Alberto Giménez Prieto - Un asunto más

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Cuando Basilio, un abogado independiente, durante el entierro de su madre conoce a Fátima, no podía imaginar lo profundamente atraído que se sentiría por ella y que las trágicas circunstancias en que la conoció acompañarían toda su relación.Un hijo de Fátima ha fallecido trágicamente y el otro ha sido secuestrado por su marido. Contrata a Basilio para recuperar a su hijo y que la divorcie. Mientras, Basilio y Fátima inician una relación con trazas de futuro.Borja, marido de Fátima, antiguo promotor inmobiliario, se dedica al tráfico de blancas y mano de obra subsahariana tras la crisis de la construcción. Las voluntarias de una ONG siguen los pasos a la trama de tráfico de personas, y están a punto de desenmascararla cuando una investigación policial se cruza en su caminoA partir de ahí, ante el lector desfilaran los intríngulis del tráfico de personas y las reglas mafiosas. Hallará un refugio nuclear repleto de armas, asesinatos ejecutados por un sicario profesional, violencia de género, corrupción policial, vendettas entre mafiosos…Con un desenlace inesperado de lo que parecía ser «un asunto más», y que nos hará dudar de lo que ocurre a nuestro alrededor.

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Basilio no es que sea un figurín, pero resulta atractivo a las mujeres —o al menos resultaba—, ahora, cada día le da más pereza lanzarse a aventuras galantes, aunque esta mañana Fátima le había impresionado gratamente, incluso le pareció que le despertaba ansias de reiniciar aventuras amatorias y, lo que era peor, de enamorarse. Su rostro mostraba una franqueza reñida con su profesión, aunque quienes lo conocían dudaban si esa franqueza no sería impostada, ya que sus facciones han ido ensanchándose con el tiempo, pero todavía muestran un rostro voluntarioso y tenaz, tras una mirada siempre directa.

Le dijo a Beatriz que había concertado una visita para pasado mañana a las cuatro de la tarde.

—¿Cuándo han llamado?

—No han llamado, me abordaron en el cementerio.

—¿Y no lo mandaste a hacer puñetas?

—No es lo, sino la.

—Entonces lo comprendo, eres muy pillín…

—Siempre estás pensando en lo mismo. Yo pensaba que al faltar mi madre no tendría que aguantar a más casamenteras y, mira por dónde, le tomas el relevo.

—No pensaba precisamente en boda.

Las pullas entre Basilio y Beatriz eran un clásico en el despacho, especialmente cuando se encontraba Pablo para provocarlas.

Basilio se retiró a su despacho a preparar la visita que esperaba. Tuvo que emplear todos los argumentos de que disponía para convencer a su clienta de que lo menos dañoso para su economía y sus relaciones fraternales era llegar a un acuerdo con sus hermanos, poner a la venta la casa de sus padres, pues ninguno de ellos estaba en condiciones de comprar la parte de los otros ni existía posibilidad de dividirla y, por el estado de conservación de la vivienda, tampoco permitía encontrar quien la quisiera. Por lo que, existiendo una inmobiliaria interesada en derribarla para, en su lugar, construir un edificio de oficinas, aunque desaparecería la casa, al menos ella y sus hermanos obtendrían una compensación económica, de la que carecerían si acababa en subasta, única salida si persistían en la intransigencia de hacer la partición. Por fin, la clienta recapacitó y encargó a Basilio la tramitación de la partición consensuada de la herencia, pues ella no quería ni ver a sus hermanos.

Cuando se fue aquella visita, que a Beatriz le había resultado imposible aplazar, Basilio y Pablo salieron del despacho dispuestos a dar un paseo para comentar los casos que les preocupaban, como solían hacer habitualmente. Les gustaba comentar sus preocupaciones laborales fuera del despacho, allí no discutían estrategias ni tecnicismos, aunque tampoco les gustaba hacerlo ante una copa, eso era para celebrar los triunfos o lamentar los fracasos. Les gustaba hacerlo en unas caminatas, que solían ser largas, por el paseo marítimo y que solían concluir en alguno de los antros del barrio donde vivía Pablo o, alternativamente, en el bar que había en los bajos del actual domicilio de Basilio, aunque en este último lugar solo cuando Pablo lo acercaba a su casa.

Pablo y Basilio tenían aproximadamente la misma edad, acababan de entrar en la cincuentena, pero, en contra de lo que muchos pensaban, no habían estudiado juntos. Pablo hizo su debut en el mundo jurídico siendo el secretario de Basilio y, este, al comprobar que Pablo disponía de dotes para la abogacía le instó, insistió y presionó para que cursase derecho. Pablo se decidió y en cinco años concluyó la carrera en la UNED, y sin dejar de trabajar para Basilio. Cuando concluyó la carrera, consciente de que Basilio no sabía delegar y nunca había admitido a otro abogado en su despacho, habló con él para despedirse y salir a buscar un despacho en el que ejercer su carrera y, en caso de no hallarlo, abrir su propio bufete.

—Aquí tienes un despacho donde ejercer —le respondió Basilio al tiempo que se reía de su asombro— y del que además puedes ser socio en muy poco tiempo.

—Creo que este es un despacho de un solo abogado y ese eres tú, Basilio.

—Parece mentira que con el tiempo que llevas aquí no te hayas dado cuenta de que este despacho está abierto a que entren cuantos abogados quieran, siempre que den la talla.

A Basilio le costó convencer a Pablo de la necesidad de su colaboración en el despacho. Al día siguiente, Beatriz acudió por primera vez a trabajar, había sido contratada por Basilio unos días antes para sustituir a Pablo al que le encargó la puesta al día de ella. Cuando lo consiguiera, él podría empezar como abogado. Pablo aceptó imponiendo una condición: solo llevaría los asuntos que él mismo aceptara. Basilio estuvo de acuerdo.

Aquella noche el espíritu de la madre de Basilio parecía acompañarlos y concluyeron pronto el paseo sin tomar ninguna copa.

Basilio llegó pronto a su domicilio. Tenía presente a su madre aquel día, pero no fue eso lo que echó a perder su caminata con Pablo, sino que las evocaciones a su antecesora eran constantemente interrumpidas por el recuerdo de Fátima, que se estaba filtrando en sus pensamientos de forma obsesiva.

Desde el divorcio, su domicilio pasó a ser la residencia veraniega de la familia, para después convertirse en un apartamento que arrendaba por temporadas, gracias a su ubicación en primera línea de costa. Era bastante amplio y con todas las comodidades. En él los canales remplazaban a las calles.

Cuando llegó Álvaro, el propietario del restaurante en el que Basilio solía cenar, se aproximó para mostrarle sus condolencias, ya que había podido enterarse por la asistenta de Basilio. Fue sucinto, rápido y concluyó con una sincera puesta a disposición.

Apenas entró en el apartamento recibió una llamada de Esperanza, había perdido la cuenta de las que llevaba ese día. Volvía a interesarse sobre si le podía ayudar en algo, sobre si se encontraba bien, sobre si quería que fuera a hacerle compañía, sobre si… continuó ofertándole todos los modos que se le ocurrían de volver a entrar en su vida, todas las posibilidades fueron sistemáticamente rechazadas por Basilio, que acabó despidiéndose enojado.

—Verdaderamente haces honor a tu nombre, no pierdes la esperanza en ningún momento.

Esperanza no había cejado, desde que obtuvieron el divorcio, de tratar de aproximarse de nuevo a Basilio, a pesar de que el divorcio se tramitó a instancias de ella. No es que fuera así de voluble, sino que había pensado que la amenaza de divorcio convertiría a Basilio en un ser más sumiso, más volcado en ella, más atento a las necesidades de su esposa, como se había encargado de «informarle» su amiga Asunción, divorciada «de toda la vida», que fue quien le recomendó como único camino para conseguir centrar la atención de Basilio en ella, que le pidiera el divorcio. Se habían equivocado ambas, Basilio, que desde un tiempo atrás lo que sentía por su esposa no era más que la inercia de lo que fue, sus relaciones sexuales eran de puro trámite, de un aburrido tramite, y cuando ella le propuso el divorcio él le preguntó varias veces, como hacía con sus clientes, si se lo había pensado suficientemente, y, ante la obstinada confirmación de ella, aceptó encantado la propuesta de Esperanza, aunque ella le pidió que fuera él mismo quien lo tramitara. Basilio le encargo a Pablo que redactara un convenio regulador en el que se incluyeron todas las peticiones, algunas abusivas que hizo Esperanza con la íntima convicción de que, ante tales escarnios, Basilio cediera y le pidiera perseverar en el matrimonio bajo la tutela de ella.

Esperanza no quiso admitir que se había equivocado al pedir el divorcio, error que Basilio admitiría y posiblemente perdonaría, no porque siguiera enamorado de Esperanza, sino por la galbana que experimentaba ante tales cambios. De hecho, si él no había propuesto el divorcio era por la pereza que le daba hacerlo y tener que iniciar una nueva vida. La perseverancia de Esperanza en su estrategia les llevó al divorcio. Pero, a partir del momento en que Esperanza tuvo en sus manos la sentencia, con Basilio viviendo en el apartamento, fue como si hubiera dado el disparo de salida para recuperarlo de nuevo. En infinidad de ocasiones le preguntaba a Basilio si estaba seguro de lo que había hecho, tratando de imbuirle la misma inseguridad que la corroía a ella.

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