1 ...6 7 8 10 11 12 ...17 Mi investigación sobre ETA ha tratado de hacerse desde la comunidad, revelando una continua confrontación entre dos proyectos nacionales. Por un lado, el proyecto nacional de la Izquierda Abertzale, basado en una hipotética sociedad igualitaria, emancipada de los grandes capitales económicos y de los Estados francés y español. Por otro, una identidad española moldeada por sus elites en la que la transición española llevada a cabo en los setenta dio como resultado la formación de una hipotética moderna nación española de clases medias en la que, mirando siempre a Europa, los conflictos entre el trabajo y el capital se resolverían de forma pacífica. La violencia física y psicológica que experimentaron las víctimas de ETA y la violencia que muchos militantes de ETA padecieron a través de las fuerzas de seguridad del Estado son la expresión histórica de este choque de identidades nacionales.
A mí no me preocupa saber que alguien no pagará por mi sufrimiento. ¿Me entiendes? No necesito que nadie me pida perdón, ni siquiera la persona que me puso la bolsa de plástico en la cabeza y me puso los electrodos. Imagínate que el viene y me dice: «Lo siento por haberte hecho sufrir, Fernando». Para mí esos perdones no tienen valor. Eso del perdón se lo dejo a los curas […]. Yo puedo perdonar a una u otra persona. Yo recuerdo cuando dispararon a mi mejor amigo: le metieron cuatro balas en un restaurante de Madrid. Lo que me molesta es que, a mis 62 años, el derecho de autodeterminación, que para mí es fundamental, el hecho de que mi país pueda llegar a ser libre, pueda decidir su futuro… todo eso nos haya sido negado [47].
Este testimonio de Fernando Etexgarai, militante de ETA y protagonista del capítulo III, nos muestra cómo la lucha nacionalista entre las identidades española y vasca está reflejada en este libro desde su aspecto más empírico, la violencia. Por consiguiente, la violencia que la Izquierda Abertzale experimentó en forma de tortura moldeó su identidad durante décadas, haciendo del Estado español su principal antagonista. Por ello, el acto de pedir perdón por tremendos actos de violencia, referido anteriormente por Etxegarai, ha sido un tema constante de debate dentro de la sociedad española desde que estalló la Guerra Civil en 1936.
¿Cómo pueden las subjetividades de los militantes de ETA «desafiar» el consenso de las historiografías sobre los grupos terroristas europeos activos durante el último cuarto del siglo XX mediante la incorporación de sus experiencias cotidianas? Los intensos momentos de lucha armada vividos por activistas de grupos armados insurgentes deben ser analizadas desde el universo emocional de estos activistas. Tratando de analizar el proceso histórico a través del cual estas emociones fueron producidas, como vimos en el ejemplo del asesinato de Carrero Blanco, podemos entender de manera más amplia la historia de ETA. Es curioso que el único libro que ha tomado el enfoque de analizar la vida cotidiana de los militantes de ETA que asesinaron a Carrero Blanco es el de la activista de la Izquierda Abertzale Eva Forest [48]. Sin embargo, desde mi experiencia de investigación, una afinidad ideológica con ETA no tiene que ser prerrequisito necesario para explorar las emociones de sus militantes. Si los historiadores sociales han analizado las vidas de la gente corriente, también los científicos sociales que trabajan con temas de violencia política pueden hacer lo mismo: después de la Segunda Guerra Mundial se proyectó, tanto desde los gobiernos europeos como desde Estados Unidos, una imagen autoperceptiva en la que estas «democracias del mundo libre» eran vanguardias que el resto del globo tenía que imitar. Los científicos sociales tenemos la obligación de destapar estas narrativas, y el análisis de las diferentes formas de violencia terrorista que tuvieron lugar en estos países (ETA, IRA, Brigadas Rojas, etc.) nos da una gran oportunidad para ello. Si la Segunda Guerra Mundial provocó horrendas formas de violencia de masas y los países europeos empezaron a implementar el Estado de bienestar a partir de 1949, ¿cómo explicar las violencias que surgieron en los sesenta y los setenta a través de estos grupos insurgentes?
El hecho de que en Europa, durante las décadas después de la Segunda Guerra Mundial, no existiera una violencia de masas (excepto en el caso de los Balcanes), y el hecho de que ningún tipo de violencia insurgente lograra sus objetivos, explica las escasas ganas de intentar comprender este tipo de violencias por parte del mundo académico. Sin embargo, este libro trata de analizar cómo la violencia practicada por grupos insurgentes armados europeos durante más de dos décadas refleja las contradicciones de estas sociedades en términos del Estado de bienestar surgido después de la Segunda Guerra Mundial y las imágenes de la posguerra fría neoliberal. La violencia política practicada después de Segunda Guerra Mundial tuvo siempre la sombra de la revolución. El historiador Arno Mayer asegura que «interpretar las revoluciones francesa y rusa, particularmente desde las masas que se sublevaron contra el orden establecido, de una manera no dialéctica, es correr el riesgo de catalogarlas simplemente como episodios trágicos de nuestra calamitosa historia, como simples tragedias inevitables de nuestras vidas» [49]. Este libro tratará de ofrecer un análisis dialéctico e histórico de la violencia practicada por ETA y por el Estado español. Solo en estos términos puede explicarse en su complejidad el largo desarrollo histórico de ETA.
METODOLOGÍA
La historiografía sobre el conflicto vasco ha tratado tradicionalmente de aproximarse a ETA como una excusa para explicar grandes eventos políticos en vez de tratar de explicar la textura de la organización y su militancia en toda su complejidad. Aquí traigo dos ejemplos que muestran diferentes caracterizaciones de ETA en cuanto al asesinato de Carrero Blanco. Un tipo de trabajos parece simpatizar con ETA y explica cómo la transición española fue en parte posible gracias a esta acción violenta llevada a cabo por la organización. En el segundo caso, el historiador no tiene simpatía por ETA, y explica cómo, tras el asesinato de Carrero Blanco, durante y después de la transición la organización empezó a utilizar la violencia no como una herramienta, sino como su «razón de ser» [50]. Estos dos ejemplos subrayan la influencia que una rama hegemónica de la ciencia política centrada en la construcción del Estado ha tenido sobre la historiografía de los grupos armados. En mi opinión, debido a esta influencia, la historiografía sobre el conflicto vasco (y otros conflictos políticos) carecen de la perspectiva holística necesaria para entender un fenómeno como la violencia política desde diferentes ángulos. Hay que distinguir algunas excepciones de politólogos, muchos de ellos desde el entorno anglosajón, como Ernesto Cyrus Ziraczadeh, James C. Scott, Bet Katnelson o Robert P. Clark que se han centrado más en las dinámicas de poder que se dieron entre el Estado y los insurgentes.
Recogiendo esta última línea de investigación y entendiendo la política como un sistema de poder inherente al ser humano, mi investigación no trata de evitar la dimensión política del conflicto vasco. Al contrario, mi aproximación trata de analizar las conexiones entre las estructuras políticas en las que los militantes de ETA han desarrollado su ideología y «su mundo de los afectos» desde donde podemos entender sus subjetividades personales.
Para lograr este objetivo, lo primero es tratar de analizar la historia social del conflicto vasco. Desde esta aproximación podemos dejar a un lado las grandes figuras históricas y centrarnos en la vida cotidiana de todas aquellas personas que vivieron el conflicto armado vasco. Sin embargo, teniendo en cuenta que solo existen unos pocos estudios sobre la historia social del conflicto vasco, la de la Izquierda Abertzale y la de ETA siguen siendo historias por escribir [51]. Como he mencionado anteriormente, ETA, como fenómeno terrorista, ha sido analizado repetidamente desde una aproximación cronológica o, desde luego, ha sido tratada como una anomalía del pasado que hay que corregir moralmente en el presente. Eric Hobsbawm, bien conocido por sus estudios sobre historia social, afirma que «la destrucción del pasado, o por lo menos los mecanismos sociales que unen una experiencia contemporánea con generaciones anteriores, es una de las características más comunes del último cuarto del siglo XX» [52]. Si la Guerra Civil española provocó una explosión de memorias dentro de la población española, ETA continúa siendo parte de esa memoria colectiva de vascos y españoles que aún no ha muerto.
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