—Entonces, Sibú es… Dios, ¿me equivoco?
—No se equivoca, usekara. Sibú lo sabe todo y supo cómo hacerlo todo.
—¿Y cómo es él?
—Nadie lo sabe, patroncito. Solo el usekara habla con él y lo recibe, pero tampoco lo ve. En Talamanca encontrará muchas estatuas de animales y de guerreros, pero no va a encontrar ni una sola de Sibú. A él no le gusta que le hagan imágenes. Todo lo contrario a los de por acá, a pesar de que a tatica Dios tampoco le gusta…
—Sibú nació de mujer sin varón y los curanderos lo querían matar, porque le tenían envidia. Y cuando ya todo se ponga muy feo, Sibú va a mandar a su usekara pa’ que vuelva a tomar las semillas allá en Surayom y las tueste con el fuego sagrado, pa’ hacer el mundo de nuevo. Pero pa’ hacelo, primero va a tener que quemalo todo y va a usar el fuego que dejó guardao, porque ese fuego solo al usekara que Él mande le va a hacer caso. Y pa’ que nadie cause daño mientras el usekara llega, dejó a los surás, a los bis y a los dulás, viviendo en los picos de las montañas, cuidando las montañas y los ríos y los valles y las selvas y a los que viven allí.
—Por eso cuando se entra a la montaña se entra en silencio, porque el ruido molesta a los que cuidan a Surayom. Y por eso también cuando se cruza la cordillera de un lao a otro hay que hacelo en silencio y ofrendar hilachas a los espíritus de los picos que cuidan Surayom, antes de ponerse a andar. Porque cruzar la cordillera es como esperar al pájaro que te lleva el alma cuando te llega la muerte. Hay que estar limpio y sin suciedad. Porque no todos lo pueden hacer. Es muy fácil ensuciarse y teñirse de todo lo malo. Bukurú está por todos laos…
—¿Bukurú? ¿Qué es bukurú?
Pelando los ojos con temor, en dirección a las esquinas más oscuras del cuarto, como si bukurú fuera a abalanzarse sobre nosotros en cualquier momento, habló Gil Castro en voz solemne y respetuosa:
—¡Bukurú es todo lo malo y todo lo sucio que hay en el mundo, usekara! ¡Y está por todo lao! Solo en Surayom se está libre de bukurú. La menstruación es bukurú, el embarazo es bukurú, la muerte es bukurú, el cuerpo que se descompone sin ser subido a los árboles es bukurú, los malos espíritus, los que te atosigan, los que te persiguen pa’ robarte cada una de tus cuatro almas, los que quieren matarte, los malvaos, los que te engañan, son bukurú. Bukurú es la parte del mundo que Sibú no pudo iluminar con el sol… Hay que tenerle miedo. Por eso los awás y los sukias y los enterradores saben cómo manejar el bukurú y ayunan y se preparan durante días con cantos y ayunos. Porque hay que limpiar todo de bukurú, que puede matar a tu familia y a tu clan y a tus siembros y a tus animales y a uno mismo…
—¡Por eso cuando alguien muere, nadie de la familia lo toca, solo los enterradores especiales! Y se hacen grandes ceremonias y se bebe mucho cacao, porque el cacao limpia el alma. Y el cuerpo se lleva a la montaña y se le envuelve bien con sus cosas y se le deja en lo alto de un árbol, porque el cuerpo no puede tocar la tierra ni al revés, porque se pasa el bukurú. Y cuando pasan varias lunas y se calcula que solo quedan los huesos, se va por ellos y el enterrador los baja y los lleva a la casa del muerto y allí los desenvuelve y los reacomoda, ya limpios y puros pa’ ser enterraos junto con sus cosas y sus esclavos y sus esposas, si tal era el rango. En todo ese tiempo las cuatro almas del muerto vagan por el bosque, alrededor de donde está su cuerpo, alimentándose de frutas silvestres. Y cuando se le entierra, una va pa’ el cielo, otra pa’ la casa de Sibú, bajo tierra, otra bajo el sol y la otra queda en la selva. ¡Y nadie puede acercase!
—¡Ughhh! –exclamé torciendo la cara de asco–. ¿Y no es más fácil enterrarlo ya de una vez y sin tanta ceremonia? ¿Y por qué solo los huesos?
—¡Porque en los huesos está el alma, usekara! ¡Jamás la carne muerta puede tocar el suelo! ¡Jamás! Si la toca, bukurú se pasa a la tierra y se pierden las cosechas y se mueren los animales. Y cuando eso pasa solo el usekara puede limpiar el bukurú de todo el clan y de toda su tierra. Ni los awás ni los sukias pueden. Y la maldad es bukurú. Te espera detrás de cada árbol, de cada esquina, pa’ ensuciarte y clavarte los dientes. Por eso solo los huesos pueden quedar en la tierra. Porque allí está el alma, en especial en la calavera. Y solo así las cuatro almas se liberan.
—¿Pero por qué dices que el alma está en los huesos?
—¡Usekara, usekara! –espetó Juan Manuel con impaciencia–. Cuando un árbol se muere, ¿qué queda? ¡La semilla! ¿No? La semilla, que es seca. ¿Y qué se hace con la semilla? Se entierra, pa’ que todo vuelva a empezar, ¿no? ¿Acaso se siembra el árbol completo, la madera? ¡No! Se siembra la semilla. Igual se hace con la gente, se siembran los huesos. ¡Solo así florece el alma en los potreros y en los bosques de Sibú!
Tercié divertido, haciéndome el amoscado:
—¡Cuidado, Juan Manuel! Ve que a Antonio no le va a gustar cómo me estás hablando… ¡Soy tu usekara, recuerda, je, je! Y Antonio te mandó que me cuidaras…
Nunca esperé el miedo que mi tonta chanza causó en Juan Manuel, quién pálido de muerte se deshizo en disculpas lacrimosas. Rápidamente le resté importancia, tal es el temor que el usekara infunde.
—Tranquilo, Juan Manuel. Era solo una broma… ¿Es que acaso los usekaras no hacen bromas?
—Pa’ nada de nadita, usekara…
—Pues deberían… ¡Bueno, está bien, te perdono y todo queda en el olvido! Tendrás larga vida y salud, así lo mando. Ahora volvamos a lo nuestro… Y este Sibú… a ver, ¿cómo lo digo…? Bueno, me queda claro que es algo así como un dios para ustedes… Digo, para los de allá arriba, que se parecen a ustedes… porque ustedes, recuerden –tercié con malicia–, ya se bautizaron… espero…Y este Sibú… digo, ¿es como el Dios de por acá? O sea, ¿es casado? ¿Tiene esposa o amante o harén o algo así? ¿Tiene críos? ¿O es un padre soltero, como el nuestro?
Los buenos cholos abrieron los ojos escandalizados por mi descarado comentario sobre nuestros respectivos dioses, colegas forzados en la dura tarea de ordenar y desordenar el mundo. Por lo visto, la idea de servir a dos amos no les atormentaba.
—¡Usekara! Los lobos son los que adoran a Sibú. ¡Nosotros no! ¡Nosotros le servimos a tatica Dios!
—¿Los lobos? ¿Qué rayos son los…?
—Es como le dicen nuestros patronos a los indios de las montañas, sin acristianarse –terció Emiliano, flemático como siempre–. Hasta a los frailes se les escapa, cuando se enojan con ellos o con nosotros… Para que vea, en esta tierra también hay lobos… Ya nosotros mismos les decimos así…
—Sibú tiene una esposa, usekara –desvió el tema Juan Manuel–. Se llama Surá. Ella es la que crea todo, por orden de Él. Porque Él lo puede todo, menos hacer cosas vivas. Solo Surá puede. Por eso solo las mujeres hacen a los niños. Los hombres no. Y todas las semillas son los hijos de Sibú y Surá. Todos los bribris y los cabécares somos sus hijos.
—Ya veo. Todos ustedes aquí, bribris, son sus hijos…
—Gil y yo somos bribris. Emiliano es cabécar, pero criado en bribri. Éramos, bueno, ahora somos cristianos y vivimos en Cartago. Pero todos hablamos bribri y cabécar, ambos se parecen. Pero teribe, bien, bien, solo Emiliano. También algunas palabras de brunca. De los indios mejicanos y tariacas, nada. No se les entiende nada y tienen un genio de los demonios, pero no son tan malos como los teribes. Por eso a mí y a Gil nos usan pa’ entendese con los de allá arriba cuando suben. Emiliano les colabora en las reducciones, pero casi nunca sube, hay otros allá que les traducen el teribe. Fuera de los frailes y de nosotros tres, nadie más habla esas lenguas. Bueno, salvo el padre Margil y los padres Rebullida y Andrade. Esos entienden muchas de las hablas de las montañas y el padre Margil, un santo que vino con tata cura y los demás, los años que estuvo acá, se las sabía todas, por lo menos diez o doce. Pero claro, era un santo… y los santos todo lo pueden… ¡como los usekaras!
Читать дальше