[…] [Se] conciben las migraciones como un proceso social que se fundamenta en las transformaciones históricas para aliviar la complejidad de las oleadas migratorias respecto a su orientación y su dimensión y al momento en que se desplieguen […] El inicio de las migraciones laborales no proviene de odiosas comparaciones de ventaja económica, sino de una historia de contacto anterior entre sociedades emisoras y receptoras. (Wagbou, 2010, p. 167)
Cabe precisar que los puntos claves en los intercambios por vínculo histórico son la movilidad de capital, de bienes y servicios, la tecnología, las formas institucionales, la difusión de ideas y gustos; estos elementos tarde o temprano generan cambios culturales. Sin duda, en la actualidad se observa que las migraciones se desarrollan como consecuencia de decisiones personales condicionadas o apoyadas por relaciones sociales. Por eso, para completar las dos anteriores miradas (desarrollo económico desigual y vínculo histórico) recurrimos a la teoría de las redes sociales, que ofrecen una perspectiva de análisis sobre la formación de sistemas de migración que vinculan a la comunidad emisora con la comunidad receptora.
Redes sociales y transnacionalismo
La finalización de la Guerra Fría, el incremento de la velocidad y el número de los intercambios comerciales y las dinámicas de integración económica y política implicaron que las fronteras dejaran de entenderse como simples líneas divisorias entre los países, para ser concebidas como espacios integrales y complejos de interacción política, económica y social entre comunidades internacionales. En este sentido, las migraciones se entienden como fenómenos transnacionales relacionados con “ocupaciones y actividades que requieren de contactos sociales habituales y sostenidos a través de las fronteras nacionales para su ejecución” (Portes, Guarnizo y Landolt, 2003, p. 18).
Esto conlleva la posibilidad de formas de vivir transnacional, es decir, “vivir en un territorio transfronterizo, participando en redes e interacciones que transcienden las fronteras de un determinado país” (Ramírez, García y Míguez, 2005, p. 11). Desde esta perspectiva, se comprende que el proceso migratorio implica diversidad y simultaneidad de culturas que se construyen de forma paralela a los componentes identitarios de los Estados-nación; esto es, un devenir guiado por el reconocimiento de elementos culturales que ayudan a reforzar los hábitos tradicionales o a aportar en la construcción de un nuevo sistema identitario. Al respecto, González considera que:
[Se trata de] un enfoque en los estudios sobre migración, relativo a relaciones que conectan a los inmigrantes con sus sitios de origen. A partir de ello se generan transformaciones de las estructuras sociales, económicas, culturales y políticas […] la aparición de comunidades transnacionales en el contexto global, se definen como grupos de personas de un mismo origen asentados en diferentes sociedades, compartiendo referencias e intereses comunes, formando redes de comunicación y consolidando su presencia más allá de las fronteras […] El transnacionalismo, por definición, correspondería a una construcción mental, a un fenómeno intangible con implicaciones reales, esenciales, que se materializa en interacción de redes formales e informales de toda índole, la utilización de la tecnología mediática y las inversiones transfronterizas. En esta medida el transnacionalismo involucra el país de origen y el de destino, en un doble direccionamiento de recursos concretos como: remesas, comercio de productos de la nostalgia y elementos intangibles de los dos países, tales como las expresiones culturales y la problemática política, económica y social que afecta a los emigrados. (González, 2006, pp. 608-609)
En este contexto, los migrantes desarrollan identidades múltiples, lealtades compartidas y una vida transnacional entre su país de origen y el país receptor, generando un mestizaje cultural en la sociedad receptora a partir de la integración de nuevas corrientes artísticas, nuevos estilos de vida y nuevos valores familiares. Esta idea se encauza en la teoría liberal conocida como melting pot, que sostiene que la fortaleza de una nación se enriquece con flujos migratorios diversos (Vargas, 2010, p. 190). Además, como el hecho de habitar en el exterior no significa una ruptura con la sociedad de origen, puesto que los emigrantes siguen participando en el campo económico, político y social de sus respectivos países de origen, es cierto que el transnacionalismo contribuye con el establecimiento de flujos continuos de información, bienes y servicios entre los países de acogida y los países emisores (Wabgou, 2012, p. 79). Por esto, las redes sociales y su transformación en redes migratorias son procesos sociales que conectan a gente establecida en diferentes espacios, ofreciéndoles posibilidades de desarrollar estrategias fuera del lugar de nacimiento (Wabgou, 2010, pp. 170-171). Nos referimos así a la persistencia de redes sociales migratorias como mecanismos y fuente de apoyo del despliegue de las corrientes migratorias; lo que puede desembocar en las migraciones circulares si el movimiento es perdurable en el tiempo y en el espacio. Con este tipo de migraciones circulares, “las áreas emisoras y las receptoras se integran en un sistema de migración que influye en los procesos sociales en ambos extremos de la corriente” (Wabgou, 2010, p. 174).
En cuanto a las relaciones que se dan entre los individuos y el colectivo del sistema circular y transnacional, se aclara que el inmigrante como individuo cuenta con los demás (colectivo) para lograr sus objetivos migratorios. Sin embargo, el alcance de estos objetivos suele estar limitado por el interés de los Estados en mantener un control sobre los flujos migratorios, que pueden considerarse como riesgo para su seguridad nacional. Prueba de ello es que, durante la última década, las migraciones han sido asumidas crecientemente como un asunto clave de la política de seguridad nacional o de seguridad pública por los principales países receptores.
Securitización y migraciones
La tendencia a considerar las migraciones como un reto a la seguridad nacional o la seguridad pública por los países de llegada de los inmigrantes parece haberse acentuado después de los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001 en Estados Unidos. A partir de allí, la regulación de la migración se convirtió en una preocupación relevante de la seguridad nacional, con el propósito de prevenir el ingreso de terroristas extranjeros al país y neutralizar los grupos terroristas que utilizan las migraciones como una excusa para acceder a los países receptores de los inmigrantes y ejecutar sus planes violentos. Concretamente, esto se traduce en un cambio de actitud de los Estados de acogida frente a los inmigrantes, evidenciado en discursos que defienden la necesidad de cambiar las actitudes laxas y benevolentes por medidas migratorias más restrictivas. Este cambio de actitud hacia las migraciones se ha extendido en Estados Unidos y Europa, países tradicionales de acogida, en términos de una securitización del asunto migratorio, es decir, un conjunto de mecanismos discursivos y normativos que asumen las migraciones como un asunto de seguridad nacional.
En efecto, para entender el concepto de securitización y su implicación en el tema migratorio, es necesario partir del concepto mismo de seguridad. Para Charles David,
la seguridad puede ser comprendida como la ausencia de amenazas militares y no militares que pueden poner en cuestión los valores centrales que desea promover o preservar una persona o una comunidad, y que conlleva un riesgo de utilización de la fuerza. (Charles David, citado por Alejo Vargas, 2002, p. 145)
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