En segundo lugar, a la objeción de que la oración parece superflua a la luz de la omnisciencia y omnipotencia de Dios, Calvino responde que Dios ordenó la oración más para el hombre, como un ejercicio de piedad, que para sí mismo. La providencia debe ser entendida en el sentido de que Dios ordena los medios juntamente con los fines. La oración es, así pues, un medio para recibir lo que Dios ya se ha propuesto conceder. 118La oración es un camino por el que los creyentes buscan y reciben lo que Dios ha determinado hacer por ellos desde la eternidad. 119
Calvino trata la oración como un don más que como un problema. La correcta oración está gobernada por reglas, dice. Éstas incluyen orar con:
• un sincero sentido de reverencia
• un sentido de necesidad y arrepentimiento
• una renuncia a toda confianza en uno mismo y una humilde petición de perdón
• una esperanza segura
Todas estas reglas son repetidamente violadas incluso por los más santos del pueblo de Dios. No obstante, por amor a Cristo, Dios no abandona a los piadosos, sino que tiene misericordia de ellos. 120
A pesar de las faltas de los creyentes, la oración es requerida para el aumento de la piedad, pues la oración disminuye el amor propio y multiplica la dependencia de Dios. Como adecuado ejercicio de piedad, la oración une a Dios y al hombre –no en sustancia, sino en voluntad y propósito–. Al igual que la Cena del Señor, la oración eleva al creyente a Cristo y concede a Dios la debida gloria.
Esta gloria es el propósito de las tres primeras peticiones de la oración del Señor, así como de otras peticiones que tratan de su creación. Puesto que la creación depende de la gloria de Dios para su preservación, toda la oración del Señor está dirigida a la gloria de Dios. 121
En la oración del Señor, Cristo “provee palabras a nuestros labios”, dice Calvino. 122Nos muestra cómo todas nuestras oraciones deben ser controladas, formadas e inspiradas por la Palabra de Dios. Sólo esto puede proporcionar santo atrevimiento en la oración, “que justamente concuerda con el temor, la reverencia y la solicitud”. 123
Debemos ser disciplinados y constantes en la oración, pues la oración nos mantiene en comunión con Cristo. En la oración, nos son confirmadas las intercesiones de Cristo, sin las cuales nuestras oraciones serían rechazadas. 124Sólo Cristo puede convertir el trono de la temible gloria de Dios en un trono de gracia, al cual nos podemos acercar por la oración. 125Así pues, la oración es el canal entre Dios y el hombre. Es la manera en que el cristiano expresa su alabanza y adoración a Dios, y pide la ayuda de Dios en sumisa piedad. 126
Arrepentimiento
El arrepentimiento es el fruto de la fe y la oración. Lutero dijo en sus noventa y cinco tesis que toda la vida cristiana debería estar marcada por el arrepentimiento. Calvino también ve el arrepentimiento como un proceso que dura toda la vida. Dice que el arrepentimiento no es, meramente, el comienzo de la vida cristiana: es la vida cristiana. Implica confesión de pecado tanto como crecimiento en santidad. El arrepentimiento es la respuesta de por vida del creyente al evangelio en su vida externa, mente, corazón, actitud y voluntad. 127
El arrepentimiento comienza con convertirse a Dios desde el corazón, y procede de un puro y sincero temor de Dios. Implica morir a uno mismo y al pecado (mortificación) y vivir a la justicia (vivificación) en Cristo. 128
Calvino no limita el arrepentimiento a una gracia interna, sino que lo ve como la redirección de todo el ser del hombre a la justicia. Sin un puro y sincero temor de Dios, el hombre no será consciente de la atrocidad del pecado ni querrá morir a él. La mortificación es esencial porque, aunque el pecado deja de reinar en el creyente, no deja de morar en él. Romanos 7:14-25 muestra que la mortificación es un proceso que dura toda la vida. Con la ayuda del Espíritu, el creyente debe mortificar el pecado cada día mediante la abnegación, llevando la cruz y la meditación en la vida futura.
El arrepentimiento también se caracteriza por la novedad de vida, sin embargo. La mortificación es el medio para la vivificación, que Calvino define como “el deseo de vivir de manera santa y devota, un deseo que surge en el nuevo nacimiento; como si dijéramos que el hombre muere para sí para que comience a vivir para Dios. 129La verdadera abnegación resulta en una vida entregada a la justicia y la misericordia. Los piadosos “dejan de hacer el mal” a la vez que “aprenden a hacer el bien”. Mediante el arrepentimiento, se inclinan sobre el polvo ante su Juez santo y, entonces, son levantados para participar de la vida, muerte, justicia e intercesión de su Salvador. Como escribe Calvino: “Pues si verdaderamente participamos de su muerte, nuestro viejo hombre es crucificado por su poder, y el cuerpo de pecado perece (Ro. 6:6), para que la corrupción de la naturaleza original no se extienda más. Si compartimos su resurrección, mediante ella somos resucitados para novedad de vida, correspondiente a la justicia de Dios”. 130
Las palabras que Calvino usa para describir la vida cristiana piadosa ( reparatio, regeneratio, reformatio, renovatio, restitutio ) apuntan a nuestro estado original de justicia. Indican que una vida de pietas es restauradora por naturaleza. Mediante el arrepentimiento producido por el Espíritu, los creyentes son restaurados a la imagen de Dios. 131
La abnegación
La abnegación es la dimensión sacrificial de la pietas . El fruto de la unión del creyente con Jesucristo es la abnegación, que incluye lo siguiente:
1. La conciencia de que no somos nuestros, sino que pertenecemos a Dios. Vivimos y morimos para Él, conforme a la regla de su Palabra. Así pues, la abnegación no está centrada en uno mismo, como a menudo era el caso en el monasticismo medieval, sino en Dios. 132Nuestro mayor enemigo no es ni el diablo ni el mundo, sino nosotros mismos.
2 El deseo de buscar las cosas del Señor mediante nuestras vidas enteras. La abnegación no deja lugar al orgullo, la lascivia o la mundanalidad. Es opuesta al amor propio porque es el amor a Dios. 133Toda la orientación de nuestra vida debe ser hacia Dios.
3. El compromiso de entregarnos nosotros mismos y todo lo que poseemos a Dios como sacrificio vivo. Entonces, estaremos preparados para amar a los demás y estimarlos mejores que nosotros mismos –no viéndolos como son en sí mismos, sino viendo la imagen de Dios en ellos–. Esto desarraiga nuestro amor por las disensiones y por nosotros mismos, y lo reemplaza por un espíritu de amabilidad y servicio. 134Nuestro amor por los demás, entonces, fluye del corazón, y nuestro único límite para ayudarles es el límite de nuestros recursos. 135Los creyentes son alentados a perseverar en la abnegación por lo que el evangelio promete acerca de la futura consumación del Reino de Dios. Tales promesas nos ayudan a superar todo obstáculo que se opone a la renuncia a uno mismo, y nos asisten para soportar la adversidad. 136
Más aún, la abnegación nos ayuda a encontrar la verdadera felicidad, porque nos ayuda a hacer aquello para lo que fuimos creados. Fuimos creados para amar a Dios sobre todas las cosas y a nuestro prójimo como a nosotros mismos. La felicidad es el resultado de tener este principio restaurado. Sin la abnegación, como dice Calvino, podemos poseerlo todo sin poseer un ápice de verdadera felicidad.
Llevar la cruz
Mientras que la abnegación se centra en la conformidad interna a Cristo, llevar la cruz se centra en la semejanza externa a Cristo. Quienes están en comunión con Cristo deben prepararse para una vida dura y penosa, llena de muchos tipos de males, dice Calvino. Esto no es, simplemente, debido al efecto del pecado en este mundo caído, sino a causa de la unión del creyente con Cristo. Puesto que su vida fue una perpetua cruz, la nuestra también debe incluir sufrimiento. 137No solamente participamos de los beneficios de su obra expiatoria en la cruz, sino que también experimentamos la obra del Espíritu por la que nos transforma a la imagen de Cristo. 138
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