En el existente racional y a diferencia de ellos, al poseer una manera de ser más perfecta, al ser de una naturaleza que trasciende lo orgánico y corpóreo, al ser un viviente abierto a todo el universo de esencias, al ser su hábitat todas las cosas en sí mismas, su perfección no está asegurada por aquella operación prestablecida desde su interior, que sí es suficiente para asegurar el despliegue perfecto de la biología de los animales sensibles y que es la que conocemos como conducta instintiva.
El hombre, por ser un intelecto, se propone sus propios fines y busca mediante la realización de sus actos libres lo que lo perfecciona, sabiendo que no es solo el desplegar aquella potencialidad biológica inscrita en sus cromosomas. No tiene propiamente instintos, su conducta puede iniciarse por impulsos nacidos desde sus condicionantes biológicos pero se completa mediado por su racionalidad. Más aún, muchas veces su actuar se inicia desde esta racionalidad a pesar o en contra de un impulso generado por una necesidad corporal. Es lo propio de este ser espiritual corporalizado, poseedor de esa apetencia intelectual que conocemos como voluntad y que lo constituye como un ser libre. Es por ello que su inteligencia crea un sistema en donde el vivir, además de actualizar sus potencias vegetativas, es el lugar donde expresa y desarrolla el producto de su actividad espiritual, que es la actividad que más lo caracteriza. El hombre es por naturaleza cultural, se desenvuelve en el producto de su inteligencia que es lo que denominamos cultura y que reemplaza con más perfección lo que en los demás animales irracionales asegura el despliegue de su existir predeterminado. Lo que un animal “sabe” de modo instintivo, el hombre lo aprende de la manera que su ambiente cultural se lo enseña, existiendo formas tan diversas como culturas.
Esta variedad de aprendizajes, que son la expresión de las distintas culturas, no puede entenderse sin límites. Es una variedad de formas diversas de vivir de manera racional, pero que está limitada en primer lugar por la realidad corporal del sujeto humano. Por ejemplo, cada cultura tiene formas diferentes de alimentarse y cada niño que nace es introducido en los tipos de alimentos según la cultura en que vive, pero jamás podría acostumbrarse a ingerir alguna sustancia que le cause un daño físico. El segundo límite que ninguna cultura pretende transgredir es aquel de las conductas que degradan su realidad espiritual. Dentro del infinito campo que existe en el actuar libre y con los matices distintos de cada ambiente cultural creado, todo hombre en cada una de las culturas descubre ciertos valores cuya transgresión lo degrada en lo que le es más propio: su destino trascendente. Como vemos, las fronteras que limitan el amplísimo campo de la creación intelectual y de la acción voluntaria del ser humano están dadas justamente por lo que el hombre es: una forma intelectual corporeizada, con necesidades y aspiraciones propias de su doble naturaleza.
Todo en el hombre, sus actividades, sus operaciones, sus aspiraciones, se comprenden desde su naturaleza, desde su principio operativo que le da su ser: el ser humano es un viviente natural espiritual. Su destino, su perfección es la de todos los intelectos, la contemplación de aquellas formas más perfectas. En su camino hacia su destino, necesitado de órganos corporales para acceder a lo que le corresponde a su manera de ser, vive su intelectualidad encarnada, creando todo lo que puede como un espíritu anclado entre el suelo y el cielo, considerando sus necesidades físicas y corporales. Lo máximo que puede crear y aspirar en su etapa de viador, es un ambiente donde se expresa y se respeta esta doble naturaleza suya. Eso es lo que conocemos como cultura.
Entonces es difícil revelar lo que le conviene al hombre en su estado en este mundo. Como individuo cultural todas sus operaciones, incluso aquellas que en los otros vivientes solo están destinadas a la manutención más elemental, están en él embebidas y elevadas por otros destinos que corresponden a una expresión de una cultura y por ende de su naturaleza espiritual. La alimentación no posee un sentido puramente nutricional, sino que adquiere el sentido de compartir aquellas interioridades propias de los seres personales, en un ritual lleno de significados transmitidos y respetados de generación en generación. Lo considerado natural, que sirve de clave para identificar lo que conviene a los animales y que es fácil entender como todo lo biológico, es en el hombre indistinguible de lo cultural, que no es otra cosa que el producto de su actividad intelectual o espiritual.
Lo que favorece y perfecciona al hombre no es solo lo que asegura el despliegue de su potencialidad de crecimiento y reproducción, como sucede en los vivientes irracionales. Lo que conviene y perfecciona al hombre es lo que entendiendo y respetando su desarrollo físico, respete y comprenda también que cada una de sus operaciones, cada uno de sus actos posee el sentido propio de los seres personales, capaces de entender sus tendencias naturales y de conocer el valor y dignidad del otro, para así entregarle lo que le corresponde. En definitiva, lo que conviene y perfecciona al hombre es todo aquello que, velando por su crecimiento biológico y corporal, vele por su engrandecimiento espiritual y lo acerque a su destino allende de este mundo material y que es el destino de toda sustancia espiritual o personal.
La sexualidad es una de las operaciones del ser humano en donde este dilema se manifiesta con un máximo desafío. Si bien todo el actuar humano, desde sus funciones más básicas están atravesadas por su espiritualidad y por lo tanto embebidas de su producto mundano –lo que conocemos por cultura–, es en esta operación donde su individualidad está más radicalmente enfrente de otro, donde su intimidad se expone y entrega a otro ser humano que lo completa, para que así completados participen en la generación y educación de otro ser de su misma dignidad y trascendencia.
La naturaleza humana, su especial dignidad entendida y otorgada por su intelectualidad inmaterial subsistente, exige que los actos propios de los impulsos sexuales se ejerzan de una manera que respete a esa dignidad tanto en los participantes en esos actos como también en el ser humano generado. Solo el trato proporcionado a esa naturaleza y destino llevará al hombre y mujer a la plenitud que ellos merecen. Solo el ejercicio de una sexualidad correspondiente a lo que el ser humano es, podrá llevarlos a decir que viven una sexualidad placentera y gratificante. Por otro lado, el hijo generado tendrá la satisfacción de haber venido a este mundo de una manera adecuada y proporcionada a su dignidad de persona y podrá desarrollarse con todo lo que necesita para el destino que merece.
Intentaremos en las próximas líneas explicitar el sentido de la sexualidad propia del viviente humano como también cuáles son sus exigencias éticas. Trataremos de mostrar lo que parece muy difícil, demostrar que a pesar de todos los estímulos adversos existentes en nuestra sociedad que hemos construido, solo el ejercicio de una sexualidad a modo humano lleva al máximo placer y satisfacción.
El ser humano es hombre y mujer, su existencia individual es masculina o femenina. Es esto tan así, que a pesar de lo difícil que es en el hombre separar lo que es biológico de lo que es cultural, lo único claro es que ser hombre o ser mujer no es una opción voluntaria. Uno se sabe hombre o se sabe mujer o por último, en algunos casos siendo corporalmente de un sexo se es psicológicamente del otro, pero en definitiva, no es esto materia de una opción libre. Además de ser hombre o mujer, podemos decir desde nuestra propia experiencia que el que es hombre no aspira a ser mujer ni viceversa. Es posible que por razones de justicia se aspire a un trato social similar al del otro sexo, pero no se aspira a ser de ese otro género. El hombre no siente como carencia el no poder embarazarse ni la mujer siente como carencia el no poseer una mayor fuerza física. Si algo no se aspira naturalmente y si no se siente carencia de ello, es porque no le corresponde como perfección. No deja de ser asombroso esta doble manera de ser persona humana, cada uno comparte el aspirar a la plenitud que le corresponde por ser humanos, pero al menos en este mundo sublunar, sus aspiraciones y por lo tanto su plenitud reviste aspectos distintos.
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