Llegado el momento, introduje el tema con estas palabras: “La verdad es que quería decirles que me ha gustado e interesado mucho conversar con ustedes; con cada una hemos hablado mucho sobre la discapacidad en general y de sus experiencias en especial. Pensaba, mientras releía las entrevistas y varios materiales, en que lo que no está muy estudiado es el papel de las mujeres en esto, y qué les pasa, sienten, desean, cuáles son los problemas que implica atender a sus hijos e hijas. Y lo diferente que puede ser con hijos e hijas con discapacidad, porque ya sabemos que las mujeres llevamos la carga más pesada siempre. También, qué les ha pasado a ustedes a través del tiempo, las edades de los chicas y chicas con la discapacidad. Quizás ustedes mismas son diferentes a otras mujeres: ¿por qué, cómo?”. Hecha esta introducción, les pedí a cada una que escogiera dos o tres objetos de la caja y que después contara el motivo de la elección. En el apartado “Lamerse las heridas” se reconstruye qué eligieron y qué dijeron.
En las experiencias de entrevistas o encuentros colectivos propuse además un ejercicio de escritura que dejara por escrito, colectivamente, las ideas, sensaciones y emociones que flotaron en los dos encuentros. De alguna forma nos escribimos e inscribimos en una empatía con aquello que nos pertenecía aún cuando fuese anónimo.
Conversar y entrelazar: pedacitos unidos amorosamente
Lo que en una investigación se denomina corpus empírico está compuesto por la serie de conversaciones o situaciones narrativas con las quince mujeres, que me ofrecieron amorosa y generosamente mundos de experiencias, de cuidados y discapacidad.
Me ha resultado complejo definir los modos de abordar el tratamiento analítico de este material empírico cuando el mismo vuelve a latir con cada lectura y relectura mostrando un caleidoscopio difícil de ser aprehendido y fijado en la escritura.
En ese sentido, he tenido que tomar una serie de definiciones al respecto. Una de ellas fue renombrar a las mujeres. Inicialmente, no tenía claro qué hacer al respecto, ya sentía que cambiar sus nombres por nombres ficcionales era una especie de traición a la densidad singular de esas narrativas, cierta borradura de la carne viva de las vidas narradas. De hecho, en casi todas las conversaciones había consultado con ellas la posibilidad de dejar testimonio de nombres reales. Ninguna me había manifestado mayor inconveniente al respecto. Pero no fue sencillo sostener(les) la mirada cada vez que releía los relatos.
La decisión de renombrarlas con nombres otros fue para poder deshacerme de ellas, deshacerme para poder pensar con ellas desde otra posición, otro lugar. Es decir conseguir una distancia próxima.
Busqué en cada una la característica que entiendo la retrata singularmente. Exploré para ello acerca de los nombres propios y sus significados. Así llegaron hasta aquí: Amparo y su espíritu de acogimiento; Clara y su transparencia; Ema, llena de energía; Mara y una melancolía que cala los huesos; Soledad, habitando la extensión de su nombre; Lya y su cansancio enorme; Lydia y su emotividad; Serena y una calma acogedora; Vera, buscando justicia para su hijo; Lola y sus heridas abiertas; Bárbara, con una energía imparable; Luz y sus apuestas; Lara, protectora de todos; Franca y su vehemencia; y, finalmente, Leonela, mujer bravía, sin miedos ni dobleces.
La segunda decisión se enredó en interrogantes. ¿Qué hacer con tanta vida narrada? ¿Cómo ser fiel a esos relatos? Tal como se pregunta Pierre Bourdieu al inicio de La miseria del mundo, “¿Cómo no experimentar, efectivamente, un sentimiento de inquietud en el momento de hacer públicas ciertas palabras privadas, confidencias recogidas en un vínculo de confianza que solo puede establecerse en la relación entre dos personas?”. Bourdieu afirma que “es indudable que todos nuestros interlocutores aceptaron dejar en nuestras manos el uso que se hiciera de sus dichos. Pero ningún contrato está tan cargado de exigencias como un ‘contrato de confianza’” (2007:7).
Por mi parte, y en honor a la confianza que estas mujeres depositaron en nuestras conversaciones, las decisiones de análisis tomaron el camino que buscó evitar la fijación empirista y también el camino que propone la mera ilustración de nuestro discurso con palabras que, no siendo nuestras, son apropiadas para reforzarnos. Una suerte de confirmatorio de las anticipaciones a priori (solo) maquilladas por relatos de otras.
Para ello, he trabajado una serie de autores y de textos que posibilitaron construir los puentes hacia un análisis respetuoso de las singularidades, que busca inscribir a estas en una trama narrativa cruzada, atravesada por historias y memorias colectivas, en la cual advertimos algunas marcas, hondas caladuras desde las cuales tallar un nuevo relato. Refiero, por ejemplo, a Albertina Pretto (2011), que propone interesantes reflexiones metodológicas y epistemológicas acerca del tratamiento de las entrevistas biográficas o historias de vida, que pueden extenderse hacia otras formas de acceso a los mundos significativos de actores sociales –como las entrevistas abiertas, no directivas, entrevistas colectivas, conversaciones formalizadas, conversaciones orientadas o situaciones narrativas, por nombrar solo algunas. Pretto recupera a Demazière y Dubar (1997) para referir a tres modos de análisis o actitudes de análisis: la ilustrativa, la restituyente y la analítica. Según Demaziére y Dubar, “la actitud ilustrativa consiste en hacer un uso selectivo de las palabras usadas por las personas al punto de someterlas a las exigencias de la demostración conducida por el investigador” (1997:16). Así, podemos encontrar fragmentos de las entrevistas realizadas por el investigador que, a modo de cita, (de)mostrarán que lo que el investigador viene desplegando como argumentos se sostiene (a modo de soporte) en los dichos de los entrevistados. Se impone aquí una suerte de disección de los relatos en partes taxonómicamente lograda mediante la fragmentación temática de los mismos. Ambos autores critican este tipo de análisis, ya que sostienen que no difieren de las lógicas utilizadas para el análisis de información obtenida, por ejemplo, mediante cuestionarios. Lo que no fue originalmente fragmentado o esquematizado al momento de la obtención se ordena estandarizamente al momento del análisis. Los resultados son semejantes entonces a lo que hubiésemos obtenido mediante un simple cuestionario. (26)
Por su parte, la segunda de las actitudes, la restituyente, consiste en dejar amplio espacio a las palabras de las personas, incluso en hacer un uso exhaustivo cuando las entrevistas sean ofrecidas al lector in extenso (Demazière y Dubar, 1997:24, en Pretto A., 2011:174). En esta actitud de análisis, pretendidamente más respetuosa de la palabra del entrevistado, el investigador busca recolocar o restituir esa palabra siguiendo formas y fondos de los dichos tal cual han sido registrados, sin anticipaciones interpretativas ni aclaraciones de ningún tipo. Las palabras de los entrevistados son consideradas transparentes (Pretto, A., 2011:174) y significativas en sí mismas por esa transparencia. La tarea de interpretación queda en manos de quien lea ese relato vívido, ya que el investigador evita expresamente exponerse en sus análisis en función del respeto de la sabiduría social y la transparencia (Pretto, A., 2011:174) en sí de cada historia. Por esta razón, esta forma de análisis es considerada por Demaziére y Dubar (1997:25) como (solo) una aproximación al conocimiento y no un procedimiento de investigación.
¿Cómo superar entonces estas tensiones entre ilustrar y restituir? ¿Cómo hacerlo si además se intenta recuperar la densidad y singularidad de los relatos respetando las perspectivas de los actores que los encarnan? ¿Cómo hacer para dar cuenta del trabajo de análisis de quien quiere producir algo más que una simple enumeración de categorías taxonómicas o temáticas pretendidamente significativas? Los autores mencionados proponen una tercera actitud: la analítica (Demaziére y Dubar, 1997:16), entendiéndola como la más apropiada. Para esta, el énfasis del análisis se dirige hacia “el lenguaje de los entrevistados en cuanto, a través del lenguaje, no solo los sujetos se socializan sino al mismo tiempo toma forma el mundo social; ya que los entrevistados no entregan hechos al investigador sino solamente palabras, la forma de sus discursos constituye un conjunto de ‘definiciones de las situaciones vividas’” (Demanziére y Dubar, 1997:7, en Pretto, A., 2011:175).
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