—Necesito hablarle.
Solté un suspiro resignada y miré a Criss que me esperaba en el pasillo con gesto ansioso.
—Ahora te alcanzo.
Ella asintió y se dirigió al comedor.
Volví con el profesor y me coloqué frente a él, mirándolo con cautela, esperando que hablara, disimulando difícilmente la atracción que sentía hacia él.
—He notado que mi clase la aburre demasiado —comenzó a hablar.
—No entiendo qué fue lo que lo hizo llegar a esa conclusión si apenas es mi segunda clase con usted —repuse cruzándome de brazos.
Él apoyó su cuerpo en el respaldo de la silla y me imitó.
—Bueno, basta con ver cómo su mirada se pierde en algún punto fijo de la pared que, al parecer, es más interesante que lo que yo explico —espetó bruscamente.
Solté un bufido.
—En fin, ¿a qué viene todo esto? —pregunté ansiosa.
Él se levantó del asiento y comenzó a guardar sus cosas en su maletín.
—Solo quería lanzarle una advertencia —agregó mirándome fijamente—. No soy de los que toleran esas faltas de respeto, así que para la próxima la sacaré de mi clase, ¿entendido?
Mi ceño se frunció e hice una mueca. Dejé caer los brazos a cada lado de mis costados.
—Bien, no volverá a suceder —declaré dirigiéndome a la puerta.
Entonces, sin previo aviso, su mano sujetó mi brazo con firmeza. Me volví a verlo, sorprendida por su reacción, mientras que sus ojos, a los que no había puesto demasiada atención, me escudriñaban a la vez que yo hacía lo mismo.
—¿Se le olvidó decirme algo más? —cuestioné, un poco nerviosa por su contacto.
Lució indeciso sobre decirme algo. Sus pupilas azules bailoteaban de un lado a otro por el contorno de mi rostro, pero al final solamente negó y me soltó para salir del aula rápidamente. Permanecí un instante ahí, confundida y abrumada por la actitud tan extraña que tenía, después abrí la puerta y salí rápidamente del aula. Sin embargo, no había podido avanzar mucho, ya que de nuevo alguien me detuvo.
Supe de quién se trataba al reconocer la calidez de su piel y el aroma que emanaba.
—¿Qué quieres, Donovan? —indagué sin mirarlo.
—¿Qué demonios se trae ese profesor contigo? —inquirió.
Lo enfrenté.
—¿Y eso a ti qué te importa? —repliqué soltándome de su agarre con brusquedad.
Su mano fue a mi cintura y, sin ser demasiado violento, me presionó contra la pared.
—Ten cuidado donde posas tus ojos —susurró suavemente sobre mi boca—. Recuerda que tienes un dueño, uno al que no le gusta compartir. Mucho menos le agrada que otros toquen lo que es suyo.
—Yo no soy tuya. Déjate ya de esas tonterías. Madura un poco, tu actitud machista me desagrada —lo reprendí, exasperada.
Se apartó de mí y tomó mi mano con la suya con fuerza. Intenté forcejearlo, pero suficiente tenía con la mayoría de las miradas de los estudiantes sobre nosotros como para armar una pelea con Donovan y darles más espectáculo, si es que eso fuera posible. Además, que no quería ser suspendida de nuevo.
—Suéltame —le exigí entre dientes.
—No lo haré, así que no gastes energías y haz lo que te digo —me sugirió al tiempo que arrastraba mi cuerpo hacia los comedores que, como siempre, se hallaba repleto de estudiantes que nos miraban y murmuraban cosas a las que puse todo mi empeño para no prestar atención.
Entretanto, Donovan se dirigió conmigo hasta la mesa donde se encontraban todos sus amigos y Criss, que se mantenía en medio de dos de ellos a la vez que uno la abrazaba por los hombros. Veía la incomodidad en sus ojos, pero no era mala, sino más bien una por nerviosismo. Sus mejillas estaban sonrojadas; miraba sus manos e intentaba ocultar su rostro con la capucha de su sudadera de aquella banda de rock de la cual era fanática.
Donovan me hizo sentar y luego él lo hizo a mi lado. Para mi sorpresa, frente a mí se encontraba una bandeja con comida, una que no pensaba tocar, al menos no en compañía del troglodita que tenía a un lado.
—Basta de esto —dije en voz baja—. No quiero sentarme contigo. Lo que deseo es estar a más de cien metros de distancia de ti.
—Lamento no poder complacerte. Ahora, come —me ordenó, como si fuese mi padre. ¿Quién demonios se creía este patán?
—No lo haré —aseveré tajante.
—Como quieras —dijo llevando un bocado de comida a su boca—. Tú eres la que pasará hambre, no yo.
Hice mis manos puño e intenté ponerme de pie. No obstante, su mano sujetó mi muslo con una fuerza que provocó que un sonido de dolor escapara de mis labios.
—No te recomiendo que lo hagas, a menos que quieras ser suspendida de nuevo.
—Lo único que tú me traes son problemas —mascullé, molesta—. Con los profesores, con el colegio y con esas estúpidas niñas que babean por ti, como idiotas.
Escuché a todos soltar una carcajada. Les dediqué una mirada iracunda mientras que Criss me observaba con impotencia al ver que yo no podía quitarme a Donovan de encima.
—Vaya, Donovan, esta chica es todo un reto. No cae ante tus encantos —comentó el chico que tenía abrazada a Criss.
—No te preocupes, Max. No tardará en hacerlo, como todas —aseguró guiñándome un ojo.
Esta vez fue mi turno de reír como una completa loca.
—Dios, creo que me has contagiado tu sentido del humor. Eso no sucederá ni en tus mejores sueños —murmuré, sin dejar de reír.
Enseguida pasó su brazo sobre mis hombros atrayéndome a él; su boca fue a mi oído. Me tensé por completo y detuve mi risa de golpe.
—Cuando te tenga en mi cama gritando mi nombre, te recordaré este día, Kiari — susurró, sugestivo.
Mi cuerpo se estremeció ante sus palabras y por la forma en que me llamó, tergiversando mi nombre. Deslicé la saliva por mi garganta y me incorporé rápidamente, sin darle oportunidad a nada. Para mi alivio, él me permitió irme. Di la vuelta y lo observé por un momento. Sonreía con malicia, y entonces comprendí que, hiciera lo que hiciera, no iba a poder escapar de él.
—¿Qué tal tu día? —preguntó Maddy con la voz apagada.
Acababa de llegar a casa y ella estaba terminando de arreglarse para ir al trabajo. Habían cambiado su turno al de la noche, así que yo estaría durmiendo sola. Qué conveniente.
Esto no me agradaba nada, pero no había opción.
—Bien —contesté arrojando la mochila al sillón, y me dirigí a la cocina.
—Eso no sonó muy convincente. ¿Está todo bien? —me cuestionó prestándome toda su atención. Apoyé la espalda contra la encimera y solté un bufido.
—Sí. Es solo que... Demasiada tarea y todo eso —mentí e hice un gesto despectivo con la mano.
—¿Segura? Sabes que puedes hablar conmigo de todo —me recordó colocándose frente a mí y clavó sus ojos chocolate sobre los míos, los que buscaban la forma de hacerle creer mis mentiras.
No podía decirle que un chico me acosaba. Solo sería darle más preocupaciones, y suficiente tenía ya con todo lo que cargaba para añadirle mis problemas con Donovan.
—Sí, tranquila. Estoy bien, me acostumbraré —dije lo más segura posible.
—De acuerdo —aceptó, no muy convencida—. En la estufa está la comida. Te veo mañana temprano para desayunar juntas. Cualquier cosa, no dudes en llamarme.
—No te preocupes. No suelen pasar muchas cosas en este pueblo —mentí nuevamente.
Claro que pasaban. Podía tener otro encuentro con ese lobo irreal.
Pensarlo me causó escalofríos. No, no deseaba en lo absoluto tener de nuevo un encuentro con tal hermoso y espeluznante animal.
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