Daniel Bernabé - La distancia del presente

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""Este libro es mucho más que un viaje en el tiempo, una mera colección de hechos y cifras, de acontecimientos y personajes. Pretende ser un manual de supervivencia, un códice para entender cómo hemos llegado hasta aquí y por qué somos como somos. Y para eso tenemos que indagar en nuestro pasado más reciente, en ese momento donde todo pudo cambiar –y cambió, de hecho– pero poderosas fuerzas se conjuraron para que, si algo tenía que variar, lo hiciera dentro de un orden. Su orden."
Pocos periodos han sido tan convulsos en nuestra historia reciente como esta última década. Si volvemos la vista atrás, a aquel año 2009, en los inicios de una crisis económica que ya entonces se temía ruinosa, nos encontramos con un país en el que todo parecía estar atado y bien atado, con un bipartidismo incuestionable, una monarquía respetable y unas fuerzas sociales que apenas emergían de su sopor neoliberal. Diez años después, el panorama está irreconocible, el bipartidismo ha muerto –y ha resucitado–, la monarquía está en crisis continua y los movimientos sociales son una fuerza temible que irrumpe con asiduidad, la corrupción sigue siendo el pan nuestro de cada día y la economía es un dolor de cabeza que no desaparece. El Régimen del 78 aguanta a duras penas.
Entre medias, una década en la que las fuerzas políticas, en colisión permanente –entre sí, con la nueva política o con el desafío independentista–, han mutado y en la que la sociedad civil se ha consolidado como un interlocutor más. Un tiempo, en el que el país se ha asomado al borde del abismo en más de una ocasión, que necesitaba de un análisis crítico, pero también de un visionado costumbrista, de una revisión de ese sainete trágico que ha sido nuestro devenir colectivo en los últimos diez años.
Agárrense fuerte, que vienen muchas curvas."

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«Unas horas después, entrada la madrugada, una veintena de personas ha montado varias tiendas de campaña en la Puerta del Sol en un intento de establecer allí un foco para seguir con la protesta hasta las elecciones del próximo domingo, según Radio Nacional» [7]. Aunque la primera noche nadie hizo caso a las cuatro decenas de acampados de Sol, en la mañana del lunes 16 las redes sociales hervían con la aventura de la tarde anterior, la primera en el terreno político para muchas de las personas que asistieron a la convocatoria, la segunda para unos pocos que estuvieron en las protestas para destinar el 0,7 por 100 del PIB a la ayuda al desarrollo de los países pobres en los años noventa. De hecho, a las dos de la tarde, la etiqueta de #acampadaensol era tendencia mundial en Twitter, lo que implicaba una altísima participación en redes y parecía una constatación de las posturas, de gran éxito aquel entonces, de que el presente de los movimientos sociales pasaba irremisiblemente por lo digital.

El panorama de la política institucional, sobre todo en el lado progresista, veía con cierta preocupación el nuevo frente interno que se acababa de abrir, otro más sumado al exterior:

Al respecto se han pronunciado hoy los candidatos a la alcaldía de Madrid de PP, PSM e IU, Alberto Ruiz-Gallardón, Jaime Lissavetzky y Ángel Pérez, respectivamente […] los tres han coincidido en que las protestas por la crisis deben articularse de forma democrática y Gallardón y Lissavetzky han incidido en su condena a los actos vandálicos. IU, por su parte, ha dicho que «entiende perfectamente las causas que lo motivan» pero considera que deben desembocar en «alternativas claras que se articulen democráticamente en la sociedad. Protestar sin alternativa es simplemente resistencialismo y eso no es suficiente», ha dicho Pérez. En una entrevista digital en El País, la presidenta de Madrid y candidata del PP a la reelección, Esperanza Aguirre, ha opinado que los grupos antisistema «debían presentarse a las elecciones» [Redoble de tambores y risas enlatadas]. El vicesecretario general del PSOE, José Blanco, ha dicho que comprende y comparte que haya «muchos indignados por la crisis», pero ha subrayado que no pueden tener una «actitud pasiva» ante las elecciones del 22 M [8].

El lunes 16 transcurrió con normalidad y con una mayor afluencia de gente, sobre todo a partir de la tarde. Para esa noche, la acampada había crecido hasta llegar a las doscientas personas. La madrugada del 16 al 17, sin embargo, la Delegación de Gobierno ordena a los antidisturbios desalojar la Puerta del Sol, en uno de los mayores errores políticos que se recogen en estas páginas y que tendría un correlato el miércoles 18, cuando la Junta Electoral Provincial de Madrid prohibió la concentración de protesta por este mismo de­salojo. Las imágenes del desalojo fueron el catalizador que provocó que el 15M pasara de ser una manifestación más a alcanzar la categoría mitológica. El Gobierno no supo medir el nivel de enconamiento que iba a provocar que la primera gran reunión popular de descontento fuera, hasta en dos ocasiones, ninguneada por una institucionalidad que además se percibía ya por los manifestantes como el antagonista definitivo. Aquel reto lo único que provocó fue la extensión de las acampadas a otras muchas ciudades del país. Si la tarde siguiente al desalojo apenas tres mil personas se concentraron en Sol, con la prohibición de la Junta Electoral la asistencia a la concentración del jueves fue masiva, desbordando incluso la capacidad de la plaza. A las doce de la noche, cuando el famoso reloj marcó el cambio de día, la plaza quedó en un silencio atronador que encaraba con éxito el reto que se le había planteado. Si bien la policía recibió la orden de no desalojar ni cargar contra los manifestantes, ya era tarde. El momento de empoderamiento fue ilusionante, en la acepción más esperanzadora de la palabra, pero también en la más estricta, aquella que apela a la quimera provocada por los sentidos.

Las acampadas se prolongaron por tres semanas, llegando a acaparar portadas del Washington Post, el francés Le Monde, el TAZ alemán o La Repubblica en Italia. Durante ese tiempo se llegó a una extraña normalidad donde las asambleas eran grabadas por los autobuses turísticos que recorrían las calles del centro, donde empresarios de internet como Martín Varsavsky proporcionaron conexión inalámbrica gratuita a quienes decían luchar contra lo neoliberal y donde comisiones en las que se debatían asuntos de gran interés como el decrecimiento económico convivían con otras cercanas al misticismo y el ritualismo. De igual forma, en aquellos días en los que un honrado sentimiento de hermandad inundaba el centro de la capital, mucha gente musitaba que aquel tipo con aspecto sospechoso era un agente del Centro Nacional de Inteligencia –CNI–. Fantasmagoría, o no, sabe Dios. La afluencia de manifestantes, de asambleístas, subía y bajaba al ritmo de los intentos de desalojo, como las brutales cargas que los Mossos d’Esquadra perpetraron a finales de mes en plaza Cataluña, en Barcelona. La Fundación Everis consiguió colar a uno de sus empleados en la parrilla televisiva bajo el apelativo de portavoz del 15M, lanzando consignas descaradamente neoliberales que, por otro lado, tampoco parecían extrañar a nadie. Y sí, los carteles, los eslóganes imaginativos e ideas como la aprobación de cualquier acuerdo por consenso que hacían de las asambleas algo entre lo tedioso y lo pintoresco, pero sobre todo una divertida fantasía donde parecía que lo aprobado se iba a aplicar al día siguiente a todo el país. Por allí se acercaban desde curiosos a una población comprometida con el cambio, aunque, como en cualquier movimiento que presume de horizontal y asambleario, la capacidad de transacción, poder y decisión acaba siendo poco democrática. Por muchas votaciones que se hagan, todo queda en manos de quien más presencia en medios, don de palabra y tiempo libre posea. Hay periodos en que la ilusión adquiere su significado más específico, este fue uno de ellos.

Un descriptivo intercambio de impresiones entre uno de los cocineros de la acampada y unos hermanos quiosqueros de Sol fue recogido por El Mundo en algo que podríamos denominar cómicamente como las dos Españas del 15M:

[Alberto e Iván Pérez] Tras el 22M la acampada comenzó a degenerar y convertirse en un golferío, una vergüenza.

[Rafael Rodríguez] Allí desayunaba todo el mundo de gratis y comían de gratis. Teníamos un almacén con jamones y todo. La gente hacía colas con bolsas… Recuerdo que la primera vez que lloré en la acampada –lloré tres veces– fue por una señora mayor: «Rafa, perdóname, soy pobre, no puedo dar más». Traía unos tomates y una escarola.

[Alberto e Iván Pérez] Todos los indigentes de Madrid venían a desayunar y a comer.

[Rafael Rodríguez] Un día, bajaban las prostitutas, los indigentes, las criaturas a por un plato de comida, y no tenía comida para darles a todos… Fue la segunda vez que lloré.

[Alberto e Iván Pérez] A la tercera semana cortamos la cuerda que habían atado al quiosco. Antes de abrir, teníamos que levantarlos, apartar las quechuas… Los clientes no venían. Un millón y medio de pesetas [9.000 euros] perdimos. Tuvimos que pedir un préstamo [9].

Para mitad del mes de junio aquello acabó, por suerte para el propio momento y sus protagonistas, con otros ingeniosos lemas como «No nos vamos, nos mudamos a tu conciencia» o «Vamos despacio porque vamos lejos». ¿Las elecciones del 22 de mayo? La participación se mantuvo en la media de otros comicios y el PP arrasó en ayuntamientos y autonomías, algo que pasó con el 15M, al que, hipnotizado por un furor solipsista, aquello le dio completamente igual, y que hubiera pasado de igual manera sin el 15M, con un PSOE lastrado por los recortes y una Izquierda Unida que experimentó una ligerísima subida pero que daba la sensación de haber perdido el paso de los tiempos.

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