—Eh, Argentino, ven para aquí. Era un catalán, soberbio, no pasaba los veinticinco años, a su lado una mujer, nada especial, una más del montón, ambos, hijos de la nueva clase media alta española, la prosperidad pos franquismo en todo su esplendor.
— Si señor. Dice Juan.
— Argentinito mí chica pidió un ron con coca light, y este que trajiste tiene coca común. Llévatelo y tráenos uno como corresponde. Vamos tío que no tenemos toda la noche. El muchacho catalán mira a Juan desafiante, su novia ríe y lo abraza
—Si señor. Juan comienza a pensar que esa frase, es si señor, será la más repetida que salga de su boca de camarero aprendiz durante mucho tiempo.
El cambio de bebida se produce. El barman, un venezolano con doble ciudadanía, un comunitario como él, que entró, como él, por la puerta de atrás, de servicio, por el culo de Europa, le reprende.
— Argentino pídeme bien los tragos. El próximo cambio lo vas a pagar de tu bolsillo.
— Sí señor, dice, otra vez, Juan, y lleva el pedido.
— Aquí tiene señor, ron con coca light.
—Pero qué coño Argentino ¿de qué coca light me estáis hablando? ¿Acaso ves a mi chica gorda? ¿Creéis acaso que necesita una dieta? Mi novia pidió ron con coca común, no me faltéis el respeto argentinito.
—Perdón señor, debo haber entendido mal. Juan se disculpa, tolera la soberbia del primermundista europeo, regresa a la barra, pide un nuevo cambio de bebida. El barman venezolano, tan comunitario como él, le advierte a Juan que este trago saldrá de su sueldo, a fin de mes Juan cobrará aún menos que la miseria que le prometieron. Ganarse Europa será difícil. Juan lleva el pedido.
— Perdón Señor por las molestias, señorita aquí tiene su ron con coca.
—¿Y la cerveza argentinito?
—¿Qué cerveza señor?
—La cerveza que te pedí capullo.
—Usted no me pidió ninguna cerveza señor.
—Te pedí una cerveza argentinito, tráemela o te juro que hablo con el dueño y te vuelves sin escalas a tu Buenos Aires querido del coño.
—Sí señor, enseguida le traigo la cerveza. Juan se aleja, mastica la rabia, se retiene, sublima la pulsión de cólera, trae la cerveza.
— Su cerveza señor.
—Yo no te pedí ninguna cerveza, y el ron de mi novia es con coca común y te pedimos con coca light. ¿Sois así de subnormales todos los argentinos? Así les va a ustedes.
El nene bien de Barcelona maltrata al camarero pobre argentino, lo mira con desdén, desde el púlpito del primer mundo. Su novia, la nena bien, se puso a mil ante la escena de supermacho de su chico, le besa el cuello, muerde el lóbulo de su oreja, los dos se ríen, le hacen un gesto de desprecio a Juan.
— Vete argentino, no te quedéis ahí mirando como un mamón.
Juan revienta, ya no sublima más, deja que su rabia salga, se desborda, ya no dice si señor, piensa que ya nunca más dirá si señor.
— La concha de tu madre gallego de mierda.
Y el gallego de mierda pasa a la acción: la piña le estalla a Juan en plena cara. Juan sangra, Juan es agarrado, es inmovilizado por manos cuyos dueños no ve, otra trompada estalla en su rostro, más sangre, más dolor. A Juan ensangrentado se lo llevan a la barra, el venezolano, casi europeo, le grita, lo amenaza, le contará todo al jefe, a don Joseph. La noche termina para Juan y su nueva vida también.
Aún no amanece, Juan vuelve a la realidad, trapea el piso, le duele la nariz, le duele mucho más el orgullo. Dos horas después llega el dueño, Joseph lo hecha, la indemnización te la debo, nada para un sudaca, por más ciudadanía que tenga. El sueño de conquistar Europa comienza a convertirse para Juan Álvarez en una verdadera pesadilla.
INTERRUPTUS II
Soy yo, la pequeña, la que habla, y seguiré hablando, al menos mientras pueda, que, por desgracia será muy poco, Ella despertará y seré suya nuevamente, seré absorbida por su ego gigante, desbordante de soberbia. Es hora de hacer una genealogía, el origen determina el presente, y el presente nos conduce, sin duda a un fin trágico. Hagamos historia, veamos de donde surgimos. El héroe de la Conquista del Desierto, por segunda vez presidente del país, firmó el decreto ley. Se cumplían cien años del nacimiento del gran morador del Palacio San José, y hubo homenaje. Nacía el barrio del General Entrerriano, corría el año 1901. Pero el homenaje tapó la tragedia, para algunos causa verdadera del nombre del barrio
La historia es lógica, y simétrica, como le gustaba al gran George Louis, nuestro mejor literato. Si un decreto del asesino de los pueblos originarios nos dio entidad, nos ubicó en el mundo, nos significó, otro matarife nos comenzaría a dar vida un tiempo antes. Don Pancho era hijo de alemanes, cursó sus estudios en el país ario, pero vivió y murió en la Argentina. Venía de la Guerra de la Triple Alianza, de la masacre al Paraguay, actúo con el grado de Capitán, soldado de la patria de Buenos Aires. A los cincuenta años comenzó a dirigir la empresa Los Albatros, n ecesitaba extraer tierra para rellenar zonas cercanas al río, la ciudad avanzaba sobre las aguas. Buscó las tierras, las encontró y fundó los primeros asentamientos, así don Pancho fundó La Cima, la prehistoria del barrio comenzaba. Desde allí todos comenzaron a conocerlo como el Alemán. Mientras tanto, el Gran Conquistador del Desierto le había dejado paso a su concuñado, el país, cuando no, avanzaba hacia un abismo, parecido a este, al que se viene, en breve, paciencia, llegará, lamentablemente llegará. El concuñado del asesino de pueblos originarios era el presidente, eran malos días para la clase obrera, serían malos sus días por mucho tiempo. El Alemán lo sabía, y abusaba de esa situación para beneficiarse. La tierra debía ser removida y los obreros comenzaron a llegar, sabían ellos que se trataba de un trabajo duro, nunca pensaron en la fatalidad que ocurrió. Ciento veinte hombres llegaron a La Cima, venían todos de la provincia del caudillo ganador de la batalla de Vences, el entrerriano más famoso . El trabajo era extenuante, los obreros comenzaron a asentarse junto con sus familias en la zona, construyeron sus primeras casas, precarias, frágiles, ni sueños había entonces de movilidad social ascendente para los negritos del interior.
La empresa de Don Pancho “el Alemán” trabajaba en forma eficaz, pagaba poco y maltrataba a sus empleados, cualquier desobediencia era castigada con severidad, incluso con la muerte, la policía y la justicia no intervenían, las instituciones del país apoyaban a Los Albatros, una empresa moderna, garante del orden y el progreso. El país de nuestros abuelos era fantástico. El desastre ocurrió. La tierra era dura, su remoción necesitaba fuerza, las explosiones eran necesarias, la dinamita explotaba y la tierra se desprendía, y el Alemán se llenaba de dinero. Pero algo falló, y los muertos llegaron. La dinamita explotó involuntariamente, el material dañado, la falta de seguridad, el desapego a la vida del reemplazable, setenta y cuatro obreros murieron, algunos en el acto, otros retorciéndose del dolor ante los miembros amputados, despedazados por la furia del explosivo. Cinco chicos se encontraban en la tragedia, todos menores de diez años, hijos de los obreros entrerrianos, todos muertos. Familias rotas, empresas grandes. Nada pasó, ni justicia, ni castigo, ni venganza. El barrio pronto adquirió su nombre, a cien años del nacimiento del traidor del Restaurador, ni una palabra de los obreros muertos, sus familias retornaron a la provincia mediterránea, el silencio los engulló, el país siguió funcionando.
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