Vicente Merlo - La llamada (de la) Nueva Era

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La llamada (de la) Nueva Era: краткое содержание, описание и аннотация

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Al fin, un análisis serio e inteligente del fenómeno de la Nueva Era. Probablemente, la obra más completa y ambiciosa sobre el tema producida por un autor en lengua castellana. Un estudio destinado a convertirse en el libro de referencia obligatorio sobre el universo de la Nueva Era.Con exquisita soltura, Vicente Merlo nos adentra primero en su propia trayectoria espiritual por los distintos senderos de la Nueva Era. De esta forma amena y sincera nos introduce en una exposición muy rigurosa, abundantemente ilustrada, del grueso de los autores, movimientos y doctrinas que conforman la llamada new age.La obra se articula en torno a lo que el autor denomina las tres dimensiones constitutivas de la Nueva Era: la dimensión oriental, la dimensión psico-terapéutica y la dimensión esotérica. Si en sus obras anteriores, Vicente Merlo se había centrado en las tradiciones orientales, especialmente las índicas, aquí el núcleo del trabajo (y de la Nueva Era) resulta ser el amplio campo del esoterismo. Rastreando sus raíces en el esoterismo occidental tradicional, el grueso de la obra lo constituye la exposición de un buen número de presentaciones contemporáneas, desde la teosofía de Blavatsky, la antroposofía de Steiner o la obra de Bailey, hasta las más recientes canalizaciones influyentes en este ámbito, como las atribuidas a Seth, Ramtha o Kryon.Cabe destacar el extraordinario capítulo final, en el cual se pasa revista a las distintas críticas formuladas contra la Nueva Era, mereciendo una mención especial la réplica meticulosa y polémica, a las críticas vertidas desde el catolicismo oficial.

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Las enseñanzas teosóficas habían calado en mí hasta tal punto que al terminar la carrera, como tema de mi tesina elegí Platón y la filosofía esotérica, donde esto último significaba Blavatsky y la teosofía. Fue el momento de leer y estudiar despacio tanto a Platón como La Doctrina Secreta . Desde entonces me acompaña la firme convicción de la existencia de una Fraternidad Espiritual formada por Iniciados y Maestros de Sabiduría y Compasión. La vida cobra un nuevo sentido desde esta concepción esotérica. Todo ello se profundizaría más tarde con la inmersión en lo que llegó a ser una de las dos enseñanzas que más iban a influirme, las enseñanzas de A. Bailey, recibidas del Maestro D.K. (Djwal Kul), el Tibetano. El descubrimiento de sus libros y mi ingreso en la Escuela Arcana (escuela esotérica fundada por A. Bailey), se produciría algo más tarde. Poco antes acaece otra de las influencias significativas: la iniciación en la Meditación Trascendental de Maharishi Mahesh Yogi

Mi llamada a la meditación oriental encontró pronto dos cauces por los que discurrir: uno de ellos es, justamente, la Meditación Trascendental popularizada por Maharishi Mahesh Yogi, sobre todo a través de la publicidad que los Beatles le habían hecho en su momento. Todo comenzó con una sencilla ceremonia y con la transmisión del mantra correspondiente y de la técnica de meditación, sin necesidad de adoptar posturas yóguicas ajenas a la mayoría de los occidentales. Los estudios científicos sobre la meditación, que habían sido impulsados por la Universidad de Maharishi en Ginebra, así como su adaptación a las costumbres occidentales, le daban un aspecto atractivo y moderno. De esta manera me inicié en la meditación. No recuerdo, no obstante, grandes experiencias, aunque fui adoptando el hábito de meditar diariamente, sobre todo al principio. Quizás el mantra , cuando no los pensamientos, estaba demasiado presente y el vacío permanecía subyacente sin ser descubierto.

El segundo cauce a través del cual discurrieron mis primeras meditaciones fue el ofrecido por el Centro Aurobindo de Valencia, y concretamente por la persona que lo fundó y lo dirigía, Manuel Palomar. Podemos hablar en este caso de rajayoga , el yoga de Patañjali, yoga de la mente, en el que la concentración y la meditación desempeñan un importante papel. Manuel llamaba a su centro “Centro Aurobindo,” pues dicho yogui le había impactado especialmente, al leer sus obras, La vida divina, La Síntesis del yoga, etc. , aunque no hay ninguna relación con el âshram de Sri Aurobindo en Pondicherry ni con la Fundación Sri Aurobindo de Barcelona, instituciones ambas que me sería dado conocer años después. No obstante, en dicho centro fue cuajando un grupito de buscadores que fuimos guiados por el propio Manuel hacia las que se convertirían en dos influencias mayores para casi todos nosotros y en cualquier caso, sin duda, para mí: la obra de A. Bailey, por una parte, y los cursos y los libros de Antonio Blay, por otra.

En fin, con Manuel Palomar, además de todo lo anterior, realicé mi primer viaje a la India y sobre todo, pues fue lo más significativo del viaje, al âshram de Sri Aurobindo en Pondicherry. La huella más hermosa de esos dos meses en la India (yo debería tener unos 25 años, allá por 1980) fue nuestra breve estancia en Pondicherry. Recuerdo que en la revista Solar escribí un artículo sobre la paz sentida en el samâdhi de Sri Aurobindo y Madre. Quizás desde entonces quedó sembrada en mi alma la semilla que me haría volver a Pondy al cabo de unos siete años, para residir allí casi dos y recibir la influencia más importante de mi vida. Por lo demás, en esa ocasión, los tres que viajamos juntos a la India, Manuel, Pepe Muñoz (entonces profesor de Sociología de la Facultad de Filosofía) y yo, volvimos diciendo que jamás volveríamos a la India. Ellos dos lo han cumplido. Calor, comida excesivamente picante de modo al parecer irremediable, tremendas dificultades con el idioma, pues apenas sabíamos inglés ninguno de los tres, incomodidades en el transporte, trenes y autobuses, anhelo desmesurado y un poco infantil de encontrar a nuestro Maestro, suciedad de los hoteles, pues nuestra economía no era de lujo, decepción por lo noencontrado, todo ello hizo que el viaje se convirtiera en una pesadilla. Queríamos ver demasiadas cosas: Delhi, Bombay, Benarés, Madrás, Pondicherry, Tiruvanamalai-Arunachala, Rishikesh, etc., y sobre todo anhelábamos encontrar al Tibetano, el Maestro D.K., cuyas obras devorábamos por aquel entonces como la máxima revelación esotérica habida hasta el momento. Nuestro sueño secreto era que en algún lugar aparecería, esperándonos con los brazos abiertos, para reconocer nuestra altura espiritual y regalarnos su presencia, su dharsan , su mirada, sus palabras, su existencia confirmada. Pero ni apareció el Maestro D.K., ni nos iluminamos en la cueva donde meditaba Ramana Maharshi en Arunachala, ni en Benarés nos cautivó el Ganges, ni en Rishikesh pudimos alojarnos en el âshram de Sivananda, ni acertamos en nuestra negativa de ir a ver a un iluminado al que uno de los improvisados guías que con tanta facilidad y en ocasiones sospechosamente aparecen a los occidentales a su llegada a la India nos quería llevar: desafortunadamente, se trataba del entonces desconocido, para nosotros, Sri Nisargadatta Maharaj, por muchos considerado uno de los grandes jñânis y realizados más recientes, en la linea del advaita más puro. Al menos Manuel se trajo el I am That , antes de que aquí se conociera. Frente a todo ello, sólo el remanso de paz de Pondicherry, la ligereza magnética y la luminosidad vibrante de las proximidades del samâdhi de Sri Aurobindo y Madre, quedó en mi corazón como algo verdaderamente valioso.

***

A medida que voy escribiendo van saltando recuerdos que piden su inclusión en estos fragmentos de memoria que nacían como una confesión de las influencias mayores que han marcado mi trayectoria humana, espiritual y esotérica. Pero entre todas las influencias recibidas hay que establecer diferencias de grado. Y, como acto de justicia, debe quedar claro desde el principio que tres han sido las grandes influencias recibidas por personas vivientes, de carne y hueso, encarnadas, físicamente presentes: Antonio Blay, Vicente Beltrán Anglada y Jean Klein. Del mismo modo, entre las enseñanzas leídas o escuchadas, hay que destacar de modo muy especial las de A. Bailey (D.K.) y más recientemente las de Pastor-Omnia, éstas con un carácter distinto y quizás más impactante por el hecho de poder escuchar la voz (en grabaciones) y ver al canal (Ghislaine Gaualdi) que transmitía tales enseñanzas, así como presenciar algunas de las inolvidables transmisiones. Un caso aparte, especial por muchos motivos, por la profundidad de su impacto y por el significado que ha tenido en mi vida, es el de Sri Aurobindo (y junto a él, siempre, Mirra Alfassa –Madre–) , pues si bien no puede hablarse de presencia física, la vivencia en su entorno, en el âshram en el que residieron, la presencia prolongada, durante dos años, en su samâdhi , en su pensamiento, en su atmósfera, quizás en su Presencia sutil, hacen que ocupe un lugar especial.

Pero, vayamos, de momento, a la figura de Antonio Blay. Su influencia sobre mí (y sobre tantos otros que fui conociendo en sus cursos) ha sido enorme y nunca le agradeceré lo suficiente su ejemplo, sus palabras, su transmisión, su presencia. Con él no se trataba ya de leer o escuchar unas ideas que te convencían o no; no se trataba sólo de una “filosofía,” sino de un “estado de ser,” de una experimentación con “estados de conciencia,” de un descubrir la dimensión estrictamente “espiritual” o “superior” de nuestro ser. “Estar centrado” sería uno de los lemas que podrían caracterizar la actitud de Blay, de Antonio. Fuese o no un Maestro o un Iluminado (aquel que se ha instalado en Brahman, que ha trascendido su ego, que se ha convertido en un canal para la iluminación de otros seres humanos), el caso es que para mí ha desempeñado la función de un maestro no del pensar (maestro del pensar o maestro-filósofo), sino del ser esencial. Esto significa la trascendencia de la filosofía como sentido último, la superación de la reflexión discursiva como valor supremo y actividad predilecta, tal como suele ser el caso en el “intelectual”. Esto significa que descubrir, alimentar y vivir-en un “estado de conciencia superior” se convierte en algo más importante que el manipular ideas. Es en presencia de Blay cuando voy –en cada uno de sus cursos con mayor claridad– experimentando lo que significa el silencio mental y la conciencia despierta más allá de las ideas. Esta lucidez de la conciencia brilla ya como la joya que otorga un nuevo sentido a la vida intelectual y a la vida en su conjunto.

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