a Jesús como Mesías (o «el santo de Dios»: Jn 6,68).
Al comienzo del evangelio, cuando se menciona a los primeros seguidores de Jesús, el lugar primero lo ocupa Andrés; pero, para explicar de quién se trata, se le designa como «hermano de Simón Pedro» (Jn 1,40); es decir, Pedro no es cronológicamente el primero de los seguidores de Jesús, pero se lo considera más conocido por los lectores que su hermano, aunque este se le haya adelantado. Como en los sinópticos, también en este evangelio menudean las intervenciones de Pedro como portavoz de sus compañeros; además de la ya mencionada confesión mesiánica (Jn 6,68), le oímos protestar en el lavatorio de los pies (13,8) y seguidamente lo encontramos interesándose en concreto por la identidad del traidor («pregúntale a quién se refiere» [Jn 13,24] dice al DA), o, ya en Getsemaní, sacando la espada para defender él personalmente al Maestro (Jn 18,10), lo cual da lugar a que Jesús le dirija un logion especial: «Mete tu espada en la vaina…».
Más importancia tiene, todavía durante la cena, el peculiar diálogo sobre la marcha de Jesús. Pedro se muestra dispuesto a seguirle a donde sea y Jesús le responde –aquí hay nuevamente material exclusivo joánico– con una alusión velada a su muerte martirial: «No puedes seguirme ahora, pero me seguirás más tarde» (Jn 13,36). Muy bien pudiera tratarse de una interpolación 27realizada al añadirse el suplementario capítulo 21 y basada expresamente en sus vv. 18-19: «… la muerte con que [Pedro] iba a dar gloria a Dios». Tras el prendimiento en Getsemaní, igual que sucede en los sinópticos, Pedro sigue a Jesús hasta el patio del palacio del sumo sacerdote, pero aquí queda en desventaja en comparación con «otro discípulo», que logra entrar al interior del palacio (18,15).
También destacará Pedro en el cuarto evangelio (junto con el DA) como uno de los primeros informados respecto del hallazgo del sepulcro vacío. María Magdalena recurre a ellos como si fuesen los responsable de la conservación del sepulcro (Jn 20,2s). Esta información de Magdalena a Pedro resulta complementaria, más bien que contradictoria, con la protofanía en el lago, de la que se conservan reminiscencias en Jn 21,7.
Pero lo típico del cuarto evangelio, especialmente en el relato de la pasión-resurrección, es que el papel preponderante de Pedro queda ensombrecido por el de un contrincante: el DA. Pedro es el que se interesa por la identidad del traidor, pero solo puede saberlo a través del DA (13,24s), que está a la mesa más cerca de Jesús. Pedro sigue de lejos a Jesús prisionero, pero el DA le sigue incluso hasta la sala de juicio (18,15). Cuando llegue el momento de la condena y crucifixión, Pedro se ocultará no se sabe dónde, mientras que el DA seguirá al Maestro hasta el Calvario (19,26). Finalmente, ante la noticia del hallazgo del sepulcro vacío, ambos corren a comprobarlo, pero el DA llega antes (20,4) y, lo que es más importante, llega antes también a la fe, pues, aunque entró después que Pedro, «vio y creyó» (Jn 20,8), cosa que de Pedro no se dice.
Esta ventaja del DA la vamos a encontrar incluso en el suplementario capítulo 21, dentro de un cierto intento de reconocer a Pedro y de reafirmar su liderazgo: el DA es el único de entre los pescadores que reconoce a Jesús resucitado al lado del mar (Jn 21,7); solo cuando él diga: «Es el Señor», Pedro se echará a nado a su encuentro.
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