Ricardo Ernesto Torres Castro OP - He atravesado el mar

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Este libro no es el resultado de una investigación. Son las conclusiones de un observador. No se trata de un manual de gestión universitaria. Es el itinerario de un rector joven que, a los 33 años, asumió la dirección de una universidad en Colombia y que se propuso navegar el mar, sin otra provisión más que su propia piel. No se trata de una construcción dogmática. Son las reflexiones que se fueron construyendo cada semana, conforme el periódico El Mundo iba publicando así, como cuando un padre alimenta a su hijo, cucharada tras cucharada, las reflexiones del joven rector, que como él mismo lo siente, más que un escritor de libros es un columnista.
¿Qué son? ¿De dónde vienen? ¿Hacia dónde van las universidades? Son las preguntas fundamentales del libro. No tiene un orden para leerse, se puede iniciar desde el capítulo que se quiera y terminar donde se quiera, da igual: su orden no altera su propósito, que no es otro que intentar atravesar el mar.
El prólogo lo ha elaborado Carlos Raúl Yepes Jiménez, un generoso humanista, expresidente de Bancolombia, amigo cercano del autor, cuya respuesta generosa no se hizo esperar. Como consecuencia, contamos con una breve, pero muy profunda presentación de quien quiso atravesar el mar con el autor, con la misma piel, con la propia humanidad.e

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Educar con ideas y sin ideologías Existió por tierras antioqueñas y - фото 14

Educar con ideas y sin ideologías

Existió por tierras antioqueñas y colombianas un gran académico que nos presentó el profundo sentido de vivir en una democracia: Carlos Gaviria Díaz. Fue un ilustre profesor, jurista y político. Como buen académico, centró su reflexión en las ideas, no en las ideologías. Ser un “animal político”, como lo afirmaba Aristóteles, es la forma más noble de convivir con, para y por los otros. Un hombre político es un ser de ciudad, porque esta ofrece el ambiente natural de la democracia y la convivencia. De manera que una democracia debe propender por que quienes la habitan se desarrollen conforme a la política y a la ciudad. En este sentido nos civilizamos. Esa dialéctica entre la educación y la democracia es el foco de desarrollo de cualquier proyecto políti- co comunitario. Todos estamos llamados a conformar territorios conforme a nuestras necesidades, preocupaciones, anhelos y esperanzas. Este ideal, muchas veces tildado de utópico, es posible solo gracias a la educación. La utopía, según Ignacio Ellacuría, es aquella capaz de tejer la historia6. Esa utopía se hace realidad con un proceso educativo cimentado en el ideal de la libertad.

Pedagogos como John Dewey definen la democracia como el mejor sistema político para liberar la inteligencia de todos y ponerla al servicio de la solución de los problemas sociales7. El economista Amartya Sen y la filósofa Martha Nussbaum realizan un proceso argumentativo consciente del ideal de la democracia como posibilitador de una educación de calidad y de la educación como el principal eslabón de una democracia integral8. La filosofía aristotélica nos invita a retornar a la cosa pública, la res de los ciudadanos, lo que les corresponde a todos como ideal supremo y, de esta forma, desarrollar la educación de tal manera que permita el florecimiento pleno de las capacidades de seres siempre diversos, no simplemente de aptitudes racionales útiles para desempeñarse en el mundo técnico de las sociedades capitalistas. Cabe entonces afirmar que lo que denominamos democracia utópica es, sin temor al error, la democracia posible.

¿Qué debería entonces hacer una institución educativa para construir una democracia posible, que se distancie de las ideologías y se acerque a las ideas? Tres cosas: enseñar a pensar, convivir y comunicar. Esto va en sintonía con el pensamiento platónico que plantea como ideal de ciudadano (gobernante) a aquel que es capaz de saber qué son la verdad, la justicia y la belleza9. Imaginen ustedes un proyecto pedagógico que se fundamente en el saber pensar ordenado a la verdad, en el saber convivir ligado a la justicia y en el saber comunicar como una expresión de la belleza. Una institución de estas características rescata el ideal de la paideia griega. De la forma como hacemos una cultura ciudadana, como enseñamos a convivir a partir de nuestras diferencias, nacen las verdaderas políticas de inclusión, de rescate de las culturas, de empoderamiento de la mujer como promotora del ideal de una democracia posible y de hacer de la educación el lugar común para desarrollar la ciudad.

Quien ideologiza convierte la obediencia en diplomacia hipócrita; la fraternidad en complicidad; la austeridad en esclavitud del dinero; el género en imperio de una construcción personal que riñe con la idea de transformación social; la democracia en confusión de normas con los deseos de las personas. “Una verdadera democracia presupone personas que piensan, reflexionan, discuten y, por lo mismo, disienten permanentemente. El disenso es constitutivo de una democracia sana, mientras el fanatismo o la unanimidad signos de lo contrario”10.

Una ideologización de la democracia cierra el paso a la capacidad de disentir y de discernir. La ideologización nos lleva a la polarización. ¿Cuál es entonces la solución? Ya lo hemos dicho, una educación que no solo sea integral sino integradora. Una educación capaz de hacer del disenso y del discernimiento su estructura central, que los focos sean el pensar, el convivir y el comunicar. Que su base epistemológica esté centrada en la verdad, como sujeto de la pertinencia; en la justicia como instrumento de equidad; en la belleza como motor de la verdad y la justicia. La democracia es posible porque somos esencialmente iguales en cuanto que todos gozamos de discernimiento, algo resaltado por autores tan diversos como Platón, Descartes y Erasmo de Rotterdam.

Pensar convivir y comunicar Los modelos educativos tradicionales forman a - фото 15

Pensar, convivir y comunicar

Los modelos educativos “tradicionales” forman a una generación que no existe. Esta es una preocupación latente, no prestarle atención conducirá a la gran debacle del sistema educativo, la deserción y la pérdida de credibilidad institucional. Una de las principales causas que están llevando a plantear este problema son las deficiencias en argumentación, reflexión y lectura crítica de los estudiantes. Cabe preguntar qué hace un grupo de docentes cuando se organizan esas largas jornadas académicas en los colegios, o cuando una universidad invierte importantes sumas de dinero para realizar comités curriculares. ¿De qué hablan? ¿Para qué se reúnen? ¿Se trata solo de hacer tareas operativas? ¿Se trata solo de planear actividades?

Considero que el no aprovechamiento de esos momentos de encuentro genera parte de la crisis, pues se trata de pensar, de disentir, de debatir, de poner sobre la mesa las consideraciones, las oportunidades, los sujetos de nuestra acción misional. Se trata de conversar más, porque estoy convencido del poder que tienen las conversaciones en una institución, se trata del encuentro, de vernos unos a otros, cara a cara y tomarnos en serio la labor de la docencia. Hace poco escuchaba a un docente de una prestigiosa institución de educación superior decir que no era valorado en su universidad simplemente porque esta no le proveía los recursos suficientes para hacer bien su trabajo. Al día siguiente, visité un colegio de una comuna muy pobre de la ciudad de Medellín, durante una jornada pedagógica con los docentes, quienes a pesar de estar notoriamente necesitados de recursos, vibraban con entusiasmo tomándose en serio “eso de ser docentes”, gastando tiempo para pensar en cómo iban a enseñar a sus estudiantes a ser mejores ciudadanos, cuestionándose por los contenidos que impartían en el aula, conscientes de las limitaciones pero no resignados a ellas, siendo recursivos y llegando a acuerdos sobre qué enseñar, cómo comunicar y de qué manera construir un modelo de convivencia.

Cualquier modelo educativo debe preocuparse por enseñar a sus estudiantes a pensar, comunicar y convivir. A eso debemos ir todos a una institución de educación, desde los niños hasta quienes se encuentran haciendo doctorados. No nos podemos cansar de aprender a pensar, comunicar y convivir, solo porque no se trata de algo limitado, sino que esas tres categorías evolucionan permanentemente. La crisis de la generación productiva actual es precisamente la ausencia de esas habilidades que llamamos blandas y sobre las cuales las empresas tienen que invertir mucho para capacitar al talento humano. Del mismo modo, estas tres competencias nos ayudan a desarrollar una facultad central, la memoria. Si todos cultivamos la memoria, finalmente estamos garantizando lo fundamental. Por ello, las asignaturas de todos los grados y las áreas deben desarrollarla. Es la única forma en que dejamos de pensar en calidad como sinónimos de procedimientos y formatos, y podemos considerarla como la articulación efectiva del trabajo docente en la vida de los estudiantes.

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