Cesar Vallejo - Maestros de la Poesia - César Vallejo

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Maestros de la Poesia - César Vallejo: краткое содержание, описание и аннотация

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Bienvenidos a la serie de libros de los Maestros de la Poesia, una selección de los mejores trabajos de autores notables.El crítico literario August Nemo selecciona los textos más importantes de cada autor. La selección se hace a partir de las poesias, cuentos, cartas, ensayos y textos biográficos de cada escritor.Esto ofrece al lector una visión general de la vida y la obra del autor.Esta edición está dedicada a César Vallejo, un poeta y escritor peruano. Es considerado uno de los mayores innovadores de la poesía del siglo XX y el máximo exponente de las letras en su país.Este libro contiene los siguientes escritos:Comentario biográfico: por Leopoldo Lugones y la autobiografía del autor.Poesía: más de 40 poemas seleccionados.Prosa: 7 mejores cuentos seleccionados por el crítico August Nemo.Epístolas: algunos ejemplares de la correspondencia personal del autor y de sus contemporáneos.¡Si aprecias la buena literatura, asegúrate de buscar los otros títulos de Tacet Books!

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Comprendiendo sin esfuerzo

que el hombre se queda, a veces, pensando,

como queriendo llorar,

y, sujeto a tenderse como objeto,

se hace buen carpintero, suda, mata

y luego canta, almuerza, se abotona...

Considerando también

que el hombre es en verdad un animal

y, no obstante, al voltear, me da con su tristeza en la cabeza...

Examinando, en fin,

sus encontradas piezas, su retrete,

su desesperación, al terminar su día atroz, borrándolo...

Comprendiendo

que él sabe que le quiero,

que le odio con afecto y me es, en suma, indiferente...

Considerando sus documentos generales

y mirando con lentes aquel certificado

que prueba que nació muy pequeñito...

le hago una seña,

viene,

y le doy un abrazo, emocionado.

¡Qué más da! Emocionado... Emocionado...

¡Cuídate, España, de tu propia España!

¡Cuídate, España, de tu propia España!

¡Cuídate de la hoz sin el martillo,

cuídate del martillo sin la hoz!

¡Cuídate de la víctima a pesar suyo,

del verdugo a pesar suyo

y del indiferente a pesar suyo!

¡Cuídate del que, antes de que cante el gallo,

negárate tres veces,

y del que te negó, después, tres veces!

¡Cuídate de las calaveras sin las tibias,

y de las tibias sin las calaveras!

¡Cuídate de los nuevos poderosos!

¡Cuídate del que come tus cadáveres,

del que devora muertos a tus vivos!

¡Cuídate del leal ciento por ciento!

¡Cuídate del cielo más acá del aire

y cuídate del aire más allá del cielo!

¡Cuídate de los que te aman!

¡Cuídate de tus héroes!

¡Cuídate de tus muertos!

¡Cuídate de la República!

¡Cuídate del futuro!...

Deshojación sagrada

Luna! Corona de una testa inmensa,

que te vas deshojando en sombras gualdas!

Roja corona de un Jesús que piensa

trágicamente dulce de esmeraldas!

Luna! Alocado corazón celeste

¿por qué bogas así, dentro la copa

llena de vino azul, hacia el oeste,

cual derrotada y dolorida popa?

Luna! Y a fuerza de volar en vano,

te holocaustas en ópalos dispersos:

tú eres talvez mi corazón gitano

que vaga en el azul llorando versos!...

Deshora

Pureza amada, que mis ojos nunca

llegaron a gozar. ¡Pureza absurda!

Yo sé que estabas en la carne un día,

cuando yo hilaba aún mi embrión de vida.

Pureza en falda neutra de colegio;

y leche azul dentro del trigo tierno

a la tarde de lluvia, cuando el alma

ha roto su puñal en retirada,

cuando ha cuajado en no sé qué probeta

sin contenido una insolente piedra,

cuando hay gente contenta; y cuando lloran

párpados ciegos en purpúreas bordas.

Oh, pureza que nunca ni un recado

me dejaste, al partir el triste barro,

ni una migaja de tu voz; ni un nervio

de tu convite heroico de luceros.

Alejaos de mí, buenas maldades,

dulces bocas picantes...

Yo la recuerdo al veros ¡oh mujeres!

Pues de la vida, en la perenne tarde,

nació muy poco ¡pero mucho muere!

Desnudo en barro

Como horribles batracios a la atmósfera,

suben visajes lúgubres al labio.

Por el Sahara azul de la Sustancia

camina un verso gris, un dromedario.

Fosforece un mohín de sueños crueles.

Y el ciego que murió lleno de voces

de nieve. Y madrugar, poeta, nómada,

al crudísimo día de ser hombre.

Las Horas van febriles, y en los ángulos

abortan rubios siglos de ventura.

¡Quién tira tanto el hilo: quién descuelga

sin piedad nuestros nervios,

cordeles ya gastados, a la tumba!

¡Amor! Y tú también. Pedradas negras

se engendran en tu máscara y la rompen.

¡La tumba es todavía

un sexo de mujer que atrae al hombre!

El poeta a su amada

Amada, en esta noche tú te has crucificado

sobre los dos maderos curvados de mi beso;

y tu pena me ha dicho que Jesús ha llorado,

y que hay un viernes santo más dulce que ese beso.

En esta noche clara que tanto me has mirado,

la Muerte ha estado alegre y ha cantado en su hueso.

En esta noche de setiembre se ha oficiado

mi segunda caída y el más humano beso.

Amada, moriremos los dos juntos, muy juntos;

se irá secando a pausas nuestra excelsa amargura;

y habrán tocado a sombra nuestros labios difuntos.

Y ya no habrá reproches en tus ojos benditos;

ni volveré a ofenderte. Y en una sepultura

los dos nos dormiremos, como dos hermanitos.

En el rincón aquel, donde dormimos juntos...

En el rincón aquel, donde dormimos juntos

tantas noches, ahora me he sentado

a caminar. La cuja de los novios difuntos

fue sacada, o talvez que habrá pasado.

Has venido temprano a otros asuntos

y ya no estás. Es el rincón

donde a tu lado, leí una noche,

entre tus tiernos puntos

un cuento de Daudet. Es el rincón

amado. No lo equivoques.

Me he puesto a recordar los días

de verano idos, tu entrar y salir,

poca y harta y pálida por los cuartos.

En esta noche pluviosa,

ya lejos de ambos dos, salto de pronto...

Son dos puertas abriéndose cerrándose,

dos puertas que al viento van y vienen

sombra a sombra.

Espergesia

Yo nací un día

que Dios estuvo enfermo.

Todos saben que vivo,

que soy malo; y no saben

del diciembre de ese enero.

Pues yo nací un día

que Dios estuvo enfermo.

Hay un vacío

en mi aire metafísico

que nadie ha de palpar:

el claustro de un silencio

que habló a flor de fuego.

Yo nací un día

que Dios estuvo enfermo.

Hermano, escucha, escucha...

Bueno. Y que no me vaya

sin llevar diciembres,

sin dejar eneros.

Pues yo nací un día

que Dios estuvo enfermo.

Todos saben que vivo,

que mastico... y no saben

por qué en mi verso chirrían,

oscuro sinsabor de ferétro,

luyidos vientos

desenroscados de la Esfinge

preguntona del Desierto.

Todos saben... Y no saben

que la Luz es tísica,

y la Sombra gorda...

Y no saben que el misterio sintetiza...

que él es la joroba

musical y triste que a distancia denuncia

el paso meridiano de las lindes a las Lindes.

Yo nací un día

que Dios estuvo enfermo,

grave.

Fresco

Llegué a confundirme con ella,

tanto...! Por sus recodos

espirituales, yo me iba

jugando entre tiernos fresales,

entre sus griegas manos matinales.

Ella me acomodaba después os lazos negros

y bohemios de la corbata. y yo

volvía a ver la piedra

absorta, desairados los bancos, y el reloj

que nos iba envolviendo en su carrete,

al dar su inacabable milinete.

Buenas noches aquellas,

que hoy la dan por reír

de mi extraño morir,

de mi modo de andar meditabundo.

Alfeñiques de oro,

joyas de azúcar

que al fin se quiebran en

el mortero de losa de este mundo.

Pero para las lágrimas de amor,

los luceros son lindos pañuelitos

lilas,

naranjos,

verdes,

que empapa el corazón.

Y si hay ya mucha hiel en esas sedas,

hay un cariño que no nace nunca,

que nunca muere,

vuela otro gran pañuelo apocalíptico,

la mano azul, inédita de Dios!

He encontrado a una niña...

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