Con el inmenso don de la vida, cada uno de nosotros recibe también, por lo tanto, la llamada a vivirla en plenitud, y responde desde su libertad recorriendo el camino que hay entre el hombre que ya es y el que está llamado a ser. Es una tarea en la que nadie puede ser sustituido, pero en la que todos necesitamos ser acompañados, pues de ninguna manera está garantizado que este viaje vaya a llegar a buen puerto. Para empezar, el rumbo no está trazado inequívocamente en ningún GPS. En la mochila no llevamos una hoja de ruta clara que nos indique la meta y la senda, sino muchos anhelos y muchas preguntas: ¿quién soy yo?, ¿qué espero de la vida y qué espera la vida de mí?, ¿dónde encontrar las fuerzas para amar y para sufrir?, ¿dónde se cumple este anhelo de plenitud que me constituye?, ¿cuál es el sentido de mi vida y de los acontecimientos, si es que tienen alguno?…
El ser humano es, en suma, persona: un ser libre y en camino que se hace preguntas y busca (Homo quaerens) , pero, sobre todo, un ser abierto a los otros que vive del encuentro con los demás, que necesita ser acogido, cuidado, levantado, consolado, iluminado, guiado, educado, amado… Cada uno de nosotros debe la mayor parte de lo que es y tiene a este acompañamiento que otros le han prodigado —padres, maestros, amigos, educadores, catequistas, sacerdotes—, así como muchas de las dificultades que experimentamos se deben a las deficiencias en el acompañamiento que hemos recibido.
Podría decirse, pues, que, por su condición de Homo viator , el hombre es además un Homo educandum y comitandum , un ser que ha de ser necesariamente educado y acompañado. Y un ser llamado también a la misión de acompañar a otros a través de la paternidad, la educación, la amistad, el trabajo asistencial, el ministerio sacerdotal, etc. Somos seres que caminan y que buscan, y que, en ese camino y esa búsqueda, acompañan y son acompañados. «En lo más íntimo de su ser, el hombre está siempre en camino, en búsqueda de la verdad. La Iglesia participa de este anhelo profundo del ser humano y ella misma se pone en camino acompañando al hombre que ansía la plenitud de su propio ser». 8Así se expresaba Benedicto XVI en un lugar tan oportuno para recordar estas verdades antropológicas como Santiago de Compostela.
El acompañamiento no es, ciertamente, una realidad exclusiva del ámbito cristiano ni del ámbito religioso; es una necesidad inherente al hombre, derivada de su ser personal y radicada en su dimensión espiritual. Y esta, la vida espiritual, es una experiencia que pertenece a toda persona, no solo a los creyentes o a los cristianos, «es una dimensión de la experiencia humana en cuanto tal, en la cual se decide y se busca el sentido de la vida». 9Esa vida espiritual, aunque la llamemos a veces vida interior , no es una vida vivida solamente de piel adentro, en el reino de taifas de la propia intimidad. Todo lo contrario: si se vive de forma adecuada, es una experiencia comunitaria y dialógica que reclama el acompañamiento.
En esta obra, no obstante, ahondaremos en la relevancia que tiene el acompañamiento específicamente para la fe cristiana. En esta reflexión aflorará la imagen del camino, fundamental también para comprender la vivencia de la fe bíblica. No es una imagen anecdótica o pintoresca, sino central y privilegiada. Así lo manifestaba hace algún tiempo el entonces arzobispo de Buenos Aires Jorge Mario Bergoglio: «¡Qué buena la palabra camino! La experiencia religiosa inicial es la del camino. A Dios se lo encuentra caminando, andando, buscándolo y dejándose buscar por Él». 10Así se constata una y otra vez a lo largo de las Sagradas Escrituras, que con toda justificación podemos considerar la fuente última del acompañamiento.
PRIMERA PARTE
Acercamiento teológico al acompañamiento
1. Los códigos de la Escritura
1. ¿SE PUEDE HABLAR DE ACOMPAÑAMIENTO EN LA ESCRITURA?
La Escritura está llena de episodios que tratan de conceptos afines que reclaman el ser compartidos con otras experiencias, conceptos, caminos, mociones, pensamientos: 11corrección, consejo, educación, ayuda, discernimiento, amistad sincera, guía, escucha en silencio, caminar juntos, exponer ante YHWH la causa del sufrimiento, enseñanza… Destacan especialmente aquellos pasajes del Eclesiástico y del Libro de Tobías en los que se identifica el acompañamiento con el consejo del hombre prudente. El Eclesiástico previene de los malos consejeros que buscan su propio interés o están contaminados en su juicio y recomienda acudir «al hombre piadoso». «Del consejero guarda tu alma […]. 12. Si no recurre siempre a un hombre piadoso de quien sabes bien que guarda los mandamientos, cuya alma es según tu alma, y que, si caes, sufrirá contigo. […] 15. Y por encima de todo esto suplica al Altísimo, para que enderece tu camino en la verdad» (Sir 37:8.12.15). Tobías incide en buscar el consejo del hombre sabio: «Busca el consejo de todo hombre prudente y no desprecies ninguna advertencia valiosa» (Tb 4:18). Este libro en concreto insiste en el concepto de ser acompañado para cumplir la misión. «Salió Tobías a buscar un hombre que conociera la ruta y le acompañara a Media. En saliendo, encontró a Rafael, el ángel, parado ante él; pero no sabía que era un ángel de Dios» (Tb 5:4). El verbo συνοδεύουν, en griego, se refiere a ‘ir con/juntos por el camino’. En las Sagradas Escrituras aparece numerosas veces esta paráfrasis verbal.
Existen numerosos pasajes del Nuevo Testamento en los que Cristo llama, mira esperando respuesta, camina al lado, indica el seguimiento (el ir con él), corrige, exhorta, pregunta, dialoga, demanda un gesto, etc. Exactamente igual que en las Epístolas de san Pablo, que toma buen modelo de Cristo, haciendo lo mismo con las comunidades de las distintas ciudades, así como con Tito y Timoteo, etc. «Habla, exhorta y reprende con toda autoridad. Que nadie te menosprecie» (Tt 2:15). La carta a Tito exhibe cierta dureza en la corrección que debe ir acompañada de paciencia, de oportunidades: «Al hombre que cause divisiones, después de la primera y segunda amonestación, deséchalo» (Tt 3:10), como dice Pablo: «Predica la palabra; insiste a tiempo [y] a destiempo; amenaza, reprende, exhorta con mucha paciencia e instrucción» (2 Tm 4:2).
La palabra acompañamiento en el vocabulario bíblico aparece referida, unas veces, al proceso de educación o aprendizaje y, otras, al mero ir con alguien, juntos; aparece también en un contexto específico en el desempeño de alguna misión: cuando YHWH tiene que enviar a alguno de sus mediadores a una misión, se dice que los guiará, acompañará o les garantizará que Él o sus ángeles estarán a su lado. Así, a Moisés le dice que Aarón irá con él —lo acompañará— a visitar al faraón (Ex 6:28-11, 10). A Abraham se le mostrará que, en determinados momentos, unos ángeles le hablarán y lo acompañarán en el nombre de Dios y estarán recordándole la promesa puntualmente (Gn 18:1-3). Toda la Escritura está redactada en este lenguaje relacional en el que un Dios busca encontrarse con el hombre, creado a su imagen y semejanza por Él para el amor, y que reclama ser acompañado al estilo de lo que dice Pablo a Timoteo: «Toda Escritura es inspirada por Dios y útil para enseñar, para reprender, para corregir, para instruir en justicia» (2 Tm, 3:16).
El término acompañamiento guarda connotaciones semejantes con educación . La palabra musar significa a la vez instruir en la sabiduría y en la corrección (‘reprensión’, ‘castigo’). En el Deuteronomio y en los Profetas aparece para adjetivar un comportamiento de YHWH en relación con la necesidad de reprender al pueblo por su idolatría o reconducirlo a una relación sin doblez. En los libros sapienciales, se utiliza musar referido a la educación familiar. Traduciendo esta palabra por paideia (‘disciplina’), los Setenta no pretendían asimilar la educación bíblica a la educación griega dirigida al heroísmo épico, al servicio a los dioses y a la polis. En la Escritura es Dios el educador por excelencia, que trata de ganarse la fidelidad de su pueblo inculcándole una obediencia a la Ley por medio de pruebas. El objetivo es liberarlo de la idolatría, el medio es la corrección y la disciplina (Pr 23:23), inculcada a través del corazón, para que el final sea una relación amorosa esponsal en una Tierra Prometida como dote.
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