10.4 Toda transformación se inicia en la fuente, y éste es el caso tanto de la ilusión como de la verdad. Percibes tu cuerpo como tu ser, y tu ser como la “fuente” de todo lo que has hecho y sentido en todos los días que llevas sobre la Tierra. Sin embargo, tu verdadera Fuente se encuentra en el centro de tu Ser, el altar a tu Creador, el Ser que compartes en unidad con Cristo. Cristo es la “parte” de Dios que reside en ti, no en separación sino en la totalidad eterna en la que Dios y tú juntos existís en verdad.
10.5 Para aquellos de vosotros que lleváis ya un largo tiempo viajando, así como para aquellos que acabáis de empezar, este abandono del cuerpo como vuestro hogar y como la fuente de todo lo que sois es el mayor obstáculo que debéis superar. Mientras observáis el cuerpo y os aventuráis a pensar en una vida sin él, una y otra vez os topáis con su realidad. Justo en el momento en que empiezas a soltar la percepción del cuerpo, es cuando te pueden acosar las jaquecas, el dolor de espalda y otros males aparentes. Se trata del yo separado, obra tuya, que te llama de vuelta al cuerpo para demostrarte que es insuperable. En este punto, muchas personas intentan liberarse de las dolencias con el pensamiento, y cuando fracasan lo toman como una prueba más de su sujeción al cuerpo. Guárdate de toda tentativa de hacer desaparecer el cuerpo y materializar milagros con el pensamiento. Este deseo simplemente muestra que no conoces la fuente de la sanación y que no estás preparado para ser sanado.
10.6 Que todavía no estés preparado no significa que no llegarás a estarlo, del mismo modo que haber perdido algo no significa que ya no exista. Sin embargo, tu yo separado aduciría todas las pruebas que demuestren que ha fracasado en ser cualquier cosa que no sea separada, y con celeridad te señalaría la imposibilidad de ser algo distinto de lo que eres: un cuerpo. Éste es el “hecho” que te susurra constantemente al oído, la mentira con la que intenta hacerte creer que todo lo demás que aprenderías aquí es igual de imposible. Haces caso a esta voz porque ha sido tu maestra y tu acompañante constante en la separación, y no te das cuenta de que lo que te ha enseñado es precisamente a estar separado. Quedas advertido de que nunca dejará de entrometerse mientras atribuyas algún sentido a lo que te dice.
10.7 Piensa en otra persona, en un maestro, o en tu padre o tu madre, cuya “voz” escuches en algún momento de tus días. Ya sea que desees oír esa voz o no, que dicha voz en su momento fuera sabia o insensata, el simple hecho de que se repita la mantiene en tu memoria. Puede ser la voz que te dice: “Ponte derecho”, o “Eres especial”, o “Nunca llegarás a nada”. Puede haber muchos entre vosotros que hayáis utilizado alguna terapia para aquietar los mensajes negativos que escucháis, y después de mucho esfuerzo hayáis logrado sustituir lo que era negativo por mensajes de carácter más positivo. ¡Y esto sólo son mensajes que provienen de una fuente externa! Tus propios pensamientos son mucho más persistentes e insistentes que aquéllos. Llevan más tiempo contigo y de forma más constante. Hace falta vigilancia para desalojarlos.
10.8 No te digo esto para desanimarte, sino para animarte a no abandonar. Tu propósito ahora es el más sagrado posible y el cielo entero está contigo. Lo único que hace falta es que sigas estando dispuesto. Lo único que puede hacerte fracasar es que abandones. Te pongo estos ejemplos que te llevarán a decir: “No será fácil”, pero te digo que tampoco será difícil si recuerdas esto: lo único que hace falta es tu buena disposición. Cuando tu yo separado te susurre: “Tu cuerpo es un hecho”, sólo necesitas decirte: “Sigo estando dispuesto a creer lo contrario”.
10.9 Sé consciente también de tu anhelo de recompensa. A medida que te sientas más cerca de Dios y de tu verdadero Ser, a medida que seas más consciente de ti mismo como una “buena” persona, que además se esfuerza por ser aún mejor, empezarás a buscar tus recompensas. Más adelante, recordarás estos momentos y sonreirás, y soltarás alguna carcajada ante la inocencia de estos deseos que simplemente revelan que te encuentras en el inicio del programa de estudios. Querer una recompensa por ser bueno, por hacer más esfuerzo, por estar más cerca de Dios que tu hermano o tu hermana, son todos deseos de tu yo separado que desea algo para sí mismo y para todos sus esfuerzos. No es más que una etapa transitoria, aunque algunos quizás os entretendréis en ella durante un período largo. Permanecerás ahí hasta que te des cuenta de que todos sois buenos y que no puedes hacerte merecedor de más bendiciones de Dios que tu hermano. Permanecerás hasta que te des cuenta de que Dios ya os ha dado todo a todos.
10.10 De nuevo, sólo declara tu buena disposición, tu voluntad de creer que tienes todo lo que necesitas, a pesar del “hecho” de que no parece ser así. Tu buena disposición es lo único que te hace falta para atravesar esta etapa y pasar a la siguiente. En vez de sentir desánimo por el hecho de que Dios no te conceda todos tus deseos aquí, alégrate, pues éstos no son todavía tus auténticos deseos, y las recompensas que elegirías aquí son como el polvo en comparación con aquellas de las que te irás dando cuenta a medida que avances.
10.11 Llegados a este punto, dediquemos unos momentos a hablar de los milagros. En palabras sencillas, los milagros son una consecuencia natural de la unión. La magia es el intento de hacer milagros por tu cuenta. En los inicios de tu aprendizaje, sentirás la tentación de jugar al juego de la fantasía. Aunque no creerás que no eres tu cuerpo, querrás fingir que lo crees. Entonces puedes sentir la tentación de creer que al hacer de cuenta que no eres un cuerpo, puedes hacer de cuenta que no sientes el dolor de una jaqueca o el frío de un día de invierno, y así incluso puedes llegar a sentir un poco menos de dolor, un poco menos frío. Pero este intento de autoengaño es aplaudido por tu yo separado, pues sabe que el hecho de fingir algo no lo convierte en realidad.
10.12 Estos intentos de autoengaño están basados en tu falta de comprensión, más que en tu falta de creencia. No hubieras llegado hasta aquí en tu lectura si creyeras que eres tu cuerpo y nada más. Desde hace mucho tiempo sabes que eres más que carne y hueso. Creer no es tu problema. Tu problema es comprender. Aunque crees en Dios, no comprendes a Dios. Aunque crees en mí, no comprendes cómo es que estas palabras vienen de mí. Aunque crees en el cielo y en la vida más allá de la muerte, no comprendes qué son ni dónde están. Y creer en algo que no comprendes te hace sentir raro, cuando menos, y delirante en el peor de los casos. Quieres creer, y por lo tanto crees. Pero también quieres “tener razón” sobre aquello que crees. Lo cómodo de tu creencia en Dios, en mí, en el cielo y en la vida después de la muerte es que dudas de que se vaya a demostrar que estás equivocado mientras estés aquí. Si lo estuvieras, simplemente te pudrirías después de tu muerte y ¡nadie sabría cuán grande era tu error! Si estuvieras equivocado, por lo menos habrías creído en algo que te dio consuelo y, en última instancia, no te hizo ningún daño.
10.13 Sin embargo, no se puede decir lo mismo tan fácilmente acerca del concepto de no estar separado. Lo único que te resulta realmente difícil de creer es que estás en unión con tus hermanos y hermanas, ahora mismo, hoy. Creer en Dios sin comprender a Dios es una cosa. Creer en tu unión con tu prójimo sin comprender ni la unión ni a tu prójimo es algo muy distinto. Esta creencia no necesariamente te dará consuelo, y queda por saber si no te hará daño. ¿Y si crees en la bondad de tu prójimo y resulta que esa creencia no está justificada? ¿Y si depositas tu confianza en alguien y resulta que esa confianza es inmerecida? ¿Y si simplemente eres ingenuo y te toman por tonto? ¿Y si estás equivocado?
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