—Donde no hay papás enojados.
—Juli.
—¿Qué Agus?
—¿Buscamos a nuestras mamás?
—¿Para qué? Quiero estar acá con vos, y con nadie más.
—Yo también.
—¿Y para qué querés a nuestras mamás?
—No sé, ellas ya deben estar buscándonos, no quiero que entren y vean nuestro dibujo, no quiero que nadie descubra nuestro lugar secreto.
—Tenés razón, es nuestro lugar, nadie debe saberlo.
—Nadie, solo nosotros dos.
—En un ratito las buscamos. ¿Agus?
—Si juli.
—Quisiera estar siempre así.
—¿Así como?
—Abrazada a vos tonto.
—Yo también Juli
Se abrazan unos minutos más, ya sin hablarse. Se levantan, se toman de la mano, van a buscar a sus mamás, que, a pesar de la suposición de Agustín, lo que menos hacen es buscarlos a ellos, por más tarde que sea.
*****
La escena transcurre en una enorme habitación, las protagonistas son la señora de Casillas, invitada de honor, y la señora de Aversente, anfitriona generosa. Conversan primero, harán mucho más después.
—Qué bárbaro, que cama amiga.
—Dos metros por dos metros Debi.
—Una enormidad.
—Se necesita una cama grande ¿no Debi? La pregunta de Verónica no es ingenua, va en búsqueda de una futura acción.
—¿Por qué? Dice Débora, haciéndose la desentendida.
—Para dormir bien. Verónica deja en el aire la frase, como si le siguieran tres puntos suspensivos.
— Aja. Débora busca que su amiga dé el primer paso. Y Verónica lo da.
—Y para amar mejor.
—¿Si? Débora arremete, va dejando de lado la timidez.
—¿A vos que te parece amiga?
Verónica se le acerca, quedan cara a cara, sus labios se rozan, el beso se produce. Las lenguas danzan pegadas rítmicamente en la boca de una, en la boca de la otra, un beso húmedo, penetrante, explosivo, un beso que promete mucho más. Ya no hablan, actúan, ya hablaron demasiado, ya se histeriquearon demasiado, hoy durante la cena, en el último año en la salida del Nuestra Sagrada recogiendo a sus hijos. Las palabras ahora están de más, estorban, ahora son los cuerpos los que se expresan, a puro instinto, a pura calentura. Débora, primero pasiva, arremete, le baja la musculosa a su nueva amante, las tetas de Verónica quedan liberadas, son fantásticas, la lengua de Débora opina lo mismo. Se besan más, no pueden detenerse. Verónica le agarra el culo, Débora se deja. Caen ambas tangas y las mujeres se encuentran por fin en humedades compartidas. Verónica empuja levemente a Débora sobre la cama, Débora se deja caer, abre sus piernas, expone su concha, lampiña desde la ducha de esa noche, la lengua de su amiga va a su encuentro.
*****
Caminan juntos, aún están tomados de la mano. Esta noche marca un antes y un después, eran compañeritos de colegio, eran a lo sumo amigos, son ahora almas gemelas. Buscan la escalera, bajar a la sala, volver a la cena de los grandes, un ruido los distrae, los desvía del rumbo fijado. Por el sonido alguien debe haberse lastimado, quizás mamá piensa Agustín, quizás mamá piensa Julieta.
*****
Débora estalla del placer, Verónica la hace estallar. Débora es chupada, Verónica chupa. Todo es vértigo y cambio en la habitación marital de los Aversente. La que chupa, Verónica, deja de hacerlo, se levanta, gira su cuerpo, se inclina sobre su compañera, su entrepierna invade la boca de Débora, se sienta sobre ella, mientras su boca, la de Verónica, busca, una vez más, la concha de su amante. El sesenta y nueve comienza, primero lento, luego con fuerza, por último imparable, ambas gimen de placer, ambas han caído en el pecado de la lujuria, que puede ser, si no se controla adecuadamente, un pecado mortal.
*****
—El sonido viene de la habitación de mamá. Es Julieta la que habla, es Agustín el que escucha y contesta:
— Vamos, algo debe pasar
Los niños van, y llegan, y entran, y ven: los cuerpos desnudos, las lenguas, los genitales expuestos, los culos, los dedos que los invaden, los flujos que conectan todo. Ven mucho y entienden poco, ven y se alejan, ven y quieren olvidar, huyen, se retiran hacia algún lugar que no los lastime, que no duela tanto. El dibujo, hacia allí tienen que ir, Julieta tiene el suyo, Agustín debe dibujar el de él; escaparse a la fantasía, al lugar donde nadie puede lastimarlos. Tratarán de huir del mundo adulto, que decididamente está mal, muy mal, piensa Agustín, y Julieta coincide.
*****
Media hora después todos se reúnen. Media hora después de los arreglos de él, el abuelo. De la lujuria de ellas, las esposas. De las matufias de ellos, los esposos. De los sueños rotos y otros por nacer de los últimos, siempre los últimos, los niños. Todos se reúnen, copa de champagne en mano, los grandes; coca-cola, los chicos. Brindan, por ellos, por el futuro, por el país que aman, por la Patria misma. Por la Patria que nadie sabe qué carajo es.
*****
¿Qué es la Patria? Piensa Daniel. La notebook está apagada, el nuevo intento será escribir a mano, como los viejos poetas, un absurdo en busca de inspiración. Daniel escribe de puño y letra: Sarmiento nos marcó, un tajo, un apotegma: civilización o barbarie, la irreconciliabilidad de los extremos, o sos uno o sos lo otro, nosotros o ellos, y depende quien sea el enunciador para que la consigna se invierta. Si enunciamos nosotros, calificamos, determinamos, a ellos. Si ellos son los enunciadores primeros, serían, ellos, nosotros, y nosotros seríamos ellos para ellos. El país partido ¿Cómo reformular este concepto binario hoy, en el 2001? ¿Quiénes somos nosotros? ¿Quiénes son ellos? Hay una frase, un ingenio popular convertido en axioma nacional: “negros de mierda”, o sos negro o no lo sos. Si no sos negro integras el nosotros, si sos negros formas parte del ellos. Pero cambiemos, otra vez, el enunciador primero. Para un negro los negros son nosotros, y nosotros, que no somos negros, somos ellos. “Negros de mierda”, para la CABA la Patria es todo menos los “negros de mierda”. Entonces, sinteticemos y formulemos:
P=(T-NM)
Donde P es Patria, T es totalidad (nosotros), y NM es negros de mierda (ellos).
Pero para los negros de mierda esa fórmula es otra:
P=(NM-T)
Donde P es Patria, NM es negros de mierda (nosotros), y T es totalidad (ellos). Por lo que la Patria está constituida por los negros de mierda menos el resto, o sea T (totalidad) estorba y hay que eliminarlo.
¿Cómo mixturar ambas fórmulas? ¿C ómo integramos el país en una única Patria? La verdad no tengo idea, la verdad es una mierda lo que escribo, la verdad es bollo y a la basura.
Daniel se obedece, toma las hojas escritas, las abolla y las tira al cesto de basura.
*****
La noche del sábado transcurre apacible, y calurosa, en el barrio del General Entrerriano, varias cosas ocurren, a los despiertos, y a los dormidos. Varias cosas quedan también aún por ocurrir, casi ninguna es buena. A riesgo de coincidir con el presidente es feo dar malas noticias, pero peor es mentir.
Algunos despiertos están bien despiertos, aceleran motores, realizan apuestas, toman fernet, chamuyan minas. El ritual de siempre. Las liturgias de las picadas automovilísticas. Es un clásico del sábado por la noche en el barrio del General Entrerriano, sobre su límite, cuando la Avenida de los Gestores Constitucionales se cruza con la Avenida del Presidente Estadounidense de la Doctrina Invasiva a América Latina. Es pasada la medianoche, están los autos, en su interior los dueños, dispuestos a derrapar adrenalina. Una nueva carrera va a comenzar, recto por la avenida de los Gestores, desde el punto descrito como partida, como meta los espera la Avenida General Antifederal, vigía de la CABA, divisor del conurbano acechante. Dos autos, mano a mano, sin semáforos, sin interrupciones, la policía fue comprada, todo está listo, vía libre, el primero es campeón, el segundo es gilada. Los motores rugen, ellos se creen dueños del mundo, ellas se lo hacen creer. Minifaldas, piernas bronceadas, música hip-hop, toda la bobería junta, todos los números de la lotería, el primer premio es matarse, y de yapa matar a otros, a terceros imprudentes, poco informados, que nos saben que este día, a estas horas, la calle es de ellos, de los pisteros poronga. En primera fila, de espectador privilegiado, Santiago Danti observa y sueña con ser de grande el más poronga de todos los pisteros.
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