Pues que me he sentido ya muy a gusto con mi Padre (Dios). Porque un día me llegó una depresión... ya ve cómo llegan las depresiones estando ya solo, y me agarré diciéndole al padrecito: “¡ayúdame!, me siento muy solo... si quiera me gustaría tener a alguien con quién platicar”. Que me dice: “Que no estoy yo aquí y mi madre”, desde esa vez... nada, me siento bien a gusto (JM).
Es interesante observar cómo el concepto de vejez está matizado por el género, ya que ante la pregunta: ¿considera que es lo mismo envejecer como mujer que como hombre? MR menciona: “La mujer envejece más por la familia; yo en mi rancho vi muchas chiquillas y ahora cuando voy y las veo, acabadas ya, viejitas”.
Por ende, para hablar de la vejez es necesario recuperar la experiencia subjetiva que le dan los ancianos. En este proceso de rescatar sus experiencias, es importante tomar en cuenta que las vivencias de cada uno están determinadas por un amplio número de factores como el género, la edad y las condiciones físicas, sociales y familiares, ente otras.
Roles culturales determinados por la familia: a pesar de los años, se continúa con los valores y las creencias de los padres
En México y otros países, los roles del hombre y la mujer están determinados principalmente por la familia, y tienen como objetivo dar continuidad al sistema de valores y creencias de los padres, los cuales, para esta población, resultan muchas veces como dogmas. Los roles son conductas estereotipadas por la cultura que se espera realicen las personas con base en su género; si bien han ido cambiando a partir de la incursión de la mujer en el mercado laboral, habrá que puntualizar que el grupo etario de este estudio nació en la década de los treinta, y además en una situación de desventaja económica, educativa y social, donde los roles estaban claramente definidos entre lo que le correspondía al hombre y la mujer.
Las viñetas que a continuación se presentan son un reflejo de cómo las creencias de los padres se reflejan en las conductas de las ancianas cuando eran jóvenes, lo cual les marcó su etapa de vejez.
Mis valores morales... Mi mamá decía que la mujer valía por su educación, por su moral, aunque quede sola y joven; pero no quería que me tomaran por antojo o diversión, por eso yo los espantaba con mi actitud (YG).
En la anterior viñeta, podemos ver cómo la persona aprendió una serie de prejuicios de la madre con relación al hombre, y esto la limitó para establecer su propia familia.
En mi casa, la autoridad la tiene mi esposo; yo tengo la responsabilidad, además de mis hijos, también de mi suegra, a que ella vive con nosotros (MJV).
Por otro lado, la mujer debe ajustarse a rol que aprendió: “es la responsable por la familia”. También se observó cómo este grupo etario tenía expectativas tradicionales sobre los hijos e hijas. En el caso de JP, mencionó:
A mis hijas no les puedo exigir que me visiten (viven en Colima), ya que tienen que obedecer a sus maridos; pero mis hijos tienen la obligación de visitarme y ver por mí, ya que ellos son los que mandan.
Como puede observarse, en este grupo de ancianos los valores culturales y familiares resultan ser muy tradicionales, donde la mujer se dedica al cuidado de la familia y el hombre a ser proveedor, quien además tiene la autoridad y se le debe de obedecer.
Religión: la importancia que tiene en sus vidas
Los estudios sobre los aspectos positivos y negativos de la religiosidad y la espiritualidad y su relación con el bienestar se han incrementado. En México, a partir de la década de 1960, existen al menos 40 religiones establecidas, un indicador de su importancia. La espiritualidad se considera una experiencia de lo divino, de carácter personal y que trasciende lo biológico, psicológico y social. Sin embargo, la religiosidad también se vive en lo social, siguiendo ritos, normas y comportamientos; brinda a las personas un soporte sociocultural, cumple con el rol de contenedor de lo espiritual, de protector (Rivera–Ledesma & Montero (2005).
En un intento por relacionar la espiritualidad y religiosidad con el bienestar psicológico, en varios estudios se ha observado una relación positiva; también se ha demostrado la relación entre religiosidad intrínseca con autoestima, satisfacción y sentido de vida, así como con estados depresivos (a mayor religiosidad, menor depresión). Si bien ha sido difícil analizar los conceptos de espiritualidad y religiosidad de manera unificada, ambos se han relacionado de manera positiva con el bienestar psicológico y otros constructos que favorecen la calidad de vida de las personas (Nogueira, 2015).
Para este grupo de ancianos, la religión es quizá la dimensión más importante para poder enfrentar tantas limitaciones, en donde encuentran consuelo y una esperanza de que las cosas más difíciles vayan a estar bien. Por ejemplo, señala AG, “agarro esta cajita donde pongo mis preocupaciones y se las llevó al padre; él sabe lo que hace y me dice que hay cosas que no son mi culpa”.
Así, para Maldonado y Ornelas (en Salgado & Wong, 2006) en comunidades de pobreza extrema el factor espiritual y religioso favorece la salud mental del anciano; cuando los vínculos se han debilitado, se busca la espiritualidad y la trascendencia.
Metas de vida: describe lo que en este momento de su vida esperan a futuro
Las metas son importantes en todas las etapas de la vida, pero en la vejez otorgan un sentido a la trayectoria evolutiva y orientan hacia un futuro deseado. Establecerlas no es algo definitivo, ya que forma parte de un proceso dinámico que se va modificando con el paso del tiempo; son representaciones de un estado futuro que puede ser positivo (esperanzas y aspiraciones) o negativo (temores o preocupaciones). Las metas están vinculadas tanto a un plano personal como a nivel social, es decir, orientadas a un objetivo evolutivo. A medida que el individuo crece, las metas son más realistas y fáciles de conseguir; en los adultos mayores, el énfasis está en el desarrollo de roles y actividades que ya desempeñan. La forma de conseguirlas se basa en la capacidad de evaluar los recursos personales y las demandas de la situación deseada. Establecer metas de vida es un recurso valioso para lograr un envejecimiento positivo, ya que desarrolla un nuevo significado para cada adulto mayor (Giuliani, Soliverez & Pérez, 2015).
En este grupo etario se pudo observar que, en términos generales, sus metas están centradas en: “buena salud”, “tener una vejez tranquila”, “vivir como dios manda” y tener “armonía con la familia y con los demás”. Es interesante observar cómo las metas deseadas son tanto a nivel personal como social y cómo se ajustan a los patrones normativos esperados. Por otro lado, se pudo constatar que en algunos casos están determinadas por sus limitados recursos personales, ya que fue difícil identificar metas concretas: si bien mencionan la “buena salud”, esta estaba más determinada por la voluntad de dios que por acciones de ellos.
DIMENSIÓN FACTIBILIDAD DE CAMBIO PSICOLÓGICO Y DE SALUD (FCPS)
En esta dimensión se consideraron aquellos factores más factibles de cambio por el sujeto que en las dos dimensiones anteriores; está sustentada principalmente en la salud, los estilos de afrontamiento, ocio y afectividad. La primera dimensión está centrada más en el contexto social, mientras que la segunda tiene una influencia social y familiar que determina roles y valores aprendidos desde la infancia.
Afectividad (fuente de afecto o falta de afecto que determina el autoconcepto): de quiénes recibe afecto y cómo se manifiesta
En la etapa de la vejez, el sentimiento más frecuente es la soledad, y los ancianos sufren una serie de pérdidas que lo favorecen. Entre las crisis asociadas al envejecimiento encontramos las de identidad, que se refiere a un conjunto de pérdidas que pueden deteriorar la propia autoestima; de autonomía, causada por las limitaciones en las actividades de la vida diaria; y de pertenencia, como la pérdida de roles y grupos profesionales que afectan la vida social. Además de estas crisis, existen experiencias que suponen una ruptura con la vida anterior como el síndrome del nido vacío, la muerte del cónyuge, las relaciones pobres con los hijos, la salida del mercado laboral, la falta de actividades placenteras y los prejuicios sociales sobre la vejez (Rodríguez, 2009).
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