Marcelo Gullo - La historia oculta

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Breves pantallazos dan una visión de conjunto de la literatura vasca, desde su definición hasta el tratamiento sistemático de su historia, pasando por las principales cuestiones que plantea.

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Las sumas colectadas por razón del donativo produjeron $ 124.000, que agregados a los anteriores envíos de numerarios, hace ascender en su totalidad a $ 700.000, cuya prodigiosa cantidad asombra si se entiende al estado en que se hallaban estas tesorerías y a los gastos que tuve que impender de nuevo con las noticias que se recibían de Buenos Aires. (Citado por Albornoz, 50)

Luego de terminadas las invasiones inglesas y con muchas víctimas y heridos de guerra criollos, aquella inquebrantable solidaridad de los pueblos de la Patria Grande se volvió a manifestar. Esta vez, a través de donativos enviados directamente por vecinos de algunas ciudades peruanas para subvenir las necesidades de los perjudicados. Así, la ciudad de Huánuco envió 117.125 pesos de la época, Arequipa mandó 4.200 pesos, Cusco despachó 1.030, Andahuaylas giró 1.000 y Huamanga, 7.495.

Ciertamente, la solidaridad de los pueblos de la Patria Grande no consistió tan sólo en el envío de dinero, armamento y municiones. Se olvida comúnmente que, en 1806 y 1807, el invasor inglés fue expulsado del Río de la Plata no sólo por porteños sino también por paraguayos, orientales, peruanos y altoperuanos –al decir de hoy, bolivianos–, todos ellos parte del pueblo que persiguió y derrotó en las tierras del Plata al invasor británico. Resuenan todavía, como héroes de aquellos días, nombres como los del gran oriental José Gervasio Artigas, los hermanos paraguayos Fulgencio y Antonio Tomás Yegros, Fernando de la Mora, los jóvenes peruanos Ignacio Álvarez Thomas, los hermanos Toribio, Manuel y Francisco de Luzuriaga, entre otros hombres que lucharon por las calles de Buenos Aires y Montevideo como lo hubiesen hecho por las de sus ciudades natales.

Esta misma solidaridad hispanoamericana se manifestaría nuevamente en 1982, cuando el pueblo argentino volviese a enfrentarse cara a cara con su enemigo histórico. En esos días cientos de colombianos, venezolanos, paraguayos y peruanos se enlistaron como voluntarios en los consulados argentinos de Bogotá, Caracas, Lima y Asunción para combatir codo a codo con sus hermanos argentinos al altivo, prepotente y pertinaz invasor británico. Conviene recordar que la República del Perú envió a la Argentina los mejores aviones de su escuadra y buena cantidad de misiles Exocet que se sumaron a los que poseía el país, para que con ese armamento la aviación argentina infligiera a la flota invasora más que serios daños.

Sólo la República de Chile, gobernada por el dictador Augusto Pinochet Ugarte, se puso servilmente a disposición del enemigo inglés.

Cuando el pueblo eligió a su virrey

El 10 de febrero de 1807 se produce en Buenos Aires un hecho sin precedentes en la historia de la América española: el Cabildo de la ciudad, en Junta de Guerra, presionó a la Real Audiencia y decretó la destitución del virrey Rafael de Sobremonte, su detención y la designación de Santiago de Liniers, héroe de la Reconquista, como nuevo virrey del virreinato del Río de la Plata.

Liniers había sido, informalmente, plebiscitado. Toda la población de Buenos Aires reclamaba que asumiera como virrey. Importa resaltar, por su trascendencia política, el hecho de que por primera vez en la historia de las Indias, por voluntad del pueblo se había destituido a un virrey y nombrado a otro. Pablo Yurman, comentando el cumplimiento de la promesa hecha por Liniers de colocar las banderas del enemigo a los pies de la Virgen y la elección popular de éste como virrey, afirma:

El héroe de la Reconquista, Santiago de Liniers, honraría días más tarde su compromiso, depositando a los pies de Nuestra Señora del Rosario, en el templo de Santo Domingo en la ciudad de Buenos Aires, las banderas tomadas al enemigo. Los festejos se extenderían durante semanas y el pueblo, embriagado de auténtico orgullo, nombraría a su caudillo virrey del Río de la Plata, hecho de por sí mucho más revolucionario que la constitución de la Junta de Mayo de 1810.

Sobre héroes y traidores

Esa misma semana de febrero de 1807, mientras el pueblo elige a Santiago de Liniers como su virrey, Saturnino Rodríguez Peña y Manuel Aniceto Padilla organizan la fuga de Beresford, que se encontraba recluido en Luján. Habría, así, en Buenos Aires, héroes y traidores.

Cuando los integrantes del Cabildo de Buenos recibieron el informe de que tropas británicas habían capturado la ciudad de Montevideo ordenaron de forma inmediata que los principales jefes de la primera invasión, que ya se encontraban internados en la Villa de Luján, con amplias facilidades y consideraciones, fueran destinados a Catamarca en forma “urgente”. El 10 de febrero de 1807 se inicia la marcha a caballo desde la Villa de Luján hacia Catamarca de los prisioneros ingleses, entre los que se encontraban el general Williams Carr Beresford, comandante de las fuerzas invasoras, y el jefe del Regimiento 71 Highlanders, el coronel Dennis Pack. El Cabildo de Buenos Aires encargó al capitán de Blandengues, Manuel Luciano Martínez de Fontes, que cumplía funciones en el fuerte de Rojas, la custodia de los prisioneros británicos. Esta custodia debía cesar en el paraje La Encrucijada, donde comenzaba el camino que conducía hacia Catamarca, destino final de los ingleses, donde el capitán Martínez de Fontes debía entregar a los prisioneros británicos a una escolta enviada especialmente desde Córdoba para su cuidado y vigilancia hasta Catamarca. El 12 de febrero de 1807, el capitán Manuel Luciano Martínez de Fontes, ya en marcha hacia Córdoba, elige acampar en Arrecifes, a unas cuarenta leguas de Buenos Aires, en la Estancia Grande de los padres betlemitas. El 16 de febrero, Saturnino J. Rodríguez Peña y Manuel Aniceto Padilla llegaron a esa estancia. De forma inmediata le manifestaron al capitán Martínez de Fontes que debían entregar una carta de Liniers al general Beresford y que tenían que transmitirle una orden verbal impartida por Liniers y por el Cabildo de Buenos Aires que decía “que debía entregar bajo su custodia al general inglés y a otro oficial prisionero”, con la finalidad de trasladarlos a Buenos Aires, que así lo exigían “razones del servicio, el bien del monarca español y los intereses de la Patria”. Cuando el general Beresford y el coronel Dennis Pack y sus cómplices en la fuga llegaron a Buenos Aires se escondieron en la casa del celador del Cabildo, Francisco González, quien dejó la casa vacía, para lo cual llevó a su familia a la quinta de Mercedes Bayo, prima de su señora, próxima a la ciudad, donde también se encontraba –no por simple casualidad– el doctor Mariano Moreno, que era el abogado representante de los hacendados ingleses instalados en el Plata. El 20 de febrero cruzaron la ciudad de noche, pero en la desembocadura del Riachuelo ninguna tripulación quiso llevarlos y tuvieron que regresar a la casa de González. Al día siguiente, el 21 de febrero, hicieron el mismo camino, pero esta vez los esperaba un lanchón de la balandra portuguesa Flor del Cabo, cuyo patrón era Antonio Luis de Lima. Pagaron por anticipado al doble de lo estipulado y los marineros los llevaron hasta Ensenada. A las ocho de la mañana atracaron contra la corbeta de la marina de guerra inglesa Charwell, que se hizo a la vela de inmediato. Llegaron a Colonia del Sacramento y por tierra se dirigieron a Montevideo, donde arribaron el 25 de febrero. Al enterarse de la “fuga y traición”, las clases media y baja, que fueron el núcleo de las fuerzas que reconquistaron Buenos Aires, se irritaron con los dos oficiales ingleses que se fugaron de Buenos Aires. Importa destacar, por su relevancia política, que en el memorial elevado a Arthur Wellesley (primer ministro inglés) el 8 de abril de 1808 por el criollo Manuel Aniceto Padilla, desde Londres, donde se había instalado, mencionaba como partícipes en la fuga del general Beresford a Nicolás Rodríguez Peña, hermano menor de Saturnino, Juan José Castelli, Hipólito Vieytes y Antonio Luis Beruti, y decía que habían prestado su consentimiento miembros de las clases altas de Buenos Aires. Posteriormente, el general inglés Beresford, en señal de agradecimiento, obsequió un “juego de mesa de loza del Cabo” a Juan J. Castelli. Los tres principales americanos artífices de la fuga del general Beresford fueron embarcados el 8 de septiembre de 1807 desde Montevideo hacia Río de Janeiro en un navío de guerra inglés enviado por el almirante británico Murray a tal fin. El gobierno inglés, en premio por la organización y fuga de Beresford y Pack, y por su actitud a favor de Gran Bretaña, gratificaría generosamente con una pensión vitalicia a Saturnino José Rodríguez Peña, Manuel Aniceto Padilla y Antonio Luis de Lima, patrón de la balandra portuguesa Flor del Cabo.[20]

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