De allí surge el primer interrogante: ¿Por qué siempre son mujeres quienes vienen al espacio de consulta? Años trabajando en el tema, años acompañando estas demandas y nunca había puesto el eje (o el ojo) en que siempre, siempre son mujeres. Y no importa si ese siempre es casi siempre, porque estadísticamente quizá vino alguna vez otro y no otra. Pero insisto, todas mujeres, algunas veces madres de, pero no todas las veces; por momentos, abuelas, hermanas, ex esposas, vecinas, amigas, compañeras de trabajo, madres de jóvenes discapacitados consultando por otras mujeres, parejas de sus hijos e hijas. Mujeres a cargo del devenir y la suerte de vidas frágiles y fragilizadas.
La respuesta más inmediata a ese primer interrogante vino de la mano del sentido común forjado al calor de siglos de pensamiento falocéntrico, patriarcal, ese que nos provee de explicaciones y respuestas allí donde justamente deberíamos preguntarnos: vienen porque son mujeres y las mujeres cuidan a otros, y más si son madres, ¡cómo no hacerlo! Y así mi primera pregunta aún no estaba a disposición para incomodarme y generar otras nuevas. La inquietud que pudo haber movido algo volvía, se apaciguaba y se inscribía en el imaginario de la esencia femenina del cuidado, de la esencia de lo materno y el cuidado, lo femenino del cuidado, lo privado y cotidianamente femenino del cuidado. Por fortuna –o quizá, por destino–, la inquietud siguió allí, esperando a que le diera lugar. Y fue así que comencé a redescubrir algunas lecturas, a encontrar lo que no buscaba (explícitamente) y a buscar lo que todavía no sabía.
Pude advertir que hay quienes, muchas quienes, se han preguntado lo mismo desde hace ya mucho tiempo, en estas y otras latitudes. Muchas que –no conformes con las respuestas que obtenían una y otra vez– decidieron tomar para sí el desafío de horadar algunas explicaciones y juntaron pedazos, acumularon –como hormigas laboriosas– argumentos para enfrentar las tormentas de prenociones o esencializaciones fundadas y legitimadas en otras perspectivas. Trabajando así, sin prisa pero sin pausa.
Hoy contamos con una extensa y variada bibliografía, así como investigaciones, artículos, debates, grupos de trabajo, foros, movimientos, blogs, observatorios. En la universidad, hace ya más de tres décadas que investigadorxs comenzaron a bucear y escudriñar los cómo y por qué de ciertas mansedumbres, de ciertas resistencias, de ciertas explicaciones biológicas y biologizadas. Hemos logrado, a fuerza de trabajo intelectual y político y de persistencia, un acopio interesante y sólido de producciones y debates. Han abordado tópicos inesperados por el núcleo duro de la ciencia (siempre) explicativa, y han sostenido una crítica de las ideas y opiniones cuestionando representaciones acerca de la subjetividad femenina y su natural orientación al cuidado, su natural disposición a satisfacer las necesidades ajenas (Izquierdo, 2003). Se ha puesto en tela de juicio otra idea muy naturalizada acerca de esta disposición natural como fuente de realización y la confirmación personal. (7)
Sabemos que la naturalización es exactamente lo opuesto a la problematización, a la historización (y, por tanto, a una política del conocimiento) y que problematizar resulta indispensable para derribar verdades mayúsculas que resisten los tiempos. Saberes y decires nuevos fisuraron finalmente algunas ideas. Buena parte de los trabajos que relevé para esta investigación posibilitan recuperar esas voces que, dentro de la academia, han persistido en provocar fisuras para desactivar esta matriz socializante. Como afirma Dora Barrancos (2013), “las fuerzas serenas, sensatas, soberbias y acartonadas de las ciencias necesitan y merecen una buena lección”. (8)
En la teoría feminista se sostiene que la condición femenina como condición de explotación, como principio no solo explicativo sino justificatorio de la división sexual del trabajo, resulta un modo de producción y reproducción pero también –y fundamentalmente– un modo de socialización, de subjetivación de mujeres y de hombres. No es la biología lo que las ha puesto allí, en ese lugar y en esa subjetividad de lo cotidiano. Es la densidad de lo socio-históricamente generizado como exclusivo de lo femenino, materno, privado del cuidado, concomitantemente relacionado a lo no reconocido, no valorado e invisibilizado. Es decir, la tarea fundante de lo humano esencial a cualquier sociedad –como es el cuidado– sigue siendo aún naturalizada como femenina y desvalorizada por ello. Ocuparse de lo privado y lo doméstico, de lo no público, de lo no visible ha puesto a las mujeres en la invisibilidad. La crítica feminista y los estudios de la mujer han logrado abrir y volver visibles los múltiples invisibles de la actuación femenina. Estas luchas teóricas en el feminismo (acompañadas siempre de la movilización) han posibilitado abrir preguntas y debates para desarmar argumentos y muros teóricos, políticos, ideológicos, culturales, que aún necesitan seguir siendo discutidos.
Decidí dar lugar a este interrogante, explotar el principio explicativo, fisurarlo y transformarlo en una pregunta de investigación. Sin embargo, mis inquietudes iniciales no buscaban situarse en un debate feminista por el cuidado, sino más bien en el anclaje y las tensiones que se generan al acoplarse al cuidado, la discapacidad.
La segunda cuestión que surgió fue cómo encontrar ese punto de anclaje que hiciera productivo preguntarse: ¿por qué siempre son mujeres y qué singularidades configuran el cuidado femenino cuando este está atravesado por la discapacidad?
Podría decir que la invisibilidad es un articulador posible. La discapacidad como producción social, como producto de la ideología de la normalidad, (Rosato, Angelino 2009) invisibiliza sujetos, precariza vidas, vuelve invisibles a quienes la portan por diagnóstico o por imaginario. Como equipo, hemos trabajado sobre estas subjetividades discapacitadas y los dispositivos y prácticas que operan en su producción. Decimos que la discapacidad es fundamentalmente una relación, (9) pero no cualquier relación. En consonancia con la perspectiva planteada por los Disabilitys Studies, centralmente los aportes de L. Barton y M. Oliver (1998, 2010), podemos entenderla como una relación de opresión a partir de la cual pueden advertirse y analizarse las implicancias y el papel central del Estado, sus instituciones, políticas, agentes y saberes disciplinares en su producción y reproducción.
Se configura así un entramado de invisibles singularidades entre quienes cuidan y quienes son cuidados y cuidadas. Ambos términos de la relación resultan, por tanto, invisibilizados en su existencia y subjetividad: las mujeres y lxs discapacitadxs.
Lo que intento revelar es la compleja trama que configura a estas mujeres y sus relatos, que entrecruza indefectiblemente sus distintas formas de habitar y significar sus vidas y la de sus hijxs en una clave distinta a la que impone la noción hegemónica de discapacidad. En ese sentido, la estrecha y poderosa vinculación de las mujeres con la vida cotidiana –y la responsabilidad en sus problemas y dilemas– no resulta de la asunción de lo naturalmente prefigurado sino de lo ideológicamente construido como tal y, sin embargo, esta ligazón poderosa vuelve cada vez a instalarse en miradas, discursos y prácticas.
En función de lo hasta aquí planteado, me interesa hacer una nueva entrada. Las mujeres que llegan al espacio de consulta no podrían ser caracterizadas como mujeres pasivas, quietas, inmovilizadas por la situación. Son mujeres activas y activadas en las querellas cotidianas por el reconocimiento de ciertos derechos, grandes conocedoras de las normas, leyes y decretos, y de sus oscuros laberintos de imposibilidad. Podría decir que son mujeres cansadas –por momentos, agobiadas–, pero siempre alertas, atentas, y diré (haciéndome cargo de la metáfora belicista) que son guerreras, luchadoras implacables. De hecho, lo que las lleva hasta el espacio de consulta es el incansable recorrido para conseguir lo que consideran les pertenece o lo que a su hijx le corresponde. Es decir, metamorfosean sus vidas y las determinaciones excluyentes en las que se ven involucradas junto a sus hijxs. Han vuelto ese escenario cotidiano de invisibilidad su trinchera y desde ella, como dice De Certeau, “metaforizan el orden dominante y lo hacen funcionar en otro registro” (2000:38). Es en ese registro del hacer cotidiano que procuro encontrar algunas nuevas pistas para entender el complejo campo de la discapacidad y sus abordajes, porque sabemos, siguiendo a Giddens (1986), que la vida cotidiana es simultáneamente habilitante y constrictiva, y por ello un importante escenario de conocimiento y reconocimiento. Nuevos discursos habilitan nuevas representaciones de las cuales emergen nuevas manifestaciones que generaran nuevas cotidianeidades.
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