La psicología, movida por la preocupación que suscita el poder político de algunos grupos fundamentalistas, ha desarrollado perfiles psicológicos de ciertos tipos humanos que tienen una serie de características en común: los fundamentalistas religiosos y los autoritarios de derecha. Los primeros se caracterizan por ser sumisos a la autoridad, altamente convencionales, agresivos frente a grupos externos y poseedores de mayores niveles de miedo y agresión (Altemeyer, 2006). Los segundos se definen por creer que un conjunto determinado de enseñanzas religiosas es cierto de forma infalible y debe seguirse de acuerdo con leyes inmutables que se oponen al mal, las cuales, por tanto, deben ser combatidas (Altemeyer y Hunsberger, 2004). Se ha mostrado que ambos perfiles tienen un valor predictivo y traslapes importantes (Hathcoat y Barnes, 2010). Ambos grupos tienen tendencias marcadas hacia el tribalismo, por su temor a los grupos externos (Altemeyer, 2006), y por preferir ayudar a quienes son parte de su tribu versus quienes no lo son (Gribbins, 2011).
Desde el punto de vista cognitivo, Altemeyer describe la mente autoritaria como un archivador que contiene muchas creencias mutuamente contradictorias (Altemeyer, 2006). Se ha demostrado experimentalmente que las personas con este perfil tienen dificultades cognitivas cuando se les ponen tareas lógicas y de memoria relacionadas con temas políticamente cargados (Altemeyer, 2006). En cuanto a su epistemología personal (es decir, sus creencias en torno al conocimiento), se caracteriza por la idea de que el conocimiento es certero, simple y derivado de una autoridad omnisciente (Hathcoat y Barnes, 2010). La simplicidad del conocimiento puede referirse a las ideas contradictorias en la mente fundamentalista: si el conocimiento consiste en una serie de proposiciones atómicas ciertas, en lugar de una red de ideas relacionadas, entonces las contradicciones se verán como irrelevantes (Hathcoat y Barnes, 2010).
Resulta tentador pensar que los procesos cognitivos de los autoritarios de derechas y de los fundamentalistas religiosos son el resultado de la negligencia, de no tomarse el trabajo de informarse y pensar sobre sus creencias. Por el contrario, los autoritarios dedican esfuerzos importantes a conservar sus creencias, por ejemplo, asociándose lo más posible con personas que tengan las mismas (Altemeyer, 2006), reinterpretando la información que sea inconsistente con las propias creencias (Hill et al., 2010, p. 726), ejerciendo el pensamiento crítico de forma selectiva (Altemeyer, 2006) y buscando autoridades que refuercen sus creencias siempre que tienen dudas (Altemeyer, 2006).
Un estudio de los discursos fundamentalistas revela constantes formales, tales como un escepticismo modulado con el que se trata de forma muy escéptica las ideas que retan las creencias propias y de forma muy poco escéptica aquellas de fuentes afines. Para muchos comentaristas políticos, la derecha autoritaria estadounidense se define por su oposición a las creencias “liberales” de centroizquierda (Saletan, 2010); es decir, sus creencias podrían describirse sencillamente como la negación de las creencias de la izquierda. Es de esperar que este tipo de pensamiento antagónico conduzca a una estructura incoherente de creencias, ya que estas no se producen mediante implicaciones lógicas sino a través de un proceso heterónomo de negación de las creencias de un antagonista de referencia.
Un rasgo interesante de los fundamentalistas para lidiar con las contradicciones en su pensamiento se ha llamado “tragarse el sapo” (Bula, 2014, p. 25). Ante una reducción al absurdo que rete sus ideas preconcebidas, es decir, cuando una proposición P se refuta derivando de ella una conclusión absurda Q, los fundamentalistas aceptarán Q como cierta en lugar de revisar su compromiso con P. En el 2006, el bloguero Mike Stark puso el siguiente reto a los activistas antiaborto que sostienen que la vida humana —y el compromiso moral con ella— comienza en el momento de la fertilización del ovario, de modo que una blástula de unas cuantas células tiene el mismo valor moral que un recién nacido plenamente formado: “Suponga que está usted en una clínica de fertilidad y se produce un incendio: usted tiene la oportunidad de salvar o bien a un bebé de dos años o a una placa petri con cinco blástulas humanas. Tiene que escoger; ¿a quién salva?” (Grieve, 2006). El senador por Pensilvania Rick Santorum respondió que intentaría salvar a las blástulas (Edwards y Webster, 2011); es decir, Santorum afirma la conclusión absurda Q en lugar de revisar o matizar la premisa P que ha sido objeto de una reducción al absurdo.
Vale la pena un ejemplo adicional de este procedimiento, aunque es de un periodo histórico anterior al que aquí realmente interesa:
Ante la evidencia de fósiles antediluvianos, pensadores del siglo XIX como Phillip Gosse (1857), deseosos de realizar una interpretación literal de la Biblia, sostuvieron que Dios colocó los fósiles en la Tierra para poner a prueba nuestra fe. En lugar de revisar la premisa de la verdad literal de la Biblia en cuanto a la edad de la Tierra, optaron por tragarse el sapo y aceptar el incómodo postulado de un Dios bueno que, no obstante, intenta engañar a los seres humanos. (Bula, 2014, p. 25)
Neolengua
¿Qué clase de lenguaje corresponde a esta manera de pensar? Resulta plausible considerar que se trata del lenguaje del totalitarismo, en el sentido del ejercicio de un control estricto sobre las palabras y los sentidos que se les dan, tal como aparece en 1984 de George Orwell, donde el partido socialista inglés Ingsoc asume el control total de la sociedad y lo extiende al habla, siguiendo la premisa wittgensteiniana según la cual “los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo” (Wittgenstein, 2012, p. 5):
El objetivo de la neolengua no era solamente proporcionar un medio de expresión para la visión del mundo y los hábitos mentales propios de los devotos de Ingsoc, sino también imposibilitar otras formas de pensamiento. Lo que se pretendía era que […] cualquier pensamiento divergente de los principios del Ingsoc fuera literalmente impensable, por lo menos en tanto que el pensamiento depende de las palabras. Su vocabulario estaba construido de tal modo que diera la más exacta y a menudo más sutil expresión de cada significado que un miembro del Partido quisiera expresar, excluyendo todos los demás significados y también la posibilidad de llegar a ellos por métodos indirectos. Esto se conseguía en parte inventando nuevas palabras y, además, eliminando las palabras no deseables o eliminando cualquier significado no ortodoxo. […] Por ejemplo: la palabra libre aún existía en neolengua, pero sólo se podía utilizar en afirmaciones como “este perro está libre de piojos”. (Orwell, 2008, p. 274)
Crucialmente, la neolengua es principalmente un dispositivo para reducir las posibilidades del lenguaje. Resulta plausible que dicho control fuera efectivo en una sociedad en la que un poder central tuviera el control absoluto sobre el lenguaje. Ahora bien, el fundamentalismo es una reacción a un entorno cultural que se considera hostil; los fundamentalistas no existen en el vacío. Sin duda, la mentalidad fundamentalista aspira a al control absoluto, pero en su choque con ideas diferentes debe adoptar una táctica alternativa. Desde el momento en que aparecen las primeras traducciones del Corán (y especialmente las primeras con una intención hostil, como Lex Mahumet Pseudoprophete de Pedro el Venerable en 1143), surge para esta religión el problema del estatus teológico de dichas traducciones, ya que la palabra divina habría sido dada en árabe al profeta, y las traducciones podrían no ser más que paráfrasis o, peor, peligrosas tergiversaciones (Sadek y Basalamah, 2007).
En momentos en que el Islam se ve amenazado por la modernidad, se observa una resistencia a que el Corán sea traducido. Por ejemplo, en 1925 los religiosos a la cabeza de la Universidad al-Azhar de El Cairo ordenan la quema de las traducciones (Sadek y Basamalah, 2007). Ahora bien, a lo largo del siglo XX aparecen varias traducciones del Corán realizadas por musulmanes. ¿Cuál es su motivación? La percepción de que las traducciones hostiles por parte de no creyentes, que tratan al Corán como una mera obra de literatura antigua y sin respeto por su sacralidad, son una nueva forma de cruzada contra el Islam (Sadek y Basamalah, 2007). Si bien la mentalidad conservadora quisiera hacer del lenguaje algo estático, se vuelca a la innovación en nombre de sus propios motivos conservadores.
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