Victor Miranda - Ginecología General y Salud de la Mujer

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Ginecología General y Salud de la Mujer: краткое содержание, описание и аннотация

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Desde su publicación hace más de diez años,
Pautas de Práctica Clínica en Ginecología ha acompañado la formación de múltiples generaciones de alumnos de la Pontificia Universidad Católica de Chile y de muchas otras facultades de medicina de Chile y Latinoamérica. El libro tuvo como fin dar ciertas pautas para facilitar el aprendizaje y la incorporación de los estudiantes a la práctica ginecológica y fue un fiel reflejo del espíritu innovador de esta universidad y de la importancia que tiene la tutoría para la formación de los académicos. Esta
nueva edición llamada
Ginecología General y Salud de la Mujer se presenta completamente renovada, ampliada y actualizada y en ella han colaborado numerosos especialistas chilenos y extranjeros, tanto de la Pontificia Universidad Católica de Chile, como de otras instituciones, lo que aporta una mirada inclusiva y global de la realidad. El resultado es un texto que a través de más de setenta capítulos
aborda de manera didáctica y concreta todos los grandes temas relativos a la ginecología y salud de la mujer, lo que lo convierte en
un libro imprescindible no solo para los alumnos de pregrado, sino también para los
residentes que se inician en la especialidad, enfermeras matronas y médicos generales.

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Si atendemos a esa diversidad de aspectos en donde la mujer y el hombre ponen la aspiración de su felicidad, veremos que no se trata de cualquier diversidad, sino que de una con un cierto orden y más aún ese orden se dirige y se relaciona de modo estrecho con la dirección del orden del otro sexo. Esta mutua inclinación de intereses que se aprecia desde el despertar de la maduración sexual en la niña o niño, y que se manifiesta en el deseo de compartir ciertas intimidades, que son diferentes al compartir propio del trato de los de igual sexo, tiene por supuesto un correlato biológico, existe una atracción mutua entre el hombre y la mujer, existe incluso una disposición anatómica diferente, pero convergente y perfectamente adaptable entre ellos. Sabemos además del aporte dividido del material genético que aseguraría una prole más sana. Es sin embargo en lo que respecta a lo más propio del ser humano, en lo que corresponde a su interioridad de naturaleza espiritual, donde es incluso más evidente que esa diversidad de aspiraciones de la mujer y el hombre adquiere la característica de una complementariedad tal, que no es otra que alcanzar aquella relación que logre la compleción o plenitud que no puede conseguir un individuo humano solo en este mundo.

El ser humano es sexuado porque su naturaleza se presenta en cierto sentido en dos versiones, ambas equivalentes y merecedoras de la misma dignidad personal. Sin embargo, con estas dos maneras de manifestarse, la naturaleza humana está llamada no a un despliegue independiente una de la otra, sino que por el contrario, a completarse en una unión total que comprometa los dos niveles de la persona, biológico y espiritual. Es en esa unión completiva donde se entrega lo que se posee y se recibe lo que se carece, para así alcanzar aquella perfección que necesita el ser humano en su camino a su destino, constituyendo esto el sentido más profundo de su ser sexuado.

Exigencias éticas de la sexualidad humana

Desde la perspectiva que hemos esbozado, desde una mirada que comprende la sexualidad humana como completiva, como la unión que otorga la plenitud a un ser parcializado biológica y espiritualmente, y donde se comprenda al hijo generado como la expresión máxima de esa compleción, podemos entonces entender que los actos que definen esa unión, si bien es cierto con frecuencia, por diversas circunstancias en el transcurso vital de los individuos, se realizan de muy diversas formas y bajo condiciones que no permiten que su sentido se manifieste en su totalidad, debemos aspirar a ello. Es importante tener conciencia de que por válidos que se consideren los motivos por los cuales no se ejerza una sexualidad adecuada, merecemos y debemos siempre aspirar a lo que nos corresponde como seres personales y mientras no lo hagamos no podemos pretender lograr una completa satisfacción en el plano sexual.

En consideración a las distintas apreciaciones que existen respecto a lo que el hombre es en esta sociedad plural donde nos desenvolvemos, es absolutamente necesario iniciar el análisis de lo que estimamos exigible para el ejercicio de una adecuada sexualidad humana, desde lo más básico y elemental. Resulta sorprendente por lo habitual, encontrarse en la consulta médica con pacientes afectados por sintomatología, relacionada o no con la esfera sexual y que en definitiva esta resulta secundaria al ejercicio de una sexualidad que no respeta ni siquiera los requerimientos más elementales. Más sorprendente aún, resulta constatar que ni siquiera se tiene conciencia de ello.

Veamos de menor a mayor, desde lo mínimo exigible, ciertas condiciones sin las cuales ni siquiera nos podríamos distinguir del animal sexuado más elemental, para llegar al final a las exigencias más elevadas, a aquellas que cumpliéndolas, el ser humano alcanza la plena satisfacción al lograr la operación más perfecta y completa, con el máximo gozo asociado.

Voluntariedad. Parece exigible para que los actos sexuales lleven algo de humano, para que se distingan en por lo menos algo del apareamiento animal, que sean actos voluntarios. Una violación puede ser comprendida como un acto sexual; sin embargo, en ninguna cultura ni bajo ninguna concepción del hombre, por muy materialista que esta sea, ni por mucho que se considere al ser humano como solo un animal con un mayor grado de complejidad, se ha considerado una agresión sexual como el ejercicio de una sexualidad propiamente humana.

La aceptación universal de este hecho ya representa un logro en la discusión sobre la naturaleza humana. Por lo menos se acepta como existente en la especie una facultad radicalmente distinta y un reconocimiento de que al hombre conviene una conducta diferente a la de los demás vivientes.

Privacidad. La sexualidad humana, entendida como sexualidad personal, impone que sus actos propios se realicen en un ambiente de adecuada privacidad. Es justo la constitución personal del hombre y de la mujer lo que condiciona que todo acto de la sexualidad requiera la total ausencia de extraños. Esto es tan así que con frecuencia la sola intranquilidad respecto a la posible irrupción de un tercero impide totalmente la plena consumación del acto. Es común en la práctica clínica la consulta por frigidez o anorgasmia, cuya única causa es por ejemplo, la imposibilidad de mantener una adecuada privacidad conyugal por la habitual intromisión de los hijos u otros familiares, problema que se soluciona total y fácilmente por una correcta delimitación de los espacios en el hogar.

Afectividad. Si avanzamos un paso más en aquellas condiciones exigibles en términos éticos para un ejercicio de la sexualidad, debemos considerar si es necesaria alguna participación afectiva y si es así, qué especie de sentimiento o pasión es el requerido para que dicha actividad sea adecuada al ser humano.

Los afectos, sentimientos y emociones son todas palabras que corresponden a lo mismo y según Tomás de Aquino, son los actos de los apetitos sensibles, o sea, las emociones son las tendencias sentidas y el objeto de la emoción sería entonces sentir esas tendencias. Los sentimientos en realidad no son sentidos por un nuevo y misterioso sentido interior, sino que es la misma tendencia que se siente. Las emociones son ciertas perturbaciones del sujeto ante la valoración de la realidad y su consecuente aceptación o rechazo. Es la alteración de la subjetividad ante una realidad que se desea o que se rechaza. Entonces, son pasivas, ya que es algo que a uno le pasa, algo que uno padece, no algo sobre lo cual se puede decidir.

El enamoramiento sería aquel sentimiento que acompaña a la actividad sexual y que corresponde a aquella alteración que padecemos cuando sentimos ese impulso sexual. Es la pasión descrita por tantos poetas y novelistas, y de la cual no somos libres de sustraernos, porque poseerla o no va más allá de nuestra voluntad. Es entonces, el enamoramiento simultáneo con el impulso sexual y también inseparable de él, ya que si hay impulso sexual se padece como enamoramiento. Sería imposible la existencia del deseo sexual sin sentirlo enamorándose.

Pareciera que el enamoramiento, entendido como aquella alteración que padecemos por el impulso sexual, aportaría poco como exigencia ética de una adecuada sexualidad humana, ya que ni siquiera compromete una función superior del hombre por estar al margen de su voluntad. Simplemente nos sucede como parte de la tendencia sexual. Es sin embargo, este sentimiento entendido como tarea, es decir, el enamoramiento como decisión libre y voluntaria de mantener ese afecto en el tiempo, lo que convierte esa emoción en algo que conviene a la pareja humana y que es condición para una sexualidad perfectiva y que todos conocemos como amor.

Donación. La mujer y el hombre, entendidos como seres personales, constituidos por una esencia espiritual que trasciende y a la vez comprende su realidad corporal, exigen que su sexualidad se ejerza de acuerdo al sentido que ella posee, única manera de llevarlos a la plenitud que ambos merecen. Tenemos luego que reflexionar sobre cuál es el afecto, sentimiento o emoción proporcionada y adecuada al ejercicio de una sexualidad de tipo personal.

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