El anciano se puso de pie con dificultad y comenzó a caminar pensativo, apoyado en su bastón.
—Sin importar lo que suceda, sabes que lucharé hasta el fin si es preciso.
—No, Félix. No sé cómo decírtelo. —Ra miró ahora a Félix.
—¿Decirme qué, maestro?
—Ignoro la razón, pero tú nunca enfrentarás a este hechicero...
—¿Qué...? —Félix se puso en pie de un salto, perplejo.
—Lo siento, pero el sueño no me lo reveló. He visto a tu sucesor, el pequeño Guardián, luchando contra el hechicero en tu lugar.
—Es imposible; no está preparado. ¡No será su tiempo!
—Estás equivocado, Félix. Ninguno de nosotros jamás hubiera estado listo para lo que en esta ocasión sucederá. Esta vez será totalmente diferente a como siempre ha sido: ¡El hechicero se apoderará del Sabán!
—No puede ser... ¡Prefiero morir antes de entregárselo, maestro!
—Él hará cualquier cosa para ello esta vez, y finalmente lo obtendrá, Félix.
—Entonces todo habrá terminado: « Si el Duende de la Guarda es despojado, nada impedirá que las sombras se apoderen del bosque... ».
—Todo es confuso en esta oportunidad, amigo mío.
—¡Pues prefiero destruir el Sabán antes de que caiga en poder del hechicero!
—¡No, Félix! Desde el momento en que lo hicieras, las sombras se sabrían vencedoras, y ya nada impedirá que esclavicen al bosque. Además, tienes que pensar en tu sucesor.
—¿Lui? Sin el Sabán nada impedirá que muera; y de la peor forma. El bosque le seguirá poco después. ¡Será el fin de todo, maestro! —lamentó Félix.
Apesadumbrado y pensativo, el anciano no respondió.
La noche que siguió a mi nombramiento como maestro de letras de la escuela de Pinópolis, me resultó poco menos que eterna. El hecho de concretar un anhelo largamente esperado generó en mí, por lógica, tanta ansiedad que el sueño jamás llegó. Indudablemente, saber esperar es una habilidad difícil de adquirir y practicar. ¿Tú sabes esperar?
Mientras leía, pues algo tenía que hacer para que pasara el tiempo, alguien llamó a mi puerta apenas amanecía. Era Tino.
—¡Felicidades, maestro Lui!
—Gracias, amigo. Pero ¿qué haces a esta hora despierto?
La cara de Tino parecía tallada en piedra.
—El Consejo va a reunirse ahora y el presidente quiere que todos los maestros estén presentes.
El hecho que el Consejo de Gobierno de Pinópolis sesione en forma ampliada con los maestros, es algo extraordinario, pues ello sucede únicamente cuando existe algún asunto de entidad. Tino, que es miembro permanente, ya que a su cargo está la seguridad de la aldea, se mostraba inquieto.
—¿Qué sucede?
—Es grave, Lui.
Las puertas del edificio del Consejo fueron cerradas tan pronto como el último de los maestros acabó por ingresar. Mi primera asistencia formal a este recinto me permitió ver al maestro Uro ya instalado en su asiento de miembro permanente, al tiempo que el presidente se aprestaba a hacer uso de la palabra. Lo poco que dejó entrever Tino me hizo intuir que algo inusitado sucedía en el bosque.
El presidente, a continuación, tomó la palabra:
—Primeramente, gracias a todos por asistir a esta hora de la mañana. He requerido la presencia de ustedes porque el bosque se enfrenta a un hecho de imprevisibles consecuencias. Ayer, por la noche, recibimos una carta del Consejo de Gobierno de Verdépolis, por la que se nos informa que Sabiópolis se apresta a declarar la guerra a Bellápolis.
No podía creer lo que acababa de escuchar. Guerra... ¡Qué locura! Si era verdad, por primera vez ya no solo la fraternidad estaba en peligro, sino la propia existencia de nuestra especie. Tenía que tratarse de un error. Pero si no lo era, sería difícil que las aldeas pudieran continuar ocultando su existencia a los ojos de los cazadores. Indudablemente, la guerra aparejaría la destrucción del bosque que conocía. Entre los presentes, la preocupación y el temor por la noticia se advirtió de inmediato, por los comentarios que surgieron tan pronto ella se reveló.
Y entonces pensé en Félix, todo mi conocimiento de Sabiópolis.
—Según se nos dice, desde hace un tiempo muchas cosas han cambiado en Sabiópolis. Su consejo está presidido por alguien llamado Los, de quien nada sabemos. Aparentemente, el problema comenzó cuando Bellápolis decidió utilizar más agua de la necesaria del Río de los Duendes, perjudicando de este modo a Sabiópolis, que se ubica más abajo en el bosque, como todos sabemos. Esto motivó que delegados de ambas aldeas se reunieran en varias ocasiones, sin que el diferendo haya podido solucionarse. Los representantes de Bellápolis sostienen que esa aldea jamás utilizó más agua que la de costumbre, y los de Sabiópolis, que ello no es verdad y que es un acto de guerra. Después de la última reunión, Los dio la orden de amurallar su aldea, a la vez que comenzó a organizar un ejército.
Las palabras que escuchaba parecían provenir de una pesadilla, aunque sabía perfectamente que no estaba soñando. Todo me resultaba muy extraño por varias razones. El Río de los Duendes nace aquí en Pinópolis, con las aguas que resultan del deshielo de los picos altos de las diferentes montañas próximas. Durante años, jamás hubo problemas con su utilización, sencillamente porque el agua ha sido y es más que suficiente para las tres aldeas que se asientan a sus orillas.
Dejando atrás Pinópolis, a ocho días de marcha se encuentra Bellápolis, y a quince, Sabiópolis. Muy a pesar de ellas, estas aldeas han sido en extremo diferentes a lo largo de la historia. Concretamente, Pinópolis se destaca por ser la que forma los mejores maestros; Bellápolis por los inigualables artesanos; y Sabiópolis por sus fabulosos inventores. Considerando tales características, es probable que, si en efecto Sabiópolis tenía dificultades con el suministro de agua, sus inventores podrían solucionarlo de alguna otra forma que comenzando una guerra.
La verdadera razón del problema tenía que ser otra. No podía decir porqué, pero instintivamente algo me dijo que ese tal Los no era de fiar. En el momento mismo de escuchar su nombre, muy en lo profundo de mí había experimentado una sensación extraña, que por aquel entonces no supe comprender.
—Verdépolis envió mediadores hace unos días, pero Los se negó a tratar el problema con ellos argumentando que todas las aldeas del bosque son aliadas de Bellápolis. No es necesario decir que eso es falso, pero es una afirmación que no podemos ignorar, pues revela que Los actúa en función de sus propias creencias. Ahora bien, pese a que Pinópolis es ajena al diferendo, todos en el Consejo creemos que no debemos quedarnos con los brazos cruzados, dada la innegable magnitud del peligro. Así es que los hemos convocado para decidir entre todos lo que debe hacer nuestra aldea.
Transcurridos unos instantes sin que hubiera propuesta alguna, debido indudablemente a la conmoción generada, Tino pidió la palabra:
—Si no podemos mediar porque se considera que todos estamos en contra de Sabiópolis, propongo que como medida preventiva se me autorice a visitarla con el pretexto de llevar el correo. Una visión de primera mano creo que nos serviría de mucho. No solo sabría cuánto de serio toma las cosas Los, sino que también, tal vez, hasta podría ver con mis propios ojos a su ejército. Después de todo, si Los decide iniciar una guerra, convendría que supiéramos cómo está constituido y si presenta alguna debilidad, por si decide no detenerse en Bellápolis.
La propuesta de Tino recibió de inmediato la aprobación general, pues era el único que podría saber cuán seria era la situación. Si bien hasta ese momento nos había protegido con sus trucos de los cazadores, los osos y los lobos, él sabía como nadie la mejor manera de tomar precauciones. Lo que me desagradaba de su idea era que fuera solo, aunque sabía que se trataba de un experto en supervivencia.
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