Al mismo tiempo estaban sus libros, desde Creatividad y plenitud de vida hasta Caminos de realización , pasando por los libritos sobre cada uno de los principales “yogas” (Hatha, Bhakti, Raja, Karma, Mahâ-yoga , etc.) o el que tenía sobre Tantra-yoga , antes de que el Tantra se pusiera tan de moda. Y es que Blay ha sido un precursor del yoga y de la espiritualidad oriental (o lo que sería más exacto, de una espiritualidad integral) en España, aunque muchos hoy lo ignoren ya, a pesar de la multiplicación de libros que tras su muerte se ha producido (recordemos que uno de ellos lleva justamente el título de Palabras de un Maestro) .
En algunas ocasiones, cuando venía a dar un curso a Valencia, el grupito yóguico-esotérico reunido en torno al centro Aurobindo íbamos a cenar con él. Para nosotros era todo un acontecimiento.
Una de las cosas más impresionantes de Blay es el carácter integral de su trabajo, integralidad evidente no sólo en el planteamiento de sus enseñanzas, sino sobre todo en su propia persona. Fuerza, amor e inteligencia tienen que ser trabajadas simultáneamente. Aquel aspecto que no desarrollamos nos deja a merced de aquellos que sí lo han desarrollado (aunque no siempre sea del modo correcto). Además, el trabajo psicológico y el desarrollo espiritual conviene que sean integrados. Esta cuestión sería pronto el campo de discusión favorito de algunos de sus alumnos o discípulos al compararlo con Jean Klein, cuando éste comenzó a dar cursos aquí en España. Al margen de esas referencias que a mí me resultan más cercanas, constituye, sin duda, una de las grandes cuestiones en la Búsqueda intensa que cada vez más personas están iniciando o tomándose en serio, una Búsqueda que no se limita a la narcisista satisfacción afectiva personal, al compromiso social y político más o menos ciego, limitado o fanático, o la investigación científica o filosófica, pero en cualquier caso meramente teórica, mental, intelectual. Si Klein representaba –como veremos más tarde– el advaita puro, la Realización espiritual que prescinde del trabajo directo sobre lo psicológico, Blay encarnaba perfectamente el trabajo integral psico-espiritual. Qué duda cabe que cualquier generalización es un poco grosera y que cada individuo tiene unas necesidades y una línea propia de desarrollo. Qué duda cabe que algunos logran una cierta experiencia o hasta Realización espiritual, sin profundos trabajos psicológicos. Sin embargo, “la experiencia enseña” –como gustaba decir Blay– que en muchos casos los conflictos psicológicos impiden la estabilización de la conciencia espiritual. Muchos de nosotros hemos podido comprobar suficientemente que es posible gozar de estados de meditación, de éxtasis, de expansión de conciencia, de centramiento, de apertura, de lucidez, etc., pero que luego resulta difícil mantener ese estado, pues el peso de los conflictos psicológicos personales no resueltos nos hace gravitar hacia ellos. Esto Blay lo sabía muy bien, sin duda por propia experiencia, y debido a ello se esforzó por conciliar e integrar el trabajo psicológico de limpieza del inconsciente con el desarrollo espiritual y el acceso a estados superiores de conciencia. Blay firmaba sus libros como “psicólogo” y ofrecía sus enseñanzas bajo la denominación «Curso de psicología de la auto-realización». Y aquí entraba en juego su conocimiento de Oriente, en particular de la India. Le escuché hablar con admiración sobre todo de Anandamayee Ma, de Ramana Maharshi (a propósito del cual hablaba del mahâ-yoga) y de Sri Aurobindo.
La auto-realización suponía, pues, la realización del âtman o de brahman (términos que Blay se cuidaba de no utilizar, pues otra de sus grandezas es la simplificación del lenguaje evitando todo exotismo y tecnicismo innecesario), la Realización del Ser, del Yo profundo. Para ello, y no sólo para poder gozar de puntuales experiencias de lo Superior, sino para integrarlo e instalarse en Eso, es preciso la auto-observación y el trabajo con el ego y con el inconsciente. La lucidez de Blay en el análisis psicológico es, quizás, otro de sus rasgos destacados. Su conceptualización del problema en términos del “yo-idea,” el “yo-ideal” y el “yo-experiencia,” desenmascarando el papel que el “personaje” que desempeñamos, impulsados por nuestra errónea o limitada y desfigurada “idea del yo” intentando alcanzar el “ideal del yo” o el “yo ideal,” es magistral. Sobre todo cuando la clarificación y análisis de cada caso concreto contaba con la fina intuición de su mente iluminada capaz de desvelar los juegos del ego y el personaje. Ni que decir tiene que las raíces del ego, del yo idea y del yo ideal se hunden en el subconsciente. De ahí que Blay propusiera un minucioso trabajo con él. Hablar con el niño interior, como se diría hoy, pero que ya Blay exponía con maestría, hacer del inconsciente nuestro aliado, liberarnos de todo trauma y toda carga que nos impide descubrir las dimensiones superiores de la existencia e instalarnos en ellas, es el trabajo central de Antonio Blay. O mejor dicho, de su primera parte. Recuerdo perfectamente cómo conducía los cursos de tal modo que la primera parte (solían ser cursos de cinco días) se centraba más en lo psicológico, y ahí nos veías a todos hurgando en nuestras heridas y nuestras incomprensiones, enfrentándonos a nuestras oscuridades y traumas irresueltos, algunos hundidos, otros ansiosos por comentar el estado reciente de su problema, otros más receptivos escuchando las dudas de todos sus compañeros, en esas sesiones para “viejos” o “repetidores” en las que ya no había exposiciones largas, sino que se desarrollaban en torno al esquema preguntas-respuestas. En la segunda parte, fuese del curso introductorio o de la continuación, Blay iba guiándonos hacia “lo Superior,” la Inteligencia superior, el Amor y el Gozo superiores, la Voluntad superior. Y comenzaba a respirarse una nueva atmósfera. Como si Blay intensificase la lucidez de la conciencia del grupo y pudiésemos disfrutar de un estado de meditación o de centramiento, sin necesidad de hacer ninguna técnica de meditación ni de cerrar los ojos. Sus palabras ya no eran incisivas y desenmascaradoras, sino inspiradoras y elevadoras, clarificadoras y luminosas. Todo ello dentro de una gran sencillez de lenguaje que apenas permitía sospechar, a quienes no lo supieran por otros medios, la riqueza de conocimientos, tanto tradicionales como actualizados, que Blay poseía. Si a él debo haber podido ver a Ananda-mayee Ma, haber establecido contacto con Sri Aurobindo, o haberme introducido en los libros de A. Bailey, también a él le debo mis primeros conocimientos y estímulos para leer a Dane Rudhyar, primero, dentro de la astrología contemporánea (astrólogo consumado era también Blay), y a Ken Wilber, más tarde, cuando todavía no se había traducido nada de él y me traía de Londres The Atman Project, Up from Eden , o A Sociable God . Pasarían años para que llegase a España el boom Wilber y para que me conviertiera en co-fundador de la Asociación Transpersonal Española. Antonio, gracias, de todo corazón, por todo lo que nos has enseñado, por lo que has significado para nosotros.
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El impacto espiritual causado por Jean Klein es probablemente el más amplio y hondo de los que persona viviente me ha producido. La presencia de Jean Klein; la profundidad del Silencio por él transmitido o por él facilitado, al menos junto a él vivido, es tan inmensa que todo lo otro parece borrarse ante eso. Al igual que con Blay, una vez lo conocí, fui a cuantos cursos pude de Klein. Creo que durante algún tiempo se superpusieron los cursos de ambos. Recuerdo que tras morir Blay, la voz corrió y algunos de los “huérfanos espirituales” se transvasaron a Klein. Para unos sirvió de sustituto de padre espiritual, de maestro, otros no lograron sintonizar con él, o no les llegaba tanto y echaban en falta a Antonio; otros nos descubrimos ante el oceánico silencio gozoso al que se nos invitaba.
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