Por haberlo hecho, fue elevado por el rey y nombrado tercer gobernante del reino, es decir, uno de los tres administradores principales del reino (Dan 5). Él siguió manteniendo este oficio bajo Darío, el rey de los medos. Los otros príncipes del imperio y los sátrapas reales quisieron privarle de esa dignidad, pero el Señor le salvó de un modo misterioso (Dan 6), a través de su ángel, liberándole de la boca de los leones; de esa manera, permaneció en su oficio bajo el gobierno del rey persa Ciro (Dan 6, 29).
Durante la segunda mitad de su vida, Dios honró a Daniel con revelaciones relacionadas con el desarrollo del poder del mundo, en sus diversas fases, descubriendo la oposición entre los reinos del mundo y el de Dios, con la victoria del reino de Dios sobre todos los poderes enemigos.
Estas revelaciones se contienen en Dan 7-12, y la última de ellas le fue comunicada en el año tercero del rey Ciro (Dan 10, 1), es decir, es en año segundo después de la promulgación del edicto de Ciro (Es 1, 1), en el que se permitía a los judíos que volvieron a su propia tierra y que reconstruyeran el templo de Jerusalén. Por eso sabemos que Daniel vivió lo suficiente para ver el comienzo del retorno de su pueblo del exilio.
Pero él no volvió a su tierra nativa en compañía de aquellos que volvieron con Zorobabel y Josué, sino que permaneció en Babilonia, donde acabaron sus días, probablemente poco después de la última de esas revelaciones que Dios le había comunicado, revelaciones que culminaron con el mandato de sellar el libro de las profecías hasta el tiempo del final, y con el don confortable de poder caminar en paz al encuentro de la muerte, esperando la resurrección de los muertos al final de los días (Dan 12, 4. 13).
Si Daniel era un joven (dly, cf. Dan 1, 4.10), de quince a dieciocho años, en el momento en que fue llevado cautivo a Caldea, y si murió en cumplimiento de la promesa divina que se le reveló el año tercero del rey Ciro (Dan 10, 1), entonces, él debía haber alcanzado la elevada edad de al menos noventa años.
Las afirmaciones de este libro de su nombre, en relación con la justicia y piedad de Daniel y con su maravillosa sabiduría, capaz de revelar cosas escondidas, reciben una poderosa confirmación a través de lo que dice el profeta Ezequiel (Ez 14, 14. 20), que le menciona al lado de Noé y de Job como ejemplo de una vida de justicia, que agrada a Dios. Por su parte, Ez 28, 3 afirma que su sabiduría era superior a la del príncipe de Tiro.
Podemos suponer que Ezequiel realizó la primera de estas afirmaciones catorce años después que Daniel fuera llevado cautivo a Babilonia y la segunda dieciocho años después del comienzo de ese cautiverio, y también que la primera se hizo once años (y la segunda catorce años) después de su elevación al rango de presidente de los sabios caldeos. Según eso no puede sorprendernos el hecho de que la fama de su justicia y de su admirable sabiduría se hubiera extendido tanto entre los exilados judíos que Ezequiel pudiera presentarle como un brillante ejemplo de estas virtudes.
En esa línea debemos tener en cuenta que, en el tiempo del rey Baltasar, Dios le dio una nueva oportunidad para leer e interpretar la misteriosa escritura del muro, mostrando así sus dones proféticas sobrenaturales, en gracia de lo cual Daniel fue elevado por el rey a uno de los rangos más altos de la administración del reino; también debemos recordar que bajo el reinado del rey Darío, el Medo, Dios le liberó de las maquinaciones de sus enemigos, salvándole de las fauces de los leones, de manera que él no solo alcanzó una larga edad, manteniendo su alto oficio, sino que recibió nuevas revelaciones de Dios, en relación con el despliegue del poder del mundo y del Reino de Dios, unas revelaciones que sobresalen por su precisión sobre todas las predicciones de los profetas.
Por todo eso, resulta normal que una vida tan llena de las maravillas del poder y de la gracia de Dios haya atraído no solo la atención de sus contemporáneos, sino que se haya vuelto después de su muerte en motivo de una fuerte atención, como lo muestran las adiciones que su libro ha recibido en la traducción alejandrina de los LXX, en la Agadah posterior judía, adiciones que han sido ampliadas por las Padres de la Iglesia e incluso por los autores musulmanes. Cf. Herbelot, Biblioth. Orient , bajo la entrada Daniel, y Delitzsch, De Habacuci Proph. vita atque aetate , Leipzig 1842, p. 24ss.
Sobre el fin de la vida de Daniel y su entierro no se sabe nada cierto. La opinión de los afirman que volvió a su patria (cf. Carpzov, Introd . III. p. 239s.) tiene tan poco valor histórico como la opinión de los que dicen que murió en Babilonia y que fue enterrado en el sepulcro del rey (Pseud.-Epiph.), o de los que dicen que su tumba estaba en Susa (Abulafia y Benjamin de Tudela).
En oposición directa a los extensos testimonios de la veneración con que se miró al profeta, se ha elevado después la crítica naturalista moderna que, partiendo de su antipatía contra los milagros de la Biblia, sosteniendo que el profeta ni siquiera existió, pues su vida y “trabajos”, tal como han sido recordados en el libro de su nombre, son una mera invención de un judío del tiempo de los macabeos, que atribuyó su ficción a Daniel, partiendo del nombre de un héroe desconocido de la antigüedad mítica (Bleek, von Lengerke, Hitzig) o del exilio del tiempo de los asirios (Ewald).
2. Lugar de Daniel en la historia del Reino de Dios
A pesar de que Daniel vivió durante el exilio de Babilonia, él no moró en medio de sus paisanos, que habían sido llevados también a la cautividad, como en el caso de Ezequiel, sino en la corte del supremo mandatario del mundo, y al servicio del Estado. Para comprender en esa perspectiva su trabajo al servicio del Reino de Dios, tendremos, ante todo, que aclarar en lo posible el significado del exilio de Babilonia, no solamente para el pueblo de Israel, sino para las naciones paganas, en elación con el consejo divino de la salvación para la raza humana.
Fijemos ante todo nuestra atención en el significado del exilio para Israel, pueblo de Dios, bajo el Antiguo Testamento. La destrucción del reino de Judá y la deportación de los judíos en la cautividad de Babilonia no solo puso fin a la independencia del pueblo de la alianza, sino también a la continuidad de la constitución del reino de Dios que había sido fundado en el Sinaí. La destrucción del reino no fue solo temporal, sino para siempre, porque ese reino de Judá no fue nunca restaurado en su integridad.
Ciertamente, en la fundación de la Antigua Alianza, a través de la circuncisión, entendida como signo de su pacto con el pueblo escogido, Dios había dado al patriarca Abrahán la promesa de que él establecería su alianza con él y con su descendencia como alianza eterna, de manera que él sería su Dios y les daría la tierra de Canaán como posesión perpetua (Gen 17, 18-19). De un modo consecuente, cuando se estableció esta alianza con el pueblo de Israel por medio de Moisés, los elementos fundamentales de la constitución de la alianza se establecieron como instituciones eternas (~lwo[ tQx).
Esto sucede por ejemplo en las estipulaciones conectadas con la fiesta de pascua, (Ex 12, 14. 17. 24), con el día de la expiación (Lev 16, 29.31. 34) y con otras fiestas (Lev 23, 14. 21. 31. 41) y con las estipulaciones más importantes relacionadas con el ofrecimiento de los sacrificios (Lev 3, 17; 7, 34. 36; 10, 15; Num 15, 15; 18, 8. 11.19) y con los derechos y deberes de los sacerdotes (Ex 27, 21; 28, 34; 29, 28; 30, 21) etc.
Dios cumplió su promesa. Él no solamente liberó a las tribus de Israel de la esclavitud de Egipto con las maravillas de su poder soberano y le dio en posesión la tierra de Canaán, sino que les protegió allí de sus enemigos, y les dio después un rey, llamado David, que les gobernó según su voluntad divina, y les hizo vencer sobre todos sus enemigos, haciendo que Israel fuera un pueblo poderoso y próspero. Más aún, él concedió a David, su siervo, quien después de haber vencido a todos los enemigos del entorno, quería edificar una casa para el Señor, esta gran promesa a fin de que su nombre y reino pudiera permanecer para siempre:
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