En esa línea, esta dificultad exgética puede superarse con un poco de esfuerzo, acudiendo a las referencias que ofrece en casi todos los casos un buscador informático (google, wikipedia etc.). Está también el tema de las abreviaturas. Keil escribe para un público apasionado, que conocía de memoria a los grandes biblistas, y así puede escribir Sth. por J. J. Sthälin, Hv. por Hävernick, Ges. por Gesenius, Hitz. por Hegst. por Hengstenberg, Kran. por Kranichfeld etc. etc. Esta es una dificultad que se supera pronto, permitiéndonos pensar más en el tema que los defensores, hoy en parte ya olvidados de una determinada visión de la Biblia o de la vida humana.
3. Está, en tercer lugar la dificultad histórica . Como he dicho ya, Keil se ha esforzado por demostrar lo que él llama la “autenticidad” histórica de Daniel, como personaje real, que vivió como cautivo sabio en la “corte” de los reyes babilonios y persas. Esa hipótesis tiene su ventaja y nos obliga a situar la Biblia en su contexto histórico, en la línea de una fuerte crítica histórico-literaria. Pero hay un momento en que la historia puede y debe interpretarse también en una línea más simbólica, más teológica.
Este es quizá, a mi juicio (desde mi propia perspectiva hermenéutica), el mayor límite de esta obra, que, en algún momento, ha insistido más en el trasfondo histórico-literario de Daniel que en su mensaje antropológico-teológico, que sigue siendo plenamente actual en nuestro tiempo. No es que Keil margine ese mensaje, de ninguna forma, pero quizá podía haberlo desarrollado más. De todas formas, es muy posible que él haya querido dejar el texto así, sin inclinarse por unas visiones más particulares del juicio de Dios y del fin de los tiempos, para que seamos nosotros mismos, lectores de este libro en el siglo XXI, los que desarrollemos, a partir de este comentario, nuestra visión del “fin de los tiempos”, según el libro de Daniel y del Apocalipsis de Juan.
En esa línea, para completar el conocimiento del tema, he querido recoger aquí algunos comentarios y estudios sobre el libro de Daniel, desde varias perspectivas exegéticas, teológicas y eclesiales, para que todos los lectores, reformados o católicos, ortodoxos o de las nuevas confesiones evangélicas o pentecostales, puedan sentirse invitados a seguir leyendo y comentando, con C. F. Keil, el libro de Daniel en este siglo XXI:
Bibliografía general actualizada
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van der Woude, A.S. (ed.), The Book of Daniel in the Light of New Findings, Peeters, Leuven 1993
X. Pikaza
INTRODUCCIÓN
1. La persona del profeta
El nombre laYEånID" o landa (Ez 14, 14.20; 28, 3), ∆ανιηλ, es decir, “Dios es mi juez”, o si la y es una yod compaginis , “Dios está juzgando”, “Dios juzgará” (pero no “juicio de Dios”), ha sido empleado en el Antiguo Testamento para un hijo de David con Abigail (1 Cron 3, 1), para un levita del tiempo de Esdras (Es 8, 2; Neh 10, 6) y para un profeta cuya vida y profecías forman el contenido de este libro. Sobre la vida de Daniel se nos ofrecen los siguientes datos.
Por Dan 1, 1-5 sabemos que Daniel, en el reinado de Joaquín, con otros jóvenes de la “simiente sagrada”, de las familias más distinguidas de Israel, fue llevado cautivo a Babilonia por Nabucodonosor, cuando él vino por primera vez contra Jerusalén y la tomó. Sabemos además que, tomando el nombre caldeo de Beltesasar, él pasó tres años adquiriendo el conocimiento de la ciencia y de la educación caldea, a fin de prepararse para servir en el palacio del rey de Babilonia.
No está claro si Daniel pertenecía familia real, o si era solo de una de las familias más distinguidas de Israel, pues no tenemos una información segura de su linaje. La afirmación de Josefo ( Ant 10, 10, 1), según la cual él era ἐκ τοῦ Σεδεκίου γένους, es probablemente una opinión deducida de Dan 1, 3, y no tiene más apoyo que el de Epifanio ( Adv. Haeres . 55.3) cuando afirma que su padre se llamaba Σαβαάν, y la del Seudo-Epifanio ( De vita proph . Cap. 10) cuando añade que nació en Bethhoron de Arriba, no lejos de Jerusalén.
Durante el período en que fueron colocados aparte para su educación, Daniel y sus compañeros, que tenían su misma forma de pensar y se llamaban Ananías, Misael y Azarías, recibieron los nombres caldeos de Sadrach, Mesach y Abed-nego. Con el consentimiento de su preceptor, ellos se abstuvieron de la carne y las bebidas que se les servían de la mesa del rey, a fin de que no volverse impuros por la idolatría, de forma que comían solo legumbres y agua. Su firme adhesión a la fe de sus antepasados fue de tal modo bendecida por Dios que ellos no solo presentaban una apariencia más agraciada que los otros jóvenes que comían de la carne del rey, sino que hicieron tales progresos en su educación que al final de los años de aprendizaje, siendo examinados en la presencia del rey, sobresalieron en mucho al resto de los sabios caldeos de todo el reino (Dan 1, 6-20).
Tras esto, en el segundo año de su reino, habiendo sido turbado en espíritu por un memorable sueño que había soñado, Nabucodonosor llamó a su presencia a todos los astrólogos y caldeos de Babilonia, a fin de que le pudieran aclarar el sueño e interpretarlo. Pero ellos se confesaron incapaces de cumplir su deseo. Pero entonces, en respuesta a su oración, Dios reveló a Daniel el sueño del rey y su interpretación, de manera que pudo aclarárselo.
Por esa razón, Nabucodonosor glorificó al Dios de los judíos, declarándolo Dios de los dioses y revelador de cosas secretar, elevando a Daniel y concediéndole el rango de gobernador sobre la provincia de Babilonia y dirigente supremo de todos los sabios de Babilonia. A petición de Daniel, el rey nombró también a sus tres amigos administradores de la provincia, de manera que Daniel pudo permanecer en el palacio del rey (Dan 2), y así mantuvo este oficio durante todo el reinado de Nabucodonosor, de manera que en un momento posterior él pudo interpretar un sueño de gran importancia, en relación con una calamidad que había de caer sobre el rey (Dan 4).
Tras la muerte de Nabucodonosor parece que Daniel fue privado de su alto cargo, como resultado del cambio de gobierno. Pero el nuevo rey Baltasar, habiendo sido alarmado durante una fiesta tumultuosa por el dedo de una mano humana que escribía en el muro, llamó a los caldeos y astrólogos. Pero ninguno de ellos fue capaz de leer e interpretar aquella misteriosa escritura. En ese momento, la madre del rey indicó que debía llamarse a Daniel para que leyera e interpretara el escrito para el rey, como él lo hizo.
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