—¡Y dale con el usekara! ¡No me han respondido aún! ¿Qué es un usekara?
—Usekara es el único que habla con Sibú –me respondió exultante Juan Manuel–. Y Sibú se hace con el usekara y toma la forma del usekara. Es el mago y el maestro más poderoso del clan y de la nación y todos los demás, isogros, blus, awás, sukias, yerias, kerpas, le rinden respeto. El usekara no habla con la gente, ni atiende a las personas. Eso lo hacen los awás y los isogros. El usekara se preocupa por el clan, por la tribu, por el pueblo. Pero no les dirige la palabra. Y no puede tocalo nadie que no sea del clan. ¡Si lo hace, el poder se pasa al que lo toca y el usekara se muere de muerte fea!
Como si hubiera muerte linda… Decidí pasar por alto el sandio comentario de mi palurdo amigo, que continuó impertérrito con sus invaluables aportes sobre el usekara:
—Incluso nadie lo puede ver a los ojos. Si alguien se burla o se ríe de él, la cara se le hace de piedra y la boca se le queda como la tenía en el momento de burlase. El usekara siempre guía a la gente a la guerra, pero a la distancia y los mejores yerias lo protegen. Porque los enemigos tratan a como puedan de matalo y cortale la cabeza. Así, el poder del usekara pasa a ser de los enemigos y la propia tribu que lo pierde se enferma y se muere. Y quien tiene el mejor usekara, el más poderoso y fuerte, es el que gana las guerras y tiene las mejores siembras y caza los mejores saínos y las mejores dantas. ¡Y las culebras no les pican a sus chiquitos y el jaguar y el zambo no se los lleva! Mi abuelo me contó una vez que hace mucho tiempo, los teribes capturaron a un usekara nuestro y le cortaron la cabeza, pero de camino a sus palenques la cabeza se convirtió en jaguar y se los comió a todos. Y el mejor usekara, el más poderoso de todos, siempre viene de los cabécares, ¿verdad Emiliano?
Entrometiéndose, Gil no le dio tiempo a Emiliano de responder.
—Sí. Pero ya no hay usekaras como los de antes. Mi propio abuelo me contó también que una vez un usekara regañaba a su gente porque eran malos y perezosos y no se cuidaban de limpiase el bukurú y se juntaban hombres con mujeres en un mismo clan, sin cuidase de buscar en el clan que les correspondía, como Sibú lo quiere. Porque cuando Sibú dividió a las semillas en clanes, dijo cuáles clanes se podían casar con cuáles. Y los que no obedecen cometen kurù, que es el peor pecao y se vuelven bukurú y los críos que nacen de esas juntas tienen bukurú y llevan el bukurú a la gente y a los siembros y a la caza y de a poco se van convirtiendo en bestias y animales horribles y peludos. Mi abuela contaba de una muchacha que no hacía caso y se acostó con su primo. ¡Y lo que le nacieron fueron gusanos que le salían de entre las piernas y le trepaban buscándole la leche de los pechos y por más que se los arrancaban eran muchos y se fue poniendo mala y mala hasta que se murió! El caso con el usekara es que no le hacían respeto y seguían en sus cosas malas. Y cuando murió hicieron todas las ceremonias pa’ honralo, como si lo hubieran respetao en vida. Y se llevaron el cuerpo a la montaña y lo velaron un año y trajeron el atado con los huesos. ¡Pero cuando abrieron el atado pa’ sacar los huesos y seguir con la ceremonia, el usekara se había convertido en dulù, la culebra de Sibú, la serpiente del usekara y se los comió a todos en castigo por sus pecaos!
—¿Dulù?
—Dulù, como le decimos los bribris, o dulùrba, como le dicen los cabécares. Es la serpiente bendita de los usekaras. Vive bajo el arcoíris y cuando Sibú y el usekara quieren castigar a sus semillas por lo malo que hacen o porque no se casan con los clanes que son, la invocan. Y Sibú se une al usekara y toma la forma de la serpiente, porque la serpiente se encarga de castigar el pecao y de castigar a los culpables cuando hacen algo malo. Por eso los awás le dicen también dulù al arcoíris y a la luna llena. Porque es en luna llena cuando dulù puede ser invocada y transformada con más fuerza. Pero ellos solo pueden repetir el nombre, porque solo el usekara la invoca pa’ convertise en ella. Y la serpiente solo le hace caso al usekara, porque el usekara es Sibú. Pero los buenos, los que obedecen, no temen a dulù, porque dulù los protege. Y dulù cuida a Surayom y cuando Sibú se convierte en ella, anida en Surayom y la defiende de todo el bukurú y de todos los que no vienen de las semillas y quieren entrar en Ella.
—Vaya, vaya, vaya… ¡Me comienza a gustar eso del usekara y de Sibú! Y el usekara, digo yo, ¿puede transformarse en otros animales?
—¡Claro! Jaguar, cuando va a la guerra, serpiente cuando va a castigar a los malos y a los que no respetan los clanes y las leyes contra bukurú. Danta o saíno cuando guía a los cazadores en la montaña. Pero también puede hacer que otros se conviertan en animales, animales corrientes o animales horribles y hagan las cosas por él. ¡Y los que se convierten y hacen cosas terribles, después cuando vuelven a ser personas, no se acuerdan de nada! Mis viejos también me contaron de un usekara que usó enemigos capturados y los hechizó y los devolvió a su gente, dizque los perdonó y los liberó. Y volvieron y su gente los recibió y se hizo una gran fiesta y una gran borrachera con chicha de pejibaye, que duró hasta la madrugada. Y todos estaban dormidos y entrepiernaos con los clanes que no debían, durmiendo la borrachera, pa’ más enojo de Sibú porque cometían kurù. Y en eso se fueron las nubes en el cielo y brilló dulù, que era la señal conjurada por el usekara. Y los presos liberaos se convirtieron en unas criaturas espantosas, en aúks –los diablos de las montañas–, unos monstruos horribles, parte jaguar, parte serpiente y parte saíno, y devoraron a todos los de su tribu y agarraron a las mujeres y las arrojaron a los pozos de agua y a los niños los estrellaron contra las rocas y luego se destrozaron entre ellos a punta de mordiscos y dentelladas. Y así nuestro usekara nos libró de un pueblo enemigo sin sacrificar a uno solo de nuestros yerias. Y sus glorias y sus alabanzas las cantó el isogro por muchas generaciones.
Linda carta de presentación para venderme la idea de ser un usekara... Y yo creía haber conocido la brutalidad en el campo de batalla. Lejos estaba de imaginar en las palabras de estos buenos morenos, el augurio de los horrores por venir. Pero todo parecía divertidamente ilusorio en aquel momento. Y aún tenía muchas dudas por aclarar.
—¿Y por qué me dicen usekara?
—Por las marcas, usekara... por las marcas…
—¿Marcas? ¿Cuáles marcas?
—¡Sus marcas, las que lleva en su cara y en su cuerpo! –respondió Juan Manuel. Y con sus dedos, conjuró extasiado en el aire de la penumbra los mismos signos que atenazaban mi piel, mientras afuera los perros que pululan por las callejas de Cartago aullaban lastimeramente, como si dulù les contemplara amenazante, mostrándoles los colmillos desde lo alto del cielo nocturno; como si olieran en el aire las atrocidades que la serpiente enjarciada en la luna estaba por verter sobre la pobre ciudad... Siguió el cholo con sus dedos el contorno de mis cicatrices, con el mismo arrebato con el que, probablemente, contemplase en alguna lejana ranchería de su infancia al awá de su tribu, caligrafiando los mismos sortilegios en el aire: –¡Sus marcas son las del usekara, las mismas que según mi abuelo, los usekaras se hacían en su penitencia, pa’ invocar a Sibú! Antonio me lo dijo, usted era fuerte y poderoso y lo protegía. Y vino desde el otro lao del mundo, solo pa’ cuidarnos. Eso no es error, es voluntá de Sibú. ¡Por algo Él lo quiere aquí, por algo lo trajo! ¡Algo va a pasar aquí! Y sus marcas son las que solo el usekara se puede hacer a sí mismo… ¡Sus marcas nos van a proteger!
—¿Y podré transformarme en jaguar; mejor aún en serpiente? ¿Y podré darle órdenes a la lluvia y al viento? ¿Y podré hacer que los otros se conviertan en los animales que yo quiera y que me obedezcan? –pregunté irrespetuoso y emocionado a la vez.
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