Dos veces más le llamó Esperanza esa noche, pero no descolgó el aparato, no estaba de humor ni para reprenderle.
Antes de irse a la cama, ante una copa, Basilio pensaba en la casa que heredó de su madre, elucubró sobre el destino que le daría. La casa la aportó al matrimonio su segundo marido, que la había precedido casi cinco años en ese último viaje.
La imagen de Fátima volvía a flotar en sus pensamientos, aquellos ojos verdes que parecían más brillantes por las lágrimas que acumulaban parecían mirarlo desde una posición elevada.
Trató de centrar sus pensamientos en aquella casa que ahora era suya. Como su padrastro no tenía familia, a su muerte, la casa y un importante patrimonio fueron a manos de su madre. Pensó que, tras una profunda reforma que la rehabilitara, convertiría la primera planta en su vivienda y trasladaría el despacho al bajo. Se encontraba mejor situada que su despacho actual. Solo le frenaba la idea de aunar en una misma ubicación despacho y vivienda, siempre había alguien que era incapaz de discernir entre los horarios y esferas de la profesión y la vida privada, pero el tamaño y la disposición de la casa permitían una separación estanca. Al día siguiente, con Patricia, pasaría por casa de la abuela y le expondría la idea de la reforma.
Él sabía que ella estaría encantada, pues, al igual que a su padre, siempre le gustó aquel caserón del siglo XVIII. Eso y porque su hija estaba esperando que él dejara el apartamento de la playa para ocuparlo ella y dejar de vivir así con su madre, a la que quería mucho, pero que eran incapaces de vivir juntas sin encontrar un motivo de discusión cada cinco minutos. Las dos eran intransigentes y no se soportaban, más que cuando estaban alejadas.
Su hija, concluida la carrera de químicas, estaba haciendo las prácticas en la empresa de un cliente suyo.
Capítulo II
Cuando Beatriz hizo pasar a Fátima al despacho de Basilio, una fugaz sombra atravesó la mirada de este, al advertir que había venido acompañada de Rafael y de… no recordaba su nombre. Esperaba que acudiera sola. Suponía que la consulta versaría exclusivamente sobre el fallecimiento del hijo de Fátima. La noche anterior había estado estudiando el caso a través de las publicaciones sobre el accidente y entreviendo las responsabilidades en que podían haber incurrido los responsables del complejo deportivo. En ambos supuestos erró, pero lo importante era que había acudido. Esa mujer tenía algo que le atraía a primera vista.
«El que le acompañaran Rafael y… y esa chica, no anticipaba que la consulta versara sobre la muerte del niño —pensó Basilio—. A Fátima la encontró lo suficientemente resuelta como para no precisar de carabinas en un asunto como ese. Lo primero que debía hacer era tratar de recordar el nombre de la pareja de Rafael».
—Después del encuentro del otro día, Rosa y Rafael me han acabado de convencer de que acerté en mi intuición, tú… ¿te puedo tutear?
—Por supuesto, de lo contrario te cobraré la minuta de los ustedes y no creo que te convenga.
El hielo se ha roto y Fátima procede a relatar el asunto que la lleva a buscar el consejo legal.
—Eres el abogado que me conviene.
— ¿En qué puedo serte útil?
—A modo de introducción te voy a contar los antecedentes de lo que me ha traído aquí. Estoy casada y tengo… tenía dos hijos: Fernando, que falleció hace apenas tres meses, y Guillermo, que tiene ahora doce años, está con su padre y al que no veo desde que enterramos a Fernando. Ese mismo día su padre se lo llevó y no lo he vuelto a ver, aparte de algunas llamadas telefónicas: dos que me hizo la misma semana de la desaparición —Fátima hablaba muy deprisa para evitar el llanto que la atenazaba— y unas cuantas veces que mi marido ha consentido que el niño se pusiera al teléfono cuando lo he llamado a él. Borja, que así se llama mi marido, me ha dicho que si quiero verlo o hablar con él que vaya a Navarra donde se encuentran… De hecho, he ido allí un par de veces y no he podido dar ni con Guillermo ni con su padre.
Lo inconexo del relato de Fátima obligó a Basilio a tratar de dirigir el relato.
—¿Dónde estabais empadronados?
—En Navarra, más concretamente en Huarte, muy cerca de Pamplona, en una antigua casa de labranza reconvertida a industrial que mi marido compró para un proyecto urbanístico a finales de los noventa. Cuando nos casamos vivíamos y estábamos empadronados en mi casa de Batera, la que heredé de mis padres, pero, al poco tiempo y por asuntos fiscales, Borja decidió que debíamos empadronarnos en Pamplona. No le di importancia al asunto, cambiamos el padrón y así sigue. Pero el piso en que vivimos cuando estuvimos allí ya no es de Borja: lo vendió y la casa que tiene en Pamplona no está acondicionada para que viva dignamente una familia, es una antigualla que según dicen sirvió como cárcel a los seguidores de Carlos VII durante la guerra carlista y, desde entonces, prácticamente no se modificó, hasta que en los años sesenta se construyeron las naves que la rodean e hicieron algunos arreglos dentro de la casa para que pudieran vivir los caseros que la cuidaban, aunque fue todo muy provisional. Ahora, según me dijeron cuando estuve allí, estaba alquilada a unos transportistas. Antes de aquel viaje tenía matriculados a mis hijos en el colegio de Bétera. Borja decidió que fuéramos unos días a Navarra y esos días se fueron prolongando sin que cambiáramos la escolarización de los críos ante lo inminente de la vuelta. Hasta que se inició un nuevo curso los chavales siguieron sin escolarizar por lo que habían perdido un curso. Me planté y le dije que con el colegio de mis hijos no se jugaba y me los traje a Valencia. Yo creo que todo aquello originó algunos de los problemas que padecen mis hijos… bueno mi hijo…
—Perdona que te interrumpa Fátima, ¿tú estuviste de acuerdo con que Borja se llevara al niño después del entierro de su hermano?
—No, no lo estaba, pero no tuve oportunidad de decírselo, cuando volvimos del entierro, lo hicimos en distintos coches, Guillermo iba con su padre y cuando llegué a casa no estaban, pensé que Borja se había llevado al niño a algún McDonald´s para que se distrajera un poco. Como no aparecían acudí al cuartelillo de la Guardia Civil a ratificar la declaración que había hecho sobre la muerte de mi hijo, como me habían pedido, y cuando volví de nuevo a casa, comprobé que todavía no habían llegado y empecé a preocuparme, pero no hice nada hasta que se hizo de noche, cuando, como no aparecían, llamé por teléfono a Borja, que me contestó y, según dijo, desde la misma Pamplona, que se habían ido directamente desde el cementerio. Me dijo que Guillermo se había empeñado en ir a Navarra, que quería alejarse de Valencia, pensé que quizá sería verdad, porque los hermanos estaban muy unidos, a pesar de sus frecuentes peleas.
Fátima hizo una pausa, se la veía alterada, agitada y muy abochornada. Basilio hizo que Beatriz llevase agua que ha ofrecido a su visita, aunque solo Fátima ha aceptado y bebido con ansia.
—Fui demasiado ingenua al creer lo que Borja me decía, pero, el mismo día del accidente, había hablado dos veces con Guillermo y me dijo que no quería volver al polideportivo donde había muerto su hermano, que quería irse lejos. Cuando hablé por teléfono con Guillermo, tan solo tres días después, parecía desear volver, aunque no lo dijera. Y otros dos días después volví a llamar de nuevo a su teléfono, pero ya no funcionaba. Llamé a Borja y me dijo que a Guillermo se le había caído el teléfono en el embalse de Eugi cuando tonteaba en la orilla y que no le pensaba comprar otro hasta que no hubiera ahorrado de su asignación semanal lo que había costado el que dejó caer en el embalse. Le pedí que trajera al niño, me dijo estar de acuerdo y me aseguró que la semana siguiente, como tenía que venir, aprovecharía para traerlo. Yo quería que lo enviara ya en un avión, pero él se negó, porque no había vuelos directos y tenía miedo de que el niño se perdiera en la escala. De nada sirvió que yo le dijera que estaba perdiendo clases y que cuantas más perdiera, más le costaría recuperar. De esto hace más de dos meses y sigue sin traer al niño. Yo sé que Borja ha estado en Valencia varias veces, pero, ni ha venido por casa ni me lo ha dicho y, desde luego, no ha traído a mi hijo, ni tan siquiera me ha llamado. He ido dos veces por Pamplona a buscarlo, pero no he podido dar con ellos, tan solo he podido hablar con el niño en las pocas ocasiones que su padre le ha pasado el teléfono. Él nunca ha llamado.
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