Helene von Druskowitz
Escritos sobre feminismo,
ateísmo y pesimismo
Proposiciones cardinales del pesimismo
Intentos modernos de sustituir a la religión
Introducción, traducción y notas de
Manuel Pérez Cornejo, Viator
Título original: Pessimistische Kardinalsätze. Ein Vademekum für die freiesten Geister. Moderne Versuche eines Religionersatzes.
Edición digital: José Toribio Barba
© de la edición, Taugenit S.L., 2020
© de la introducción, traducción y notas, Manuel Pérez Cornejo, 2020
Diseño de cubierta: Gabriel Nunes
ISBN digital: 978-84-17786-15-1
1.ª edición digital, 2020
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Introducción. El feminismo pesimista de Helene von Druskowitz: vida y obra de un espíritu (más) libre
Por Manuel Pérez Cornejo, Viator
1. Trayectoria vital de Helene von Druskowitz: de joven prodigio a las tinieblas del psiquiátrico
2. La filosofía de Helene von Druskowitz: del optimismo ateísta radical a una fundamentación pesimista del feminismo
3. Bibliografía
PROPOSICIONES CARDINALES DEL PESIMISMO. UN VADEMÉCUM PARA LOS ESPÍRITUS MÁS LIBRES
I. No existe ningún Dios, en el sentido habitual de este término
II. El Principio Superior ha de concebirse solo platónicamente
III. La materia
IV. El hombre como imposibilidad lógica y ética y como maldición del mundo. Erradicación del hombre — Significación de la mujer
V. Panel masculino. Proposiciones normativas para el sexo masculino
VI. Panel femenino. Máximas para las mujeres
INTENTOS MODERNOS DE SUSTITUIR A LA RELIGIÓN. ENSAYO FILOSÓFICO
Introducción. El feminismo pesimista de Helene von Druskowitz: vida y obra de un espíritu (más) libre
Manuel Pérez Cornejo, Viator
Igual que luz y tinieblas se excluyen mutuamente,
todas las cosas están dominadas por la contradicción.
El mundo es un enigma; nosotros somos un enigma;
la vida es un enigma, y la muerte también lo es.
Solo somos capaces de perfeccionarnos a nosotros mismos, en tanto nos sentimos permanentemente acompañados
de un sentimiento de insatisfacción.
HELENE VON DRUSKOWITZ
[...] Se vio obligado una vez más a llegar a la misma
conclusión: no cabía duda de que las mujeres eran
mejores que los hombres. Eran más dulces, más amables, más cariñosas, más compasivas, menos inclinadas a la violencia, al egoísmo, a la autoafirmación, a la crueldad. Además, eran más razonables, más inteligentes y más
trabajadoras. [...] Desde todos los puntos de vista,
un mundo compuesto solo de mujeres sería infinitamente superior; evolucionaría más despacio, pero con regularidad, sin retrocesos ni nefastas recriminaciones,
hacia un estado de felicidad común.
MICHEL HOUELLEBECQ
Las partículas elementales
1. Trayectoria vital de Helene von Druskowitz: de joven prodigio a las tinieblas del psiquiátrico
Helene von Druskowitz, en opinión de Luisa Murano, «pertenece a aquellos miembros de la especie humana que tienen el don de poseer un pensamiento independiente [...], [como] Sócrates, Hipatia de Alejandría, Margarita Porete, Giordano Bruno, Wilhelm Reich... Son los imperdonables, como los llama Cristina Campo»1, personas que terminan pagando muy clara su decisión de vivir y pensar libremente. Ella, igual que su bête noire, Friedrich Nietzsche, se vio internada con solo treinta y cinco años en un hospital psiquiátrico, seguramente por la autonomía e independencia hacia las normas y usos sociales e intelectuales de las que hizo gala a lo largo de toda su vida; y allí moriría en 1918, cuando la Primera Guerra Mundial tocaba a su fin (una contienda que, quizás, habría interpretado nuestra autora como la expresión más evidente de la nefasta voluntad de poder propugnada por el filósofo de Röcken).
Helene von Druskowitz (su nombre real era Helena Maria Druschkovich) nació el 2 de mayo de 1856 en Hietzing (Viena). Sus padres tenían tres hijos, y ella era la más joven y la única mujer. A la edad de dos años, su padre murió y la herencia le permitió, tanto a ella como a sus hermanos, recibir una educación superior, destacando muy pronto por sus inusitadas dotes intelectuales. Ella misma, recordando su niñez, se describe como una niña superdotada:
Desde la infancia fuiste objeto de distinción y el orgullo de tus benditos padres. Aunque todavía eras una muñequita, no había montaña ni río que no estuviesen en tu cabeza, recubierta de bonitos cabellos negros. Todos los héroes y heroínas, con sus batallas, habitaban en ella, y al mismo tiempo tenías un soberano conocimiento del reino animal, vegetal y mineral. Todos decían que eras una niña prodigio.2
En primer lugar, Helene se decidió por la música y cursó la carrera de piano en el conservatorio de Viena hasta 1873. Al mismo tiempo recibió clases privadas que le permitieron realizar, en 1874, el examen de habilitación para el Pieristen Gymnasium de la capital austríaca (los institutos estaban reservados para alumnos varones). Ese mismo año —quizá como consecuencia del llamado Gründerkrach de 1873, que arruinaría, entre otros, al filósofo y poeta Philipp Mainländer—, se trasladó con su madre a Zúrich, cuya universidad admitía mujeres desde 1867. Allí, entre 1874 y 1878, estudió filosofía, filología germánica, arqueología y filosofía oriental, así como diversos idiomas contemporáneos. En 1878, con veintidós años, conseguiría el título de doctora en Filosofía, con la disertación titulada Byron’s «Don Juan», que sería publicada en 1879. Era la primera austríaca en obtenerlo y la segunda mujer en elevarse a este grado después de la polaca Stefania Wolicka (1851-1895), que lo había logrado en 1875. Estaba preparada para ingresar en la Geistesaristokratie de la época3.
Estaba claro que Helene no se iba a dejar encasillar en los habituales roles femeninos de su tiempo: impartió conferencias en diferentes ciudades (Viena, Múnich, Zúrich, Basilea...) y viajó por diversos países: Francia, Italia, España, norte de África... En 1881 entró en los salones vieneses, donde conoció a Marie von Ebner-Eschenbach (1830-1916), ingresando en su círculo literario y estableciendo relaciones con Betty Paoli (1815-1894), Ida von Fleischl-Marxow (1824-1899) y Louise von François (1817-1893), quien, a su vez, la presentó al literato Conrad Ferdinand Meyer (1825-1898). Este diría de ella:
Tiene algo de turco o de serbio en su aspecto; y, a la vez, se sabe al dedillo todas las teorías filosóficas modernas, algo que tiene muy poco de turco. Creo que vale mucho, y si puedo echarle una mano en su rápido ascenso, lo haré con mucho gusto.4
Comienza a publicar diversos escritos, como el drama Sultan und Prinz (1881), que no tuvo éxito, y diversos trabajos literarios y de crítica musical, utilizando multitud de seudónimos: «Adalbert von Brunn», «Erna von Calagis», «H. Foreign», «Frl. E. v. René», «H. Sakkorausch», «H. Sakrosant»…). En 1884, nuestra doctora publica un libro dedicado a estudiar la figura de Percy B. Shelley, continuando así su interés por la literatura romántica anglosajona, que nunca le abandonará, pues traduce a Algernon Charles Swinburne y estudia a William Blake; en 1885 dedica un ensayo titulado Drei englische Dichterinnen a tres escritoras británicas: Joanna Baillie, Elizabeth Barrett-Browning y George Eliot.
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