Well you don’t know what we can find Why don’t you come with me, little girl, on a magic carpet ride? Well you don’t know what we can see Why don’t you tell your dreams to me? Fantasy will set you free.
La extraña pareja tomó el desvío de la autovía para dirigirse a Castelldefels, donde según le aclaró Fonseca antes siquiera de que él se lo preguntase, estaba el mejor sitio para tomar pescado de toda Barcelona.
Ese día estaba inusualmente hablador y a lo largo del camino le fue explicando la historia de todas y cada una de las canciones que sonaron en el estéro de su coche, algo que a Laure se la traía sencillamente al pairo. Un peaje más que pagar para alcanzar su objetivo.
Al cabo de media hora llegaron a O Afilador, un viejo edificio de madera y cemento pintado de blanco y azul a orillas del mar. El típico lugar en el que Laure jamás se hubiera detenido. Nada más entrar en el local, un hombre se acercó y saludó a Matías con gran efusividad. Se trataba de Rodrigo, el dueño del local, un gallego de adopción con semblante bonachón que rondaría los sesenta y que, a decir por su prominente barriga, debía de encargarse personalmente de probar todos y cada uno de los platos que ofrecía a su más bien escasa clientela.
Como si Laure no existiera, apoyados en la desierta barra del bar, los dos corpulentos hombres se pusieron al día de sus respectivas vidas durante un buen rato. Al joven inspector le sorprendió la metamorfosis que parecía haber experimentado su compañero. Aquel tipo, generalmente grosero y de difícil trato, parecía ahora el tipo más simpático del mundo.
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