SAÚL CARRERAS
Carreras, Saúl
Ataraxia / Saúl Carreras. - 1a ed - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2021.
Libro digital, EPUB
Archivo Digital: descarga y online
ISBN 978-987-87-2328-0
1. Poesía. I. Título.
CDD A863
EDITORIAL AUTORES DE ARGENTINA
www.autoresdeargentina.com info@autoresdeargentina.com
1 CUENTOS CORTOS El principio de mis momentos El despertar de un letargo:Memorias de una peluquera de barrio… La hora del recreo Después del confesionario El chofer del escribano Julio Gerard y el viejo molino Lautaro y la pelota (a mi nieto Benjamín Lautaro Aguilera) Renata, Juan y la traición Gotas del otoño Dulcina, la abejita triste Día de pesca La historia del plebeyo Pedro Ordimán y la princesa Nadira Brotes de primavera La Ineptocracia El duelo Liberado El olvido El sesgo y la obstinación Escudriñando recuerdos La pareidolia y el delirio
2 ENSAYOS Letras, libres letras y palabras ciegas Palabras Oda a mi negrita Qué hubiera pasado si… Puzle El otoño y la esclerosis ¡¡¡Sábado lluvioso, sábado maravilloso!!! Pienso, luego existo Caminando…
3 TIEMPOS DE CUARENTENAS COVID–19 Cuatro preguntas
4 POEMAS, CANCIONES Y OTRAS EMOCIONES Hechicera Búsqueda Mi Pareja El beso El sueño y el beso Setenta balcones y ninguna flor La lluvia Mar Carta de un padre a sus hijas Cuatro cuartetas Si yo pudiera Ella El bosque de ayer, el mueble de hoy Soneto de un adiós desesperado Mamá La culpa encadenada Rompecabezas Búsqueda Poema de amor Tango, un recuerdo… Bosquejo de canción Ataraxia (mirada desde la filosofía) La duda La tarde se ha puesto triste Cuartetas Libres Lo difícil del amor Me gusta El ave fénix Entre la ausencia de la rima y la prosa Mi madre querida La inteligencia y la cordura Dios La espiritualidad Mi padre…
5 CRÓNICAS DE VIAJES Periplo europeo Crónica de un encuentro en Salvador de Bahía Crónica de nuestro viaje a Natal, Brasil
1 Table of Contents
A mis hijas, mi mujer, mis padres y mis hermanos
Cuando me permití la posibilidad de dejar una muestra de mi paso por este mundo, supe que, si bien me había entretenido demasiado, también entendí que, cuando pensamos en esto, a qué tiempo nos estamos refiriendo, qué tipo de reloj mide el paso del tiempo cuando sientes que las vibraciones se derraman por tus teclas y aletargadas o distraídas se disponen a aflorar desde el arte, desde un acopio de sensaciones, como un conjunto de horas tristes o alegres, según nos quepa, y me dije entre paliativos y búsqueda de excusas, que el paso del tiempo no mide el arte que cada uno conlleva consigo, eso es imponderable, se concibe desde la historia y se vuelve referencia.
Estuve perdido un tiempo y llegó el tiempo del rescate, del reverso del cuento fantástico que salva al protagonista, y convertido en relato me mira de frente, a la cara y me dice que no importa, que él sabía que llegaría la hora y que nada le cambia si es ahora o si debería haber sido antes, que siempre se puede dar el primer paso, aunque ya hayan pasado 60 años desde que aprendí a caminar.
Lo que van a encontrar en este libro solo es un cúmulo de emociones desparramadas, casi anárquicas, como un puzle, para armar, espero que, al armarlo, les proporcione placer y arriben desde su contenido a la conclusión de que su lectura no fue una pérdida el tiempo.
Para contextualizar, cabe aclarar que, en 2014, una dolencia llegó a mi vida y desde el diagnóstico trabé una lucha cuerpo a cuerpo en la que hasta ahora llevo cierta ventaja, ella, la EM (esclerosis múltiple), se instaló en mi campo cognitivo y me arrebató la conversación, esconde mis adjetivos, se saltea las teclas cuando escribo, tomó mi motricidad fina, hasta me dosifica mi concentración y hace jueguitos con mi capacidad atencional, juega a las escondidas con mis recuerdos y alteró los polos en mi tablero de mandos para confundirme, si hasta me jubiló por cierta discapacidad, ralentizó mi vida y mi ritmo perdió promedio, pero aprendí a lidiar con ella y, lejos de entregarme, apreté los dientes, y aceleré a fondo; si bien me lisió para la competencia, no logró privarme de ella.
Saúl Carreras
CUENTOS CORTOS
El principio de mis momentos
Mi madre (Emma Esther Lobo Zurita), en el último puje, me entregó a la vida, el llanto irrumpió en la sala, un varón, pronunció alguien, los médicos la asistían con maestría y gran destreza. Las enfermeras iban y venían, para que todo esté en orden; la madre tomó al bebé en sus brazos, miró su carita, sus ojitos hinchados y el corazón le explotaba de alegría. Era el cuarto y la experiencia le indicaba todo lo que tenía que hacer.
En primer lugar, reconocerlo. Mi madre tomaba cada extremidad y comprobaba con ojo de madre si todo estaba en su lugar y como correspondía, cada dedito, cada orejita, cada ojito, ella revisaba y, feliz por tenerlo, lo amamantaba.
La fecha en el almanaque decía 10 de junio de 1960, y la hora creo que eran como las 3 de la mañana.
Y claro, luego seguramente, vinieron mis hermanos a conocerme, mis tíos, mis abuelos, y algunos, seguramente me habrán conocido cuando me llevaron a casa.
La actitud de los padres ante estos acontecimientos es de esperanza, alegría y sobre todo de una profunda sensación de responsabilidad. Hay que darle forma a esa bendita dicha que significa tener un hijo.
Son actos irreversibles en la vida, actos que nos proporcionan obligaciones, derechos y todos los inconvenientes que gustosos tratamos de sortear día a día, para llegar a la meta de esta hermosa carrera que significa la aventura de dar vida y recibir todo lo que ésta nos devuelve.
Cuando nací, mi padre (María Saúl Carreras) estaba en la provincia de Santiago del Estero trabajando, y nosotros con mamá vivíamos en la casa de mis abuelos maternos, en Tucumán.
Mi abuelo Merardo y mi abuela Teresa (hablaré de ellos más adelante).
La silla tenía como tapizado cuero vacuno, curtido en casa, como todos los muebles, y el niño lo usaba de tambor, le arrancaba un sonido sordo, casi necesario para su vocación.
Él necesitaba embarcarse en el ritmo, lo llevaba en la sangre, le surgía en cada paso, todo lo que escuchaba lo trasladaba a su ritmo interior; y sí, cuando el misterioso llamado de nuestros genes pone fin a la espera vocacional, algo nos indica que el turno nos ha llegado, y lo mejor que se debe hacer es ponernos a su disposición para que nuestro mundo interior nos dé la bienvenida al maravilloso espacio que la vida nos proporciona, la imaginación puesta al servicio de la vocación; y esa conjunción, les puedo asegurar, les hará lograr todo cuanto se propongan.
La silla vibraba y sus abuelos reían y disfrutaban de su destreza; corría 1964.
Mi abuelo materno se llamaba Merardo, era un hombre alto, delgado, un gran luchador, comprometido con la vida y con los suyos. La imagen que guardo en mi memoria es la de su figura recostada en un sillón desde el cual dominaba toda vista de las actividades de la casa, él se sentaba en ese lugar por las tardes desde donde también llamaba a mi abuela, ella inmediatamente acudía, previo rezongo por supuesto.
Mi abuela materna, Teresa, ella protestaba, me acuerdo que los días de lluvia, le encantaba salir a hacer cualquier cosa, se ponía una toalla en la espalda y salía a mojarse, era más que una obligación, una necesidad. Quizá la dominaba la nostalgia por algo, cuántas cosas de nuestros abuelos no llegamos a enterarnos jamás, por una cuestión cronológica, por llegar tarde, uno se entera siempre tarde, o no llega a enterarse nunca de sus historias más íntimas.
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