El general llamó a la policía y le tomaron declaración. Tuve que llamar a una amiga para que fuera a buscarme. A partir de allí, se inició una investigación sobre agresión en Houston. Él sabía que estaba bajo la lupa. Creo que eso fue lo que lo llevó a hacer lo que hizo en Colorado la Navidad de aquel mismo año. Con ese incidente, la investigación en su contra no llegó a nada.
Sin embargo, el general sería, más adelante, el testigo más importante en el juicio de divorcio.
Durante el proceso, pude darme cuenta de que los doctores, abogados y presidentes de empresas disfrutaban de privilegios en la aplicación de las leyes.
En muchas ocasiones quedaban evidencias de los ataques de Alejandro. Una vez llegué a tener marcas de sus dientes con mordeduras frescas en un hombro, una mano y uno de mis pechos. En varias ocasiones la Policía de Houston estuvo a punto de detenerlo. Pero él sacaba a relucir el expediente de Colorado y afirmaba que era yo quien le pegaba. ¿Cómo era posible? ¡Yo podía mostrar las mordeduras frescas y los moretones! Pero la policía le hacía caso a él. En lo que él hablaba, me detenían a mí o a los dos. No había manera de probar lo que él me hacía.
En el caso de las mordidas, en una ocasión la mano se me infectó. El doctor de la cárcel no podía entender cómo era posible que me hubieran detenido a mí, cuando las marcas de sus ataques eran visibles. Tampoco podía creerse que yo estuviera acusada de un crimen federal por lo que podría ser, en el peor de los casos, un cargo de desacato al tribunal.
Nunca había podido lograr que la policía lo encontrara culpable de una agresión hacia mí hasta julio de 2013.
Mi marido siempre hablaba del poder que le daba el hecho de ser médico. Él lo sabía y lo usaba al máximo.
Decidí comenzar a tomar fotos como evidencia de todos y cada uno de los ataques: mordidas, golpes, patadas… Se las envié a Gustavo, mi mejor amigo en Venezuela, para que las mantuvieran a salvo. Me preocupaba que Alejandro las descubriera y las destruyera. Tenía miedo de que me ocurriera algo fatal y nadie supiera lo que había estado sucediendo. Por esa razón le pedí a Gustavo:
—Por favor, tenlas, por si algo me pasa.
Gustavo estaba desesperado. Ha sido mi mejor amigo desde que éramos niños. Me estaba ayudando a encontrar una forma de salir de aquella relación tóxica, abusiva y peligrosa. Él sabía que si yo hubiera estado en Venezuela, otro, mucho peor, podría haber sido el desenlace.
No fue sino hasta el otoño siguiente, en el año 2012, cuando me di cuenta de que Alejandro estaba colocando drogas en mis bebidas y de que los medicamentos que me daba para el asma o la gripe eran para problemas mentales y no para mi enfermedad. Me tenía atrapada en un carrusel de emociones y medicamentos.
Con la separación, y una vez que fui recuperando la claridad de mi mente, al no estar bajo su tutela ni ingiriendo sus medicamentos, comencé a entender muchas cosas.
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