1 ...6 7 8 10 11 12 ...23 —Lo sé, y cada día me gusta más —añadió con un brillo en sus ojos que antes no había estado allí.
Entorné los ojos. Ella sonrió y negó, para luego dirigirse a la puerta y salir gritando un «Te quiero, hermana».
Sacudí mi cabeza. Tomé un plato y serví lo que sea que había dejado para comer. Después me senté en la mesa mirando hacia la nada, llevé bocado tras bocado de comida a mi boca. Tenía apetito y todo era culpa de Donovan… De nuevo.
Ese jodido adolescente me estaba cansando.
«Mientes».
Y ahí estaba de nuevo mi conciencia.
«Disfrutas tener al chico más apuesto del colegio detrás de ti».
Maldita sea, no. No lo disfrutaba en lo absoluto. Quizá, si él no fuera tan… él, lo haría.
Bloqueé cualquier pensamiento acerca de Donovan y seguí comiendo. Terminé rápidamente con lo que había dentro de plato, como consecuencia de no haberme alimentado bien en el colegio, y lo que sin duda me pasaría factura después.
Recogí mi plato y subí a mi habitación para hacer la tarea que tenía pendiente, esa vez trayendo a mi mente al profesor de Química.
Era tan extraño, y aquella plática que habíamos tenido lo había sido de igual manera. Nada de lo que me sucedía era normal, al menos no las actitudes que ellos tomaban para conmigo.
Solté una larga exhalación y comencé a terminar mis deberes. Arrojé todos los libros a la cama, además de lo que necesitaba. Coloqué algo de música en mi móvil y me perdí en las fórmulas y problemas que el adorable profesor nos había dejado. Las demás materias eran pan comido.
Por lo menos, la música me ayudaba a no estresarme tanto. Parecía que los profesores usaban la tarea como una especie de tortura.
Al traer esa palabra, lo único que apareció en mi mente fue el rostro de Donovan. Él, con aquella sonrisa ladeada y esa mirada maliciosa que encerraba cientos de problemas en ella; él y su bendito aroma atrayente; él y esa sensación de que encerraba cientos de secretos.
Había lidiado con muchos chicos como él en Chicago. Sin embargo, Donovan era peor que todos ellos, un jodido dolor de cabeza y, para mi desgracia, tenía el presentimiento de que eso apenas comenzaba. Aún me faltaba mucho por descubrir y quizá, cuando lo hiciera, desearía no haber llegado a ese lugar.
Negué y seguí realizando los trabajos que faltaban, lo que me llevó toda la tarde y parte de la noche y, cuando acabé, el sueño ya casi se apoderaba de mí.
—Al fin —celebré cerrando mi libro.
Me levanté de la cama, me dirigí a la ventana y apoyé las manos sobre el marco. La noche era densa, tan profunda y misteriosa, como el bosque que se alzaba majestuoso sobre mí. Lucía tenebroso, camuflado entre la oscuridad, y dejaba ver solo sombras grandes de aquellos árboles que lo conformaban y que, en aquel instante, parecían gigantes imponentes que lentamente se acercaban.
Tragué saliva y sentí miedo. Ni siquiera la luz de la luna podía alumbrar un poco, dado que se encontraba escondida por aquellas nubes oscuras que presagiaban una tormenta.
Iba a cerrar la ventana cuando un aullido me paralizó por completo. Mi corazón comenzó a acelerarse debido al miedo, más aún al escuchar cómo algo se rompía en la planta baja.
Cerré la ventana y, armándome de una valentía que en realidad me encontraba muy distante de tener, bajé las escaleras, no sin antes haber tomado aquel bate de béisbol de Maddy que me servía de mucho para situaciones como aquellas.
Caminé lentamente tratando de hacer el menor ruido posible, pero los escalones eran viejos y me dificultaban aquella tarea.
Todo estaba en penumbra, así que encendí la luz. Mi vista fue hacia el pasillo que daba hasta la puerta trasera, la cual estaba abierta. Maldije y recorrí con mis ojos la casa sin encontrar nada. Me dirigí a la cocina, pero escuché pasos detrás de mí. Sujeté el bate con fuerza y di la vuelta para encontrarme con un hombre vestido completamente de negro y que cubría su rostro con un pasamontaña.
Suspiré tranquila al darme cuenta de que solo era un ladrón y no aquel lobo gigante que, por un momento, había pensado que había entrado.
Detuve abruptamente las estupideces que estaba pensando. No entendía la irracionalidad de mis pensamientos. ¿Cómo podía sentirme tranquila al saber que se trataba de un ladrón? Podía matarme, violarme, o qué sabía yo.
Reaccioné cuando lo vi lanzarse sobre mí. Por inercia, levanté el bate y lo golpeé con fuerza a la altura del hombro, pero fallé al no poder darle en la cabeza.
El hombre se quejó y soltó un gruñido molesto para luego intentar quitarme mi arma. Sin embargo, le dificulté la tarea y volví a golpearlo, esta vez en la nuca, pero tal parecía que los golpes no le afectaban en lo más mínimo. Todo lo contrario que conmigo, puesto que me daba la impresión de que me hallaba golpeando a un trozo de roca.
En un descuido, me quitó el bate y, entonces, corrí alrededor de la isla mientras él permanecía de pie, mirándome fijamente.
—No hay nada aquí de valor. Da la vuelta y lárgate —le aconsejé.
—Solo vine por una cosa —dijo con voz ronca.
—¿Qué cosa? —Retrocedí hasta llegar al cajón de los cuchillos.
No mencionó palabra alguna. Solamente levantó su brazo y me señaló.
Corrió hacia mí; abrí el cajón y tomé el primer cuchillo que mi mano pudo encontrar. Me dirigí a la puerta trasera, corriendo lo más deprisa que mis piernas me permitían, aunque no fue por mucho.
El extraño me tiró contra el suelo con su cuerpo, provocó que todo el golpe me lo llevara yo. Al menos, el suelo era de madera.
Intentó sujetar mis manos; levanté la que traía el cuchillo y lo clavé en su brazo. Soltó un grito de dolor y, entonces, me encargué de retorcer el cuchillo dentro de su carne, lo que le hizo gritar más.
Sin embargo, mis intentos por quitármelo de encima fracasaron. Él golpeó mi cabeza con su codo de una forma tan fuerte que sentí por un momento que perdería el conocimiento.
—Niña estúpida, te estoy haciendo un favor al llevarte de aquí —dijo sujetándome del cuello.
Traté de golpearlo con las manos, pero sentía que se movían en cámara lenta, sin hacerle daño alguno.
«Estoy perdida…», susurré en mi cabeza. Él me llevaría, y fuera uno a saber lo que haría conmigo.
De pronto, aquel aullido se escuchó, resonó por cada parte de la casa, con una potencia eterna que sutilmente decreció. Me estremecí de miedo, de uno de verdad. Eso se había oído muy cerca.
Dios… Eso no podía ser peor.
El ladrón parecía no ponerle demasiada atención al aullido del lobo, pero lo hizo cuando apareció en la puerta. No sabía si de verdad estaba gigante o yo lo veía de esa forma por el miedo que me invadía.
Lo vi entrar y el ladrón se puso de pie rápidamente. Para su desgracia, el lobo lo sujetó con sus colmillos del hombro y lo arrastró fuera de mi casa con una facilidad sorprendente, mientras que otro lobo más entraba y se precipitaba a donde me encontraba. Me esforcé por retroceder, pero el golpe me dolía. Aun así, me arrastré lentamente, cerrando mis ojos para no presenciar el momento en que me atacara y me hiciera lo mismo que al ladrón, quien gritaba agonizante.
—Kairi —pronunció despacio cada sílaba
Abrí mis ojos al escuchar mi nombre. Vislumbré a Max, el amigo de Donovan frente a mí. No usaba camisa, solo unos jeans. Se arrodilló y me tomó entre sus brazos. Busqué al lobo, pero ya no estaba allí.
—Un lobo… El ladrón… —balbuceé.
—Tranquila, no te lastimará. Estás a salvo —aseguró.
No comprendí por qué sus palabras no me habían hecho sentir que sería así. Al contrario, algo dentro de mí gritaba que me alejara de él y de todo lo que tuviera que ver con Donovan Black.
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