Su pareja actual, a la que había conocido luego del divorcio del padre de sus hijos, se llamaba Francisco, trabajaba en un banco y tenía una perra, mucho más no había para contar, un ser que había tenido ciertas enfermedades que lo buscaban siempre y a él que le gustaba que lo encuentren, nunca lo dejaban solo. Inexpresivo, quejoso, siempre encontraba una causa, para no hacer; vivía dentro de una consecuencia y era la de su propia conducta, estaba atrapado en su propia burbuja, y lo peor era que le resultaba su zona de confort y se sentía cómodo, el problema eran los que lo rodeaban, y para maximizar el resultado de todo eso, a él no le importaba. Adela había buscado en los libros de autoayuda algún indicio que le mostrara una salida, hasta llegó a pensar si no era ella el problema.
Una anécdota pintaba de cuerpo entero la situación que le tocaba vivir, se habían casado con Fran (como ella lo llamaba) y a la luna de miel viajó con sus amigas, porque Francisco no quería viajar, pretendía no dejar sola a su perra. Eso te habla de la actitud ante la vida con las que contaba este ser, y cuáles eran sus prioridades, que prefería quedarse en casa, en lugar de compartir con su pareja un viaje que es ícono en la historia de la humanidad y allí mismo ante esa secuencia, terminas por aceptar que estabas ante un caso único, un caso de real desidia con la que algunas personas consiguen ungir su existencia.
Otra vez, Adela consigue por fin que Fran la acompañe a Mar del Plata, ella baja a la playa y él la mira desde la ventana del hotel, un caso único, un ser tan estrafalario como intermitente. Trato de buscar las causas de esa actitud, pero por más que me esfuerce, no lo consigo, es que escapan a cualquier indicio de raciocinio, de sentido común, lo que sí aflora, y en una gran preponderancia, es un vicio oculto que a veces acarrean los individuos con estos hábitos, un gran componente de egoísmo. Claramente Adela, mientras cavilaba todas estas tribulaciones, inconscientemente solo estaba dilatando la urgente respuesta que estaba debiendo a Victoria sobre su vida. ¿Debía referirse a estos episodios? ¿Contar todo? O tal vez y por una cuestión de autocompasión, esconder algunos datos para no exponerse en un grado que la dejara en desigualdad de condiciones.
Y mintió, al notar en Victoria su seguridad, su independencia y su aire de autosuficiencia, sin imaginar que, haciendo esto, solo no lograba iniciar el proceso de cambio en su vida que tanto necesitaba, sino que, por el contrario, acentuaba sus peripecias.
Y le salió arremeter.
—Bueno, empecemos por ti, que hace tanto que no te veo… ¿Te casaste? –arremetió Adela.
Lo preguntó como si fuera un precepto lógico y super natural, y al ver la cara de Victoria cómo preámbulo de su respuesta, cayó en la cuenta de que la suya había sino una pregunta poco menos que irrespetuosa.
—¡¡¡Nooo!!! Eso no comulga con la concepción que tengo de la vida, y lo dijo en un tono connotativo, que invitaba a repreguntar, por lo autorreferencial de la respuesta…
—¿No crees en el matrimonio, como institución?
Repreguntó, buscando encontrar algún lazo que acercara algunos conceptos tan antagónicos que a simple vista se habían instalado intrínsecamente entre ambas.
—No, no es eso, solo prefiero y elijo la vida, sin marido, sin hijos, sin mayores obligaciones, conocerme y en ese acto, conocer mi contexto, es decir, el mundo que me rodea, y sin mochilas cargadas de historias paralelas, el viaje resulta mucho más grato y sobre todo más liviano.
Así de desnuda y en carne viva, fue su respuesta, y ¿saben qué? Esta vez no ameritaba repregunta alguna. Definitivamente estaba ante una persona que, a ojos vista, tenía resuelta gran parte de su existencia, y eso me subyugaba y me invitaba a conocer más de ella, había logrado atrapar mi interés, y eso no era poco. Y decidió bucear en aguas más profundas.
—¡¡¡Pero debo entender que al amor no le has sido esquiva, durante todo este tiempo!!!
Inquirió en búsqueda de alguna pista que le allanara el camino de sus dudas, que a este punto de la charla se había elevado a un nivel que para una mujer resultaba casi impracticable.
—Partiendo de la base de que sostengo que la genitalidad no constituye la naturaleza de una persona, sino su mirada ante la vida, te estaría dando las pautas para que obtengas tus propias conclusiones. Y si lo que estás pensando, y crees que puede ofenderme, no lo creas tan así, simplemente no elijo a las personas de las cuales puedo extraer emociones, por sus genitales, por su sexo, las elijo por su luz, su capacidad de conversación, su intelecto, eso me subyuga en un ser, que va mucho más allá de su expresión sexual, si quieres llamarlo bisexualidad, no estarías equivocándote. Estarías aceptando que una puede cultivar el costado morfológico libre de cada ser humano, y eso, mi querida, me da seguridad y me aleja de las instituciones que deberían ser ciertas si nos apoyamos en los preceptos inoculados por una educación no laica a la que fuimos sometidas.
Creo que con esa respuesta me dejó poco menos que boquiabierta y no podía creer cómo una persona con la cual habíamos compartido la misma educación, recibido el mismo caudal de información y bajo los mismos hábitos de vida, había logrado tamaña percepción de la vida donde evidentemente se sentía no tan solo muy cómoda, sino libre de ataduras y liviana para el viaje. La admiré en silencio, cuando reaccioné de su discurso inapelable, me sentí diminuta, estaba extasiada de tanta lógica, de tanta practicidad, y me entregué a la charla, solo que esta vez debería esforzarme para no mostrar tan a flor de piel mi mezquina forma de llevar adelante mi existencia. Estaba convencida de que nunca sabría mi historia con Fran, dado que, si accedía a manifestarlo, estaría sencilla e inmediatamente, como dice el tango, entrando en su pasado.
Entonces se me ocurrió intentar conocer todo lo que pueda de esa mujer que había logrado despegarse de los crueles mandatos con los que nos autoflagelamos en nombre de la falsa sensatez que se condice más con la mirada externa que con nuestros propios deseos, y desde esa posición se van concatenando los errores y dejamos nuestra vida de lado, para vivir la de los demás y eso es un error que no debemos nunca permitirnos. Me sentí un ser diminuto, frágil, y a merced, pero no terminaba de entender qué experiencias le habrá tocado vivir, para arribar a este estado casi de gracia ante la vida y que ciertamente le proporcionaba placer y desenfado y al mismo tiempo le restaba obligaciones por cumplir, me habló de los viajes que había emprendido y lo que deja como remanente de experiencia cada uno de ellos, por ejemplo prácticamente conocía todo el territorio latinoamericano, y en esos viajes se había nutrido de personas que cultivaban el mismo modo de vida, que en cierta manera su espíritu era la libertad, ni más ni menos, habló también de su primer viaje a Europa, lo que definitivamente le abrió la cabeza, el lograr una mirada desde otra perspectiva, puedes abordar al concepto, con una carga de imparcialidad más contundente a la hora del análisis y ello te da un poder ante la diatriba del resentido, más cabal y genuino y se aleja de lo trivial.
Debía aceptar que Victoria se encontraba a un escalón superior de desarrollo tanto intelectual como del ejercicio del sentido común y que podía aprender de ella y hasta copiarle algo, si la ocasión lo ameritaba, quizás no desde lo sexual, ya que ella su identidad desde ese costado creía tenerlo muy claro, pero sí desde el desapego y cómo había logrado el equilibrio entre lo que deseaba hacer y lo que otros esperaban de ella, ese punto en el que a veces nos detenemos a cuestionarnos y no logramos dar el siguiente paso y continuando con esa línea, se le ocurrió tomar algunos consejos, pidiéndoselo en tercera persona para no exponerse.
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