El aprendizaje es un éxodo, 20un camino (significado literal de la palabra) que uno mismo ha de recorrer acompañado de la mano del guía, del explorador de la caravana que acompaña, que escucha y se retira a la montaña, que trata de evitar los obstáculos o de superarlos, pero que no los conoce todos previamente y no puede calcular los sobresaltos. Ese explorador, Moisés, un hombre cualquiera, lleno de limitaciones, como cualquiera de los que aspiramos al don de ser acompañantes, tenemos que aprender como él a aceptar ser puestos en entredicho por los más listos y exigentes, ser rechazados en principio por los que aceptan peor ser ayudados. Este explorador recurre a YHWH para que le dé una hoja de ruta, un elemento externo que puedan respetar, una alianza que comprometa a todos los participantes a aceptarla con todas las consecuencias para garantizar el éxito del recorrido hasta la meta.
La Ley se presenta, como más tarde dirá san Pablo, como un recurso pedagógico, no como un sistema constrictor, impositivo. «Del cielo te hizo oír su voz para instruirte» (Dt 4:36). No para obligar a cumplir una ley impuesta arbitrariamente desde lo alto, sino para reconocer que el que convoca quiere amar y ser amado (Dt 4:37s), que quiere darle al elegido «felicidad y vida larga en una tierra dada para siempre» (Dt 4:40). Esta promesa (Larrú, 2017) es la oferta de un buen acompañante. Todo esfuerzo tiene su recompensa, y en este camino , el acompañado, Israel, debe saber que no está solo, la presencia de la palabra misma del acompañante está ahí para ayudarlo a interpretar dónde está el desliz o la voluntad débil, si erró en la decisión: «La palabra no está en los cielos lejanos, ni más allá de los mares, sino muy cerca de ti, en tu boca y en tu corazón» (Dt 30:11-14).
La libertad de Israel, que se cree más inteligente que YHWH, puede hacerlo marrar en sus caminos hasta el punto de poner en riesgo su propia vida. Un buen acompañante, como YHWH, no puede permitir que su plan de felicidad 21para su amado pueblo se vea frustrado por la contumacia del pecado (que consiste en la afirmación de sí mismo hasta el olvido de sí mismo —del propio bien—, y del otro —el bien que me es propio al serme donado como compañero—). Por eso, aunque YHWH muestre cierto dolor humano en la contumaz resistencia del pueblo en dejarse conducir, siempre se somete a la voluntad y las demandas de Israel.
Esa paciencia, no exenta de reprensiones y castigos, es la que verdaderamente enseña a apreciar las cosas, que el pueblo cree que se le deben, como algo derivado de un amor gratuito. En la Escritura aparece la corrección como algo serio que puede ir de la amenaza al castigo pasando por la reprensión; debe asegurar la eficacia de las propuestas educativas de YHWH. Pero siempre queda claro que el último aprendizaje es haberse sabido amado en el camino.
Lo mismo que la desobediencia y el principio del placer están arraigados profundamente en el corazón del niño, en Israel también se muestra esa misma actitud de complacencia que lo desviará de la felicidad (tierra) prometida. El pueblo quiere ya cambiar las condiciones de la Alianza, del compromiso de YHWH: el tipo de comida, saciar la sed en cuanto la sienta, que sus dudas sean resueltas de inmediato en cuanto las presenten. Se hartan del sabor indefinido del maná, añoran las cebollas y los ajos de Egipto, se comparan con otros pueblos y envidian el trato que tienen con sus dioses (ya que son ellos los que los manejan a su antojo). YHWH usará a Moisés, a Josué, a los jueces y profetas para hacerlos acompañantes de su pueblo. Los dota de la palabra como único instrumento de poder. La Palabra diferida del propio YHWH es una llamada de atención correctiva, parresia neotestamentaria, y una amenaza pedagógica: si te desvías, Israel, de los preceptos de YHWH, estarás solo, a merced de los enemigos.
Pero empiezan las dificultades. Tienen hambre, y en el desierto no hay pan. Entonces, de nuevo murmuran, se dicen a sí mismos que están siguiendo a un iluminado que los ha arrastrado a todos para que mueran en el desierto. Entonces, Dios les manda el maná (cf. Ex 16). Pero vuelven a quejarse y a murmurar porque tienen sed.
El pueblo entonces se quejó a Moisés diciendo: —Danos agua para beber. Y les respondió: —¿Por qué os querelláis conmigo? ¿Por qué tentáis al Señor? 3 Pero el pueblo continuaba sediento y murmuró contra Moisés: —¿Por qué nos has sacado de Egipto para dejarnos morir de sed , a nosotros, a nuestros hijos y a nuestros ganados? 4 Moisés clamó al Señor diciendo: —¿Qué puedo hacer con este pueblo? Casi llegan a apedrearme (Ex 17:2-4).
La murmuración contra YHWH es una constante. Su pedagogía insiste en ayudarlos a aprender a vivir al día y confiados en su amor para con ellos. No se anticipa a las necesidades del pueblo como un padre neurótico al que no le gusta que su hijo sufra o como el acompañante superprotector que se adelanta a las quejas del acompañado o las imagina para ser querido por él, sino que espera su oración (petición/exigencia) para mostrarles en dónde tienen puesto su corazón. Acompañar es enseñar a discernir los signos, las señales que nos abren caminos en la oscuridad, o a interpretar los acontecimientos que nos permiten crecer. Enseñar a interpretar la historia.
El pueblo se encuentra vagando por el desierto y no tiene idea de por dónde ir. Es Dios el que, en forma de nube y de columna luminosa, los guía. Cuando la nube se para, ellos se paran; cuando la nube camina, ellos se ponen en marcha. Pero el arduo camino es un lugar de encuentros y desencuentros: se cansan del maná y quieren carne. Se acuerdan de los ajos y cebollas de Egipto. Moisés tiene que invocar de nuevo a Dios porque el pueblo vuelve a murmurar. Dios les envía las codornices (cf. Ex 16:12-13; Nm 11:4-15, 31-35). Luego tienen sed; allí no hay agua. Reniegan de nuevo de Dios y de Moisés hasta el punto de que quieren matarlo (según Freud, Moisés y el monoteísmo, de hecho, lo mataron). Moisés se enfada con ellos y los exhorta (otro verbo directamente relacionado con el acompañamiento) a tener paciencia: «¿No habéis visto todo lo que Dios ha hecho hasta hoy por nosotros?». Pero ellos no reconocen nada. Para el pueblo, como para nosotros, todo es fruto de la casualidad, ya no saben/sabemos de qué Dios se habla; tal vez ese Dios sea fruto del delirio de Moisés (cf. Ex 17:1-7; Nm 20:1-13). Moisés tiene que acudir de nuevo a Dios y este le dice «Golpea con tu vara a esa roca y saldrá agua». Al instante salió agua. La versión bíblica es que la duda de Moisés le impidió entrar en la Tierra Prometida. El género midrásico 22sugiere que es la desconfianza de Moisés en la paciencia de YHWH para soportar a su pueblo. Este pueblo es tentado constantemente en el desierto a sospechar de la bondad de YHWH propuesta por Moisés. Esa desconfianza es un modelo universal de la sospecha de todo hombre sobre la bondad de Dios. La tradición rabínica atribuye a Moisés su propia condenación para enfatizar la paciencia y la misericordia del Dios de la Alianza. El modelo de acompañamiento que implica el Dios de la Alianza es claro: ama a su pueblo, quiere lo mejor para él, vela por su seguridad, pero no conculca nunca la libertad ni de sus líderes ni de sus miembros. Para ello, YHWH deja que este pueblo experimente caminos tortuosos, a veces, peligrosos otras, y siempre se muestra solícito a prestar cobijo, mediante la corrección después de la experiencia díscola, para que retornen a la Alianza.
Así, llegan al monte Sinaí, donde Moisés sube para recibir la Ley de manos de Dios. Ante la tardanza de Moisés, el pueblo reniega de nuevo y pide a Aarón que les fabrique un ídolo, un gran becerro de oro. Ya están hartos de que a ese Dios no se le pueda representar, ver y tocar para manipular de alguna manera su voluntad. Se fabrican su propio ídolo y le atribuyen todas las maravillas que Dios ha hecho con ellos (cf. Ex 19 y 32). La impaciencia del acompañado es una constante. Busca seguridades, anclajes, para no sentir el vértigo de su inexperiencia, para recorrer caminos siempre transitados y evitar las incertidumbres. Y hacer lo que hacen los demás pueblos o nuestros vecinos. Todos sentimos el vértigo de la incertidumbre si no hacemos lo que hace todo el mundo. La mímesis es constitutivamente humana. Crear, o innovar, es más complicado y arriesgado que copiar o hacer lo de siempre. Abrir sendas nuevas es más difícil que transitar las que ya han sido holladas mil veces. Si todos adoran ídolos, significa que algo tendrán o les darán a ellos que nosotros no tenemos. La envidia mimética es esencial para orientar nuestros pasos y decisiones. Volver a Egipto a hacer lo que hacíamos es más seguro que el riesgo de lo novedoso. No obstante, YHWH sabe que solo desde sus silencios, desde su distanciamiento, el pueblo crece en autonomía, en personalidad. Su objetivo es curtirlos en la confianza en sí mismos, ya que se van a tener que enfrentar a pueblos más poderosos y mejor pertrechados que ellos para el combate. También darles una lección . Aarón sabe que los ídolos ofrecen esa seguridad psicológica de tocar y ver lo numinoso que permite al hombre sentir el control de la historia.
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