De la vida y obra de Keil he tratado ya en el prólogo de sus comentarios anteriores (a Jeremías y Ezequiel), de manera que no necesito aquí detenerme en ese tema, pues lo dicho en ellos servirá de punto de partida para lo que sigue. Pero el comentario de este libro de Daniel ha sido y sigue siendo especialmente discutido, tanto por su temática de fondo (el sentido de la historia, la llegada de los últimos días….) como por su desarrollo, de forma que para situarlo y entenderlo bien yo recomiendo a los lectores que empiecen situándose ante el tema de la hermenéutica (interpretación) del Antiguo Testamento, de mano de libros como los de Douglas Stuart, Old Testament Exegesis: A Primer for Students and Pastors , Westminster Philadelphia 1984 y J. Goldingay, Approaches to Old Testament Interpretation , Downers Grove, InterVarsity IL 1990, teniendo como fondo la obra de conjunto de R, J. Coggins y J. L. Houlden eds., Dictionary of Biblical Interpretation , SCM London 1990.
Para una primera aproximación al libro de Daniel, recomiendo en especial el trabajo de H. de Wit, “Daniel”, en A. Ropero (ed.), Diccionario Enciclopédico de la Biblia, Clie, Viladecavalls 2013, 553-559, con los comentarios del mismo H. de Wit, El libro de Daniel. Una relectura desde América Latina, Rehue, Santiago de Chile 1990, y el de K. Silva, Daniel. Historia y profecía, Clie, Vila. 2014. Al final de este prólogo ofrezco una bibliografía actual más extensa del tema, especialmente en inglés y español, desde diversas perspectivas exegéticas y eclesiales .Para situar mejor sus temas, y el sentido de este comentario, he querido seguir ofreciendo unas reflexiones de tipo introductorio.
1. Temas básicos: sabiduría y apocalíptica, historia y confesión de fe
El libro de Daniel es único en la Biblia no solo por su temática de tipo profético-apocalíptico, sino porque, en su forma actual, se ha escrito y se conserva en dos lenguas (hebreo y arameo), a las que se añaden, en la tradición alejandrina de los LXX, pasajes y capítulos en griego. Como es normal, desde la tradición de las iglesias reformadas, Keil solo admite como canónicos e históricamente auténticos los capítulos escritos en hebreo y arameo, y así los interpreta de un modo ante todo filológico, pero también histórico y teológico, ofreciendo en esa línea un comentario que sigue siendo esencial en la historia de la exégesis, uno de los estudios bíblicos más serios que conozco, a pesar de que puedan discutirse algunas de sus visiones exegéticas, como seguiré indicando.
De un modo general se han distinguido en la tradición del libro de Daniel cuatro elementos o rasgos que pueden distinguirse, pero nunca separarse: Un rasgo sapiencial, otro apocalíptico, otro histórico y otro canónico-teológico. De su recta formulación depende la buena lectura y comprensión de este libro, como Kleil ha puesto de relieve, en un contexto de fidelidad al mensaje original, a la tradición de la iglesia y a la esperanza de futuro de la humanidad, en tiempos convulsos como estos (año 2018) en que son muchos los que piensan que un tipo de humanidad “de hierro y violencia” está poniendo en riesgo la vida del hombre sobre el mundo, es decir, la creación Dios.
Como se dice al final de su desarrollo, este es un libro que ha sido “sellado”, es decir, fijado, para el conocimiento y la vida de los creyentes de los “últimos tiempos”, un mensaje que solo puede conocerse y entenderse bien “en esperanza”, cuando “la hora” defina plenamente su sentido. Pero mientras llega esa “hora” es bueno estudiarlo, para convertirse en principio de fe y en motivo de oración esperanzada:
(1) Daniel es un libro de Sabiduría, como aparece de un modo especial en la interpretación de los cuatro metales o etapas de la historia (Dan 2). Entre sus visiones y relatos de la primera parte (Dan 2-6 o Dan 2-7) sobresale la escena de la estatua de los cuatro metales de la gran “estatua” humana del poder mundial, que se expresa y acontece (se despliega) en los tres o cuatro grandes imperios de la historia. Algunos exegetas han dicho y dicen que en el fondo de esa visión de sabiduría subyace un mito antiguo, extendido entre diversos pueblos, en el que se habla de una sucesión de edades (tres, cuatro o cinco), que se van repitiendo cíclicamente, conforme a un esquema de eterno retorno, que podría encontrarse, por ejemplo, no solo en Grecia y en la India, sino en las cultura de México o del altiplano andino.
Daniel ha podido retomar ese mito, traduciéndolo de un modo histórico, que ha podido interpretarse y se interpreta de diversas formas desde los asirios y o babilonios hasta los persas, griegos y romanos, introduciendo en ese esquema novedades muy significativas, en la línea de la profecía israelita. En Daniel no hay un eterno retorno, sino una única historia. No hay cuatro edades que se suceden una y otra vez, iniciándose de nuevo cuando acaban (como en los mitos de algunas religiones paganas), sino una única verdad y realidad de la historia, que tiende a destruirse a sí misma (como indica el signo del hierro que es la guerra más violenta), pero que es salvada por Dios (a través de la resistencia israelita y de la acción más alta del Mesías de Dios).
En ese sentido, las edades de la historia aparecen como obra de los hombres, es decir, de la cultura que está representada a través de los metales, y en esa línea este libro no nos pone ante un “pecado de la naturaleza” cósmica, ni de los ángeles perversos, sino ante un despliegue humano de la historia, entendida como avance de la violencia que, simbólicamente, se identifica con cuatro grandes “imperios” en los que esa historia se condensa. Hay en esa historia un descenso en valor profundo (se pasa del oro al hierro), pero hay un ascenso en efectividad productora y violencia (culminando en el hierro y el barro, que es la expresión de una cultura técnica y violenta que tiende a destruirse a sí misma). Así lo ha expresado la “sabiduría” profunda de este libro, que nos introduce en el misterio más hondo del despliegue de la historia.
La historia de los grandes imperios culmina, según es o, en una edad de hierro y barro, de poder destructor y debilidad. Esta es, por una parte, la edad del hierro, es decir, de la técnica que puede ponerse al servicio de la destrucción. Pero esta es, por otra parte, la historia de la sabiduría y de la resistencia de los creyentes que mantienen su fe con justicia y que esperan la liberación de Dios. Ciertamente, los guerreros de los grandes imperios opresores, vestidos y cargados al final de hierro, han construido una historia final de violencia pura, que destruye a todos, sin que pueda ser destruida por nadie o por nada en este mundo. Pero allí donde se despliega en el mundo la fuerza mayor (¡invencible!) de ese hierro de muerte viene a expresarse, también, la máxima debilidad de los imperios (pues el hierro está mezclado siempre con el barro), y sobre esa debilidad de expresa la gracia más alta y salvadora del Mesías de Dios, como sabiduría salvadora
Este libro de Daniel nos sitúa, pues, ante cuatro edades y una única estatua . Ciertamente, la historia puede estar y está representada por esos metales que aparecen en la explicación como “reinos sucesivos”, uno tras otro, sin que pueda acabarse su maldad, siempre creciente. Pero en su visión más honda, Daniel ha descubierto que ellos forman una única estatua idolátrica, que será al final vencida y destruida por el Cristo de Dios. Desde ese fondo se puede decir que las cuatro edades de la historia constituyen una única “humanidad de violencia”, que va del oro al hierro (Dan 2, 31-44); pero frente a esa historia de violencia se eleva la gracia salvadora de Dios que se expresa y actúa (alcanzará su victoria) por medio del Cristo, que ha venido ya en forma humana de debilidad y que culminara su obra de un modo victorioso, al final de los tiempos.
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